Opinión: OPIN-04

Opinión

Cultura anti-vida y bienestar


Los interrogantes crecen cuando se comprueba que esta cultura "anti-vida" se va extendiendo entre nosotros bajo forma de progreso y por querer lograr una mejor calidad de vida.

Hoy crece la tendencia a disociar la fe de las exigencias que ésta implica en el ámbito de la vida humana.

No se descubre en la experiencia cristiana un principio que ayude a entender y a vivir la vida de manera sana, positiva y plenamente humana.

El respeto a la vida aparece por un lado como uno de los principios más fundamentales de nuestra cultura, sin embargo cuando la cultura del bienestar se implanta como valor prioritario al que debe subordinarse todo, comienza a crecer una ambigüedad ética que puede llegar a marginar y rechazar todo lo que no alcanza un determinado nivel de calidad.

Cuando se dispone de la vida del no-nacido o se plantea la eutanasia más o menos encubierta de ciertos enfermos o se descuida la terapia de ancianos sin interés, ¿se está actuando en nombre de la vida humana o en nombre del interés egoísta de algunos?

¿Por qué ciertas vidas valen y otras no?

¿Cómo quitar el valor a ciertas vidas sin quitar automáticamente el valor a cualquier otra vida humana?

Hoy el progreso de la tecnología permite una intervención cada vez más eficaz y audaz en el origen de la vida (revolución genética), en la fecundación (técnicas de reproducción artificial), en la prolongación de la vida, en la supresión del dolor y en tantos otros ámbitos de la biología humana planteando graves y complejos problemas éticos.

Cuando más es el poder técnico de la humanidad, se debería descubrir mejor la necesidad de unos criterios éticos firmes al servicio de la vida para impedir que un aparente progreso termine atentando contra el propio hombre.

Tendencia cientificista


Hace años un filósofo no cristiano le pedía a cada hombre que se preguntara: ¿qué es la vida? ¿Para qué vivir?

Sartre responderá que todo es un absurdo tanto nacer como morir.

Según la visión que se tenga del hombre así también será la respuesta sobre la vida.

Si partimos de una visión del hombre heredero de una antropología dualista, cuerpo y alma separados cuando no antagónicos, nos desconectamos de una antropología bíblica revelada por Dios a los que se abran a la revelación y que terminaremos en una relación desconectada con el Creador, carente de todo sentido trascendente, entonces la vida del ser humano se está convirtiendo en una rutina irrelevante, un episodio que hay que llenar de bienestar y experiencias placenteras.

Pero ¿es progreso entender y vivir la vida de una manera tan rudimentaria y unidimensional, tan pobre de contenido de horizonte y de sentido como la viven hoy no pocos hombres y mujeres?

Hay un cierto cientificismo cartesiano que va reduciendo la vida del hombre empobreciéndola hasta un puro funcionamiento de una compleja maquinaria físico-química donde apenas queda espacio para la libertad, la creatividad y el impulso a la trascendencia o espiritualidad.

¿No es preocupante que en nuestra cultura haya un interés tan grande por los detalles más minuciosos de la ciencia biológica y al mismo tiempo una indiferencia y una despreocupación casi total por lo esencial y básico de la existencia humana?

¿Qué clase de salud?


La preocupación que el hombre siente hoy por su salud es casi obsesiva y parece que la salvación del más allá hasta ha sido sustituida por la preocupación de la salud del más acá.

No parece tan fácil definir a quién podemos llamar "hombre sano".

El concepto de salud depende de la concepción o modelo de hombre que se tenga.

Podemos preguntarnos, ¿cuál es el modelo de hombre que se encierra detrás de una salud excesivamente medicalizada y tecnificada e ingenuamente idealizada o absolutizada?

¿No sería demasiado parcial y fragmentaria una cultura del cuerpo que no tenga en cuenta otras dimensiones esenciales de la persona?

¿Es suficiente un modelo de medicina que se ocupa preferentemente de curar un órgano enfermo sin atender a la sanación integral de la persona?

¿Basta cuidar el psiquismo humano como proceso cerrado en sí mismo, ignorando sistemáticamente la dimensión espiritual y trascendente de la persona?

¿Hemos de vivir para cuidar la salud, o cuidar la salud para vivir de una manera humana?

Nuestra Pastoral de la salud presenta qué podemos entender por salud diciendo: la salud es un proceso dinámico permanente que mira al bienestar integral del hombre. Un estado de equilibrio psíquico, social, espiritual, moral y no mera ausencia de enfermedad. Es todo un estilo de vida; una manera de ser y de relacionarse en forma autónoma, solidaria y gozosa. (Consejo Pontificio de la Pastoral Sanitaria).

De modo que el hombre en la medida en que va creciendo vaya adquiriendo una madurez tal que le permita vivir con entera libertad la vida y goce por compartir solidariamente con el prójimo sus ansias y anhelos y consiga la capacidad de vivir fraternalmente con todos los hombres.

Aun en la enfermedad se puede vivir en plenitud la vida. Por eso no nos preocupamos sólo por defender los derechos a la salud sino los derechos a la vida. Porque viviendo es como se experimenta el gozo del amor.

De allí que Juan Pablo II llama a los agentes de La Pastoral de la salud "ministros de la vida" (carta a los Agentes de La Salud Nª4).

¿Qué hacer con el sufrimiento?


Cuando uno asume de manera responsable la realización plena de su vida no siempre se siente bien y cómodo. Una vida auténticamente humana exige muchas veces lucha, renuncia, sacrificio, entrega abnegada, experiencias que todas ellas no siempre pueden englobarse bajo el concepto ordinario de bienestar.

Por eso me pregunto ¿qué bienestar yo busco, qué contenido le doy a nuestro deseo de bienestar, en qué hacemos consistir nuestra felicidad?

La vida nuestra, por más que intente eliminar el sufrimiento, siempre es limitada y vulnerable, expuesta a la amenaza constante de la enfermedad, el accidente, la desgracia, destinada inevitablemente al envejecimiento y a la muerte.

El hombre resuelve algunos problemas y genera otros. Vence unas enfermedades y crea focos de nuevos males.

Sería un verdadero engaño hablar de vida humana llena de bienestar y escamotear el problema de la enfermedad, el sufrimiento, la injusticia destructora, o la muerte.

Por eso no es legítimo hablar de la vida humana sin tratar de responder a algunas preguntas inquietantes: ¿Qué hacer con el sufrimiento? ¿Cómo asumir la enfermedad?

Para vivir de manera plena, ¿habrá que eliminar necesariamente de nuestra vida todo sufrimiento y dolor? ¿Será la salud pura ausencia de enfermedad o consistirá precisamente en vivir de manera positiva y saludable, incluso la enfermedad y los límites inevitables de esta vida nuestra frágil y caduca?

¿No habrá que tener en cuenta aquello de saber sufrir para dejar de sufrir? Por otra parte, ¿qué hacer ante el sufrimiento de los demás? ¿Cómo cerrar los ojos ante tanto dolor y desgarro? ¿Cómo construir mi propio bienestar cuando tantos hombres y mujeres son destruidos por el sufrimiento lejos o cerca de mí?

¿Sólo salud o también salvación?


La vida del cuerpo está destinada irrevocablemente a su extinción biológica. Es inútil banalizar la muerte como un hecho irrelevante.

Años atrás ya Freud decía "que el complejo de la muerte" es lo más difícil de asumir por el ser humano.

Tarde o temprano brota en el corazón humano una pregunta ineludible: ¿Qué va a ser al final de todos y cada uno de nosotros? ¿Qué va a ser de esta salud cuidada con solicitud y de esta vida atendida con tanta asistencia médica y prolongada con tantos medios técnicos? ¿En qué va a terminar este cuerpo cuidado con tanta dedicación?

Buscamos sólo salud, ¿el hombre no necesita algo más?

¿No está en el interior del hombre una tendencia innata a la trascendencia? ¿No está ínsita en nuestro ser la necesidad de una salvación? ¿De una salvación eterna y plena? ¿No hay en el hombre el anhelo de algo eterno?

Esto es lo que hiciera exclamar a San Agustín después de las experiencias desviadas de su vida: "Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti".

Pbro. Hilmar M. ZanelloAsesor de la Pastoral de la Salud de la Arquidiócesis de Santa Fe.