Opinión: OPIN-07

Opinión

Cartas a la dirección

Solidaridad, virtud de Dios

Señores directores: Donde quiera que uno esté, cualquier día, a cualquier hora, si se quiere ver, hay una luz que muestra los límites entre el bien y el mal, que muestra ese camino donde se mezclan las risas y las lágrimas, que tiene un nombre virtuoso: solidaridad. Una vez finalizada la noche festiva del viernes 10, cada uno de vuelta a sus cosas, coincidimos en que no volvimos igual, un compromiso emocional nos unía.

Fue una noche de lluvia, de esas que amaba el corazón poético de Juana de Ibarbourou y yo rogué: que la fecundidad de la lluvia se transmita al corazón y dé sus frutos en cientos de santafesinos para que se inscriban en el Libro de los Padrinos del Hospital de Niños.

En este bendito anuncio del nuevo siglo, entremos en él con la magia de la solidaridad porque es una fuerza que nos da fuerza, que nos abraza, que nos empuja, que una vez que nos tocó no puede dejar de impulsarnos. Simplemente es la mano que se tiende hacia otra mano, es el pan que se parte, se reparte y se comparte, como en esa pintura sorprendente de Leonardo Da Vinci que nos hace estremecer. ¿Quién nos dio el ejemplo más valioso del amor divino?: Dios, que amó tanto a la humanidad que le dio su propio hijo.

El mundo sigue andando por el propio empeño en las pequeñas cosas de todos los días, por los gestos cordiales que animan, la disciplina y la tolerancia que tenemos presente en el vivir y por la compasión, que hace que el corazón crezca, porque pertenecemos a esa especie humana que se asoma a sus balcones para ver crecer su flor. Erase una vez un Pasteur, una Madame Curie, un Salk, un Barnard, un Sabin, un Favaloro, no hace falta llenar páginas con su ciencia. íEn cuántos seres, en cuantos niños se pueden reconocer sus espíritus como algo siempre cercano, como algo siempre vivo!

Será imposible olvidar al hombre reflexivo, honorable, Dr. Orlando Alassia, que supo juntar sus pequeñas debilidades, sus gastadas energías, con sus idas y vueltas, sus luces y sus sombras. Lo recuerdo en sus últimos tiempos de Quijote, en sus sueños de gloria, transformados en este espectáculo del hospital a cuya bella realidad se une el trabajo meritorio de todos sus doctores creativos e innovadores, siempre en sus pequeños milagros cotidianos, cumpliendo aquello tan dulce y bíblico: "Dejad que los niños vengan a mí". Siempre será reconocido el protagonismo mágico de los doctores Aparo y Paviotti.

A los niños tristes, silenciosos, confundidos, debemos sumarles un vocabulario afectivo. Necesitan un padrino, ojalá sea alguien que nos lee. Quiero un mundo donde jamás puedan oírse los suspiros de un Espartaco vencido, donde la cicuta para Sócrates nos avergüence, donde un filósofo como Séneca no sea obligado a desangrarse. Y... por cada niño que muere la humanidad se tambalea. Llegará el día del juicio final y la gran pregunta será: ¿qué has hecho tú por un niño? Clary Miroznik Germán. Ciudad.