Opinión: OPIN-01

Opinión

La deuda política


Aunque Hugo Moyano y el resto de los dirigentes sindicales no lo vayan a aceptar en público, el país no se detuvo a causa de la huelga decretada por las tres centrales sindicales. En rigor de verdad, está parado desde hace tiempo. En todo caso, el paro ritual no hizo más que agravar o profundizar una tendencia negativa que los argentinos venimos soportando desde hace casi tres años.

Ninguno de los serios problemas que afectan a la economía argentina se han resuelto con esta huelga. Por el contrario, es probable que se agraven en tanto y en cuanto la medida de fuerza provoca un efecto inverso al que se proclama.

Los problemas reales que merecen discutirse no están incluidos en la agenda de los gremialistas; entre otras cosas, porque más de uno sospecha que, si efectivamente éstos se discutiesen, habría que ponerle fin a algunos de sus privilegios y, muy en particular, a aquéllos que se derivan del manejo discrecional de las obras sociales, para muchos, el motivo real de su inesperada "combatividad".

Según estimaciones oficiales, el país perdió con esta huelga de treinta y seis horas la friolera de 1.500 millones de pesos, sin que a cambio se hayan logrado soluciones efectivas a la crisis. Por el contrario, la recurrencia de errores gubernamentales y de paros sindicales ofrece al mundo una imagen que agudizará las malas notas de las calificadoras internacionales de riesgo y dificultará al extremo las negociaciones ya difíciles con los organismos multilaterales de crédito.

La falta de poder del gobierno, la fragmentación política, la inseguridad jurídica que acecha detrás de cada propuesta sectorial y el embanderamiento de vastos segmentos con ideas tan simples y peligrosas como las que propugnan el no pago de los intereses de la deuda, la reducción de impuestos y el incremento del gasto social trazan un panorama de alto riesgo.

Entre tanto, queda pendiente para el futuro inmediato discutir en serio aquellas cuestiones que hacen al fondo de la crisis. Temas tales como los vicios de nuestra clase política y la grave incompetencia de la gestión estatal no se cuestionan, o sólo se tratan con superficialidad. Tampoco se dice demasiado sobre las conductas de un empresariado que se niega a competir y prefiere vivir pegado a los faldones del Estado, a sus prebendas y canonjías. Otro tanto puede decirse de los escandalosos niveles de evasión impositiva protagonizados por algunos de los grupos económicos más fuertes y de la crisis casi terminal del sistema educativo.

Resulta más cómodo echarle la culpa de nuestras calamidades al FMI o al perverso "neoliberalismo" que asumir con seriedad las responsabilidades que nos competen por el desarrollo de un sistema que "cada vez funciona menos" y que es el responsable directo de la postración económica y cultural de la Argentina.

Es precisamente la profundización de la crisis lo que exige del gobierno y de la totalidad de la clase dirigente una actitud de grandeza y lucidez que permita encontrar la salida a un situación que, en muchos aspectos, parece terminal.

La respuesta a nuestros males no surgirá de los paros, sino del trabajo y del esfuerzo mancomunado. Empero, esta afirmación no significa desconocer las raíces de un malhumor colectivo que se extiende por la sociedad como una mancha de aceite. Hay buenas razones para que los argentinos nos sintamos mal, defraudados por los políticos y aplastados por el peso cada vez mayor de una economía varada.

No obstante, en situaciones como ésta, es necesario hacer ejercicios de inteligencia para buscar el mejor camino de salida a la crisis. Corresponde al gobierno, en primer lugar; pero también a los partidos de la oposición, a los dirigentes sociales y empresariales asumir con responsabilidad y patriotismo los imperativos de la época.