Sólo tres personas trabajan en el centro comunitario Los Gurisitos. Entre ellas se dividen las tareas para cocinar, limpiar y servir, sin obtener ningún beneficio económico. Arrancan a las 7.30 de la mañana y terminan su jornada a las 12.30 del mediodía. Rita, María Teresa y Diego alimentan a casi 300 personas por día: niños, embarazadas, personas con discapacidad y ancianos. Y su única retribución es llevar comida a sus hogares para alimentar a sus familias a costa de los riesgos que pueden sufrir.
“A veces a media mañana tenemos que cerrar las puertas porque empiezan a los tiros. En varias ocasiones, a la hora de servir la comida tuvimos que hacer entrar a la gente”, aclaró Rita. En sus primeros años, la comida se servía en el comedor. Unas 20 personas -las cocineras, los que servían, los que levantaban la mesa y los que lavaban- dedicaban su tiempo al servicio de la gente. Sin embargo hoy no sucede lo mismo, el personal es escaso y rezan para que ninguno se enferme. Alimentar tantas bocas entre tres personas es una tarea muy difícil. “Nosotros tenemos que estar acá por más de que nos enfermemos, llueva o caigan piedras. Tenemos que venir sí o sí, pero la gente no sabe agradecer nuestro esfuerzo”. Si la comida no está a horario, o si no alcanza lo que se cocinó para todos, comienzan los insultos como si fuera una obligación para estos vecinos realizar esta tarea. Pero en general -explicaba Rita- intentan tener todo preparado, así a las 10 comienzan a retirar las viandas y les queda tiempo para limpiar, ya que a la tarde unos 300 nenes buscan su copa de leche.
El comedor Los Gurisitos desde hace 30 años brinda asistencia a las personas carecientes del barrio Nueva Pompeya. El ingreso de los vecinos para buscar la vianda con su táper es permanente.