Opinión: OPIN-04

Opinión

Demócratas para una democracia

Al asumir este gobierno, expresábamos que nos hallaríamos ante una situación compleja pero apasionante. Decíamos que, en un hecho único, una alianza se hacía cargo del Poder Ejecutivo de la Nación. El escenario contenía enfrente a un Senado con amplia mayoría menemista, una Cámara de Diputados con mayoría oficialista y una considerable cantidad de provincias gobernadas por representantes del justicialismo. Esto era producto de un proceso de cambio que obligó al radicalismo a constituir una alianza electoral nacional frente a un justicialismo también mutante, carente de una autoridad vertical.

Advertíamos en lo interno que el oficialismo dejaría oír el sonido de fuertes crujidos, producto de un lógico forcejeo en el ejercicio del poder y que, en lo externo, debía prepararse al menos por dos años para intensas y desgastantes negociaciones, tanto con el Congreso como con los gobernadores. Todo esto se hallaba encorsetado dentro de un marco económico social con luz roja encendida.

Lo importante era que la democracia comenzaba a funcionar a pleno en nuestro país y que las soluciones debían transitar por sus andariveles.

Adhiriendo a la teoría de que en los primeros meses de gobierno se tolera cualquier medida, se llevó adelante la reforma impositiva y la rebaja de salarios al sector público. Se ignoró que dicha teoría tenía consistencia cuando las democracias nacían luego de gobiernos de facto. La continuidad del sistema no admite preclusiones. Proyecta continuidades de políticas cuyos cortes abruptos pueden ser fatales. En el caso que nos ocupa, se pegó duro en el sector que había constituido la base estructural de la composición aliancista.

Lejos del consenso

Nuestras observaciones se fueron cumpliendo a rajatablas. Debemos advertir que algunos acontecimientos, como la renuncia del vicepresidente de la Nación, sobrepasaron la lógica de nuestra advertencia.

Esto nos lleva a una primera conclusión. Resulta muy difícil el consenso en la Argentina. Todavía algunos entienden que la democracia significa abrazarse a la totalidad del poder. Ignoran que ella es multicolor y que cada sector ocupa un espacio. Actitudes sordas e intransigentes, cuando no infantiles, fracturaron la Alianza y nos desbarrancaron hacia una aparente desestabilización institucional, que ahondó más en la ciudadanía el proceso de desencanto que transita.

Ausente un vicepresidente con exceso de protagonismo, ganó la escena con exclusividad la figura del presidente. De perfil bajo, escasa comunicación con la sociedad, cavilante y a veces indeciso, constituye la cara antagónica de sus antecesores. Parece que no fuera la autoridad reclamada por la ciudadanía, ansiosa de caudillismo, conductores mediáticos, protagonistas de un folclore muy particular.

La gravedad de la situación

Así hemos llegado a nuestro presente. Con una descripción que realizamos hace once meses, pero agravada por signos de confusión entre dirigentes y dirigidos.

Los primeros, por no comprender la gravedad de la situación y persistir en fórmulas derogadas por los tiempos. Prueba de ello es la dura disputa entre la Nación y las provincias por el gasto social. Esto no significa ni más ni menos que discutir quiénes distribuyen los bolsones, y lo que interesa realmente es que haya menos carecientes, para que se repartan menos bolsones.

Esto nos demuestra que para algunos -todavía- lo prioritario es el asistencialismo como condimento esencial para la llegada al poder. Una vez allí, se verá qué se hace. Así nos va.

Resulta indispensable que el mapa político de la pobreza sea relevado por organizaciones no gubernamentales, a fin de erradicar uno de los métodos más despreciables de la politiquería, constituido por el lucro a costa de los pobres.

Los otros, por seguir creyendo todavía, con ansiedad devoradora, que el Estado les va a solucionar lo que es muy difícil de lograr. Por creer que votando por la oposición iban a lograr la solución de todos los problemas y por bajar los brazos ante situaciones inquietantes. No somos ingenuos sobre el análisis de la actual situación y, sobre todo, por la inoperancia del gobierno en muchas áreas. Sin embargo, bajar los brazos es sucumbir aún más. Antes, aparecían actores políticos carentes de legitimidad, como las fuerzas armadas y se creía que los problemas se solucionaban, cuando en realidad aumentaban. Hoy, esos actores no están disponibles. La solución deberá encontrarse solamente dentro de la democracia. Es un desafío muy difícil para generaciones culturalmente desacostumbradas e inmersas en un torbellino de cambios.

Lección apta tanto para gobernantes como para gobernados.

Carlos Caballero MartínDiputado Nacional por el PDP