Opinión: OPIN-05

Opinión

Hace 82 años se ponía
fin a un largo horror

Por Eloi Rouyer

Al son del clarín, miles de hombres cubiertos de barro salen lentamente de las zanjas en las que permanecieron durante cinco años. Son las once de la mañana del 11 de noviembre de 1918 y la Primera Guerra Mundial ha terminado.

A las cinco y diez, la delegación alemana, encabezada por el ministro de Estado Erzberger, el conde Von Oberdorff y el general Von Winterfeld, había aceptado el armisticio de los aliados, en el vagón del mariscal francés Ferdinand Foch, estacionado en un claro del bosque de Rothondes, cerca de Compiegne (nordeste de París).

En retirada desde el inicio de la contraofensiva aliada de julio, el Ejército alemán sigue combatiendo en Bélgica y Francia durante los primeros días de noviembre. Su cohesión y disciplina permanecen intactos, y el suelo germano inviolado.

Sin embargo, convencido por los altos mandos de que ya no hay posibilidad de victoria, el Gobierno de Max de Bade pide el 4 de octubre la paz al presidente norteamericano, Thomas Wilson, sobre la base de su programa en 14 puntos.

Los aliados de Alemania se habían derrumbado uno tras otro: Bulgaria había firmado un armisticio el 29 de septiembre; Austria había sido vencida por los italianos en Vittorio Veneto (24-27 de octubre), y Turquía se había visto obligada a firmar el armisticio de Moudros, el 30 de octubre.

En la retaguardia, el motín de los marinos de Kiel (suroeste de Alemania) provoca, el 3 de noviembre, un movimiento revolucionario que se propaga rápidamente a todas las grandes ciudades y provoca la abdicación del Kaiser Guillermo II el día 9. La revolución quita cualquier posibilidad de maniobra al gobierno alemán y permite a Foch imponer las condiciones más duras.

8,5 millones de muertos

Los alemanes aceptan entregas considerables de material de guerra, vagones, locomotoras. Liberan sin reciprocidad a los prisioneros aliados y deben evacuar en quince días los territorios invadidos en el frente occidental, así como las provincias francesas de Alsacia y Lorena (noreste).

Al anunciarse el fin de las hostilidades, la retaguardia celebra, pero los soldados están debilitados y agobiados y en el frente sólo existe una inmensa sensación de alivio.

Desde el inicio de la guerra, cuatro años atrás, hasta el 11 de noviembre de 1918, unos 8,5 millones de soldados habían perecido, sobre un total de 65 millones de personas movilizadas. Francia tiene que ocuparse de un millón de inválidos.

Pero aún no ha llegado la hora del balance. Por el momento, sólo importa el júbilo y se festeja en todas las capitales aliadas.

En París se baila al ritmo de una orquesta negra instalada en las escalinatas de la Opera y la muchedumbre aclama al padre de la victoria, Georges Clemenceau. La multitud invade también el Piccadilly Circus en Londres, la Quinta Avenida en Nueva York y la Piazza Venezia en Roma.

En los grandes puertos de la costa atlántica, como Saint Nazaire, Brest, El Havre, las tropas estadounidenses recientemente desembarcadas desfilan bajo sus banderas y esperan el momento de regresar a su país, como los dos millones de "boys" desplegados en el Viejo Continente, que piden volver rápidamente a sus hogares. (AFP).