Opinión: OPIN-08

Opinión

La música y la nostalgia

Lo inevitable puede suponer varias alternativas con una única certeza: sucede siempre. La desaparición física de una persona es en general imprecisable, pero seguramente inevitable. Carlos Guastavino, músico santafesino y argentino, con una presencia internacional seguramente mayor que el difuminado prestigio que tenía en su propio país, acaba de dejarnos. Y cuando se da una circunstancia como ésta, de inmediato se plantea la significación de la figura y de la obra, y aparecen las preguntas y las respuestas que no siempre pueden resultar confortantes.

Pero es necesario señalar ya que con Carlos Guastavino se ha ido un compositor prolífico, con una producción cualitativamente pareja pero que no obstante logró, en lo vocal y en lo instrumental, algunos picos memorables que lo proyectaron fuera del país. Al respecto recuerdo cómo hacia 1969 escuché en Italia, y en diferentes ciudades de ese país, su "Se equivocó la paloma", lo que me llenó de alegría y también de sorpresa, no obstante que por aquella época, el autor de la letra, Rafael Alberti, y María Teresa León, su esposa, se encontraban viviendo en Roma. Pero también debemos decir que para nosotros, santafesinos, Guastavino es un compositor entrañable que tuvo el talento indispensable para expresar a Santa Fe, su país, como lo hubiera dicho don Mateo Booz, en el universo sonoro de sus canciones y de sus composiciones instrumentales. También es necesario agregar que no sólo le dio perfil sonoro a la región, sino que captó la tradición del folclore nacional en sus múltiples facetas y no lo tradujo a un pintoresquismo irrelevante, sino que elaboró un producto refinado que guardaba celosamente las esencias y que en los procedimientos creativos y formales tomaba en cuenta los preceptos de la llamada música culta europea. Esto le valió por parte de los que asumían una mezquina y dañosa postura nacional-populista el calificativo de músico culterano, y cierta consideración despectiva por parte de los compositores que, tratando de superar la onda romántica ostensiblemente declinante al alborear el siglo XX, buscaban otros medios, otras técnicas, otros lenguajes para expresar el duro dramatismo que protagonizaba la sociedad contemporánea. Guastavino era considerado una especie de supérstite romántico con influencias del folclore, hispánicas y un toque de refinamiento francés que también influyó en la intelectualidad de sus años juveniles.

Como frecuentemente sucede, el árbol no deja ver el bosque y la consideración parcial y mezquina del firme vínculo de Guastavino con la tradición en todos los sentidos, significó un retaceo, pero no invalidó en absoluto su trabajo, sencillamente porque la creatividad y el talento no pertenecen a ninguna escuela en particular, y así como un vanguardista puede resultar nada más que pura cháchara o un formidable creador, también puede suceder con aquellos cautivos de la tradición que gracias a su talento, pueden recrear un lenguaje, despejándolo de retórica vana y confiriéndole auténtica vigencia expresiva.

No debemos olvidar en este ceñido discurrir, que Guastavino tenía incorporado el folclore más allá de todo cálculo y de toda especulación formal, o sea que lo sentía brotar de sí mismo y lo percibía como una tradición viva no obstante su reconocimiento de que en sus comienzos no advertía la utilización espontánea de elementos rítmico-melódicos del folclore. No siguió los pasos de Bela Bartok y de Zoltan Kodaly en el sentido de una investigación rigurosa y científica del folclore, pero es cierto que tenían una valoración común e importante de la tradición.

Quizá es oportuno preguntarse aquí si el pasado muere o desaparece del todo alguna vez. Creo que la respuesta más honesta y razonable es declarar que el pasado, en realidad, no muere nunca, de un modo u otro convive con el presente y, en cierta manera, anuncia el futuro. Posiblemente esto es así porque esencialmente las vivencias humanas son siempre las mismas, sólo cambia la manera de cómo son expresadas, lo que sin embargo no es poca cosa. Por esa razón podemos identificarnos fácilmente con las distintas manifestaciones del arte y la cultura del pasado. Por eso también puede especularse que todo artista diseña en realidad una obra única y el hecho de que en cada época se ganen territorios del insondable psiquismo humano, no significa la modificación de su naturaleza que ha permanecido idéntica a sí misma a través del tiempo en el ámbito histórico de nuestra civilización.

En la caracterización de su obra podemos señalar que elaboró un estilo que lo hace inconfundible. Tanto sus obras vocales, solísticas y corales, como las instrumentales, son demostrativas de una remarcable diversidad con la utilización de una amplia batería de recursos, tanto compositivos como instrumentales, muy notorios sobre todo en la elaboración de la parte pianística, resultando estimulante tanto para el ejecutante como para el oyente. Evitó deliberadamente la escritura meramente virtuosística, privilegiando en cambio el clima y la ambientación expresiva.

Nunca le preocupó ser un revolucionario o un innovador, su interés en la construcción rítmico-melódica y en la armonía tiene que ver con la definición de su propia singularidad estilística. Sus melodías amplias y regulares son remisibles, sin duda, a las prácticas del romanticismo decimonónico y también a las influencias de la música popular. Evitó la elaboración ardua a la que son tan proclives otros compositores, porque era afín a su temperamento sentir que la música debía volar libremente, como un pájaro.

Podemos preguntarnos también: ¿será recordada su música o irá diluyéndose en el tiempo junto con su memoria? Guastavino ocupa un espacio importante en un sector de la sociedad, pero debemos reconocer que el ser humano en general y los argentinos en particular, somos memoriosos de lo banal y olvidadizos de los hechos trascendentes. Y puede afirmarse que el compositor no tuvo en vida los reconocimientos que la sociedad argentina le debía por todo lo que nos regaló. En sus últimos años seniles, tuvo el afecto de los que le querían, divagando con sus fantasmas, rodeado por el silencio.

Hay muchas de sus canciones para recordar, pero una sobre todo, emblemática en la evocación y en la nostalgia, que nos transporta a una Santa Fe casi colonial, de casas y tapiales bajos, recostada en el atardecer, donde los naranjos lucen el recamado de sus azahares y junto a jazmines y magnolias perfuman el aire, engalanando, como a una muchacha, la ciudad humilde. Esta canción es Pueblito mi pueblo y corresponde a la producción temprana de Carlos Guastavino, un santafesino ilustre.

Francisco Maragno