Opinión: OPIN-02

Los tiempos de lo inesperado

Por Pedro J. Frias (*)


Tardé años en comprender la sentencia del norteamericano Emerson: "Quien no espera lo inesperado, no lo reconocerá". Ahora que estamos permanentemente sorprendidos por lo inesperado tenemos que educarnos para presentirlo o a lo menos para reconocerlo de inmediato y evitar su perjuicio.

Las relaciones internacionales iban bien, pero un personaje mediático de Francia, antes de morir, había pronosticado que las guerras del siglo XXI serían provocadas por mafias y fundamentalismos. ¿Le hicimos caso? Parece que el atentado del 11 de septiembre, en Nueva York, no lo esperábamos. ¿Quién se atrevería a desafiar a la potencia mundial y de paso perpetrar el crimen espantoso que ha significado? Los fundamentalistas pueden alimentar una intolerancia que no es fácil prever. ¿Cabe tanto odio en la naturaleza humana?

Ahora tememos la guerra de otra naturaleza: el bioterrorismo puede envenenar las aguas con mercurio y la atmósfera con gases.

Si la informática implicó un cambio también inesperado, mal que mal, y a pesar de los piratas, nos vemos sirviendo de ella.

Si la genética permitiría clonar y otras aventuras científicas no siempre morales, enfrentaremos problemas de que se preocupen por ahora unos pocos.

Y si volvemos la atención a algo que pertenece a la percepción ciudadana, como el voto, ¿podíamos imaginar en la Argentina un grado tal de "no participación" en las elecciones?

Abstención, voto en blanco, voto nulo... La explicación es válida por la insatisfacción de la ciudadanía, aunque ese comportamiento nos descalifique.

Reconocer lo inesperado


Como los ejemplos se multiplican -tantos podría derivar de la globalización- me interesa más sugerir un crecimiento social y personal que nos ponga a la altura de lo inesperado.

Sin duda, el conocimiento, la educación, pueden prepararnos. Si nos asomamos al inminente futuro, el horizonte nos devolverá los problemas próximos. Pero ¿de qué educación hablamos? No necesariamente de la futurología, pero sí de la que se obtiene con la lectura seria que nos ayude a informarnos y razonar. Si no despegamos de la actualidad hacia adelante, estaremos ciegos a lo inesperado.

Enseguida se me ocurre que quien cree en la Providencia no sólo tendrá más fortaleza sino más sagacidad. Porque los Libros Santos nos enseñan a "esperar", y esa espera será colmada.

En tercer término insisto en hablar de la capacidad estratégica que cada uno necesita para que la velocidad de los cambios no le arrebate sus proyectos. Las reglas son necesarias y deben cumplirse, pero las estrategias nos adaptan, desarrollan la inteligencia emocional y no tienen por qué transgredir los principios. A veces, los que llamamos principios son rutinas estériles. Como anticipó Max Weber, se puede pasar de la ética de los principios a la ética de las responsabilidades, pero los verdaderos principios pueden quedar a salvo. Hoy frecuentemente no quedan a salvo. Somos transgresores en la vida privada y en la vida pública, y así nos ha ido. Las elecciones del 14 de octubre lo prueban. Pero hay estrategias de cambio, y hasta nuestra inseguridad actual nos llevará a reconocer lo inesperado a tiempo para modificar sus causas o a lo menos sus consecuencias no deseadas. Los tiempos de lo inesperado son difíciles, nos pueden abrumar, pero cada persona tiene capacidad de respuesta y superación.

(*) Presidente honorario de la Academia de Derecho de Córdoba y de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional.