Pantallas y Escenarios: PAN-01

La miseria y la piedad unidas
en desestructurante relato

Archivo. PREMIADO. Bruno Dumont (centro) en momentos de obtener el Gran Premio del Jurado en Cannes, flanqueado por sus productores.

Bruno Dumont, filósofo de formación, es un cineasta para el cual no existen las convenciones ni brinda concesiones para aligerar su lenguaje.


Basado en el tiempo, es la observación profunda la que mueve a sus personajes envueltos en tiempos muertos en donde nada progresa, salvo esa mirada que compartimos y con la cual nos metemos en las habitaciones, casas, calles y paisaje de estas criaturas que viven sus vidas sin otro horizonte que cumplir un ciclo, una función. Entre ellos se desarrollará una mínima anécdota policial, en torno a una niña de once años, que un día aparece violada. Dumont subraya la escena con un plano de la vagina.

Nuestros personajes fundamentales son tres. Pharaon de Winter, un detective que contradice a sus pares. No investiga rutinariamente, cultiva plantas, goza tocando a la gente, tiene capacidad olfativa y quiere a la tierra. Perdió a su familia y vive con su madre aceptando sus reglas. Está enamorado de Domino, su vecina, pero cuando ella acepta tener sexo con él la rechaza, porque quiere tenerla de otro modo, que excluye al de Joseph (pareja de Domino), que hace el amor mecánicamente, sin caricias ni ternuras.

Pharaon es una suerte de Cristo, un ser humano que recibe todas las angustias y en buena medida está imposibilitado de dar, de lograr una armonía que sabe imposible pero sí capaz de imaginarla. Es sensitivo y se expresa con sus actos, pues la palabra no puede traducir su sentimiento. Domino es receptora, es la que estimula la vida, la generadora de deseos y la continente pasiva de los otros. Joseph es el que exige, el animal primario que se reproduce y muere.

Dumont filma el vacío, el lugar adónde nadie va, esa pequeña e insignificante pulsión que asoma detrás de cada gesto, mirada o situación. Con una total economía de medios, una puesta en escena despojada de todo elemento que no sea significante, todo lo que se ve y escucha en el filme alimenta ese devenir del tiempo, ese sentido del fluir de la vida con sus pro y sus contras, con las contradicciones humanas recreadas en el estrecho margen de sus seres, habitando el desmesurado paisaje.

El que puede ser un ampuloso título, como la humanidad, es simplemente la que contiene Pharaon, un testigo que siente que todo se concentra en el poder de dar y recibir. El plano de otra vagina está entre los últimos de este filme, haciendo una correspondencia con el que habíamos visto al inicio. Entre ellos corrió el río de la vida, serpenteante y saliéndose de madre. La calma del paisaje, la mansedumbre del lenguaje de Dumont, heredero directo de Bresson, hacen que veamos a esta vida humana desde muy cerca, pero a la vez desde la lejanía que proveen sus tiempos quedos: un cine vital, desesperanzado y altivo.

"La humanidad"


("L'humanité", Francia, 1999); dirección y guión: Bruno Dumont; fotografía: Yves Cape; música: Richard Cuvillier; montaje: Guy Lecorne. Intérpretes: Emmanuel Schotée, Séverine Caneele, Philippe Tullier, Ghislain Ghesquiére y Ginette Alegre; duración: 150m. Presentada por Primer Plano en Auditorio ATE.

Juan Carlos Arch