Opinión: OPIN-03

Pasar de la disuasión a la confianza


Estados Unidos y Rusia se comprometerán por escrito mañana a desmantelar dos de cada tres cabezas nucleares estratégicas ofensivas actualmente desplegadas.

Tendrán diez años para cumplir el somero pero cristalino Tratado de Desarme que firmarán los presidentes George W. Bush, de EE.UU., y Vladimir Putin, de Rusia.

Para 2012, cada una de las dos potencias antes enemigas y ahora aliadas deberá tener operativas no más de 1.700-2.200 cabezas, con un máximo total acumulado de 4.400.

Esta cifra es menos de una décima parte de las 50.000 cabezas que llegaron a sumar en el punto más crítico de su rivalidad durante la Guerra Fría, cuando el llamado "equilibrio del terror" se basaba en la disuasión ante una "destrucción mutua asegurada".

Pero con lo que se le ha venido al mundo encima, Bush y Putin han decidido que tienen cosas más importantes que hacer que amenazarse uno a otro con sus arsenales nucleares.

Los dos redondearán su quinta cumbre con la publicación de un paquete de acuerdos paralelos políticos y económicos, entre ellos una Declaración Conjunta sobre Principios de las Nuevas Relaciones Estratégicas de tanto calado como el Tratado.

La Declaración Conjunta, según versiones adelantadas de un texto que todavía perfilaban altos cargos de los dos países, permitirá además que EE.UU. y Rusia trabajen conjuntamente en un "escudo antimisiles" defensivo que antes repudiaba Moscú.

Con un preámbulo y cinco artículos operativos, sólo tres páginas y media en total, el nuevo Tratado se considera ya el último de toda una serie de acuerdos de desarme iniciada hace 30 años, y tendrá que ser ratificado por el Parlamento ruso y el Senado norteamericano.

Confianza, no hostilidad


Su reducida extensión y escueto contenido también se interpreta por ambos países como el comienzo formal de un diálogo Moscú-Washington anclado en la confianza y no en la hostilidad.

"Es mejor preocuparse de los pollos que van y vienen que de los misiles que van y vienen", dijo gráficamente el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, al referirse a una disputa comercial en marcha como signo de normalidad entre socios.

Igor Ivanov, ministro ruso de Asuntos Exteriores, manifestó con una frase más trascendente que a partir de ahora Moscú y Washington "deben convertirse en la principal fuerza motriz del deshielo en las relaciones internacionales".

"Ahora hay un enemigo común identificable", como dijo en alusión al terrorismo el secretario general de la OTAN, George Robertson, al acoger a Rusia la semana pasada en un nuevo Consejo conjunto que se reunirá por primera vez en otra cumbre el martes próximo en Roma.

La amenaza terrorista y de proliferación de armas de exterminio masivo, con peligro de que cualquier extremista pueda crear "bombas sucias" radiactivas o diseminar letales sustancias biológicas como el ántrax, ha propiciado una nueva estrategia de defensa.

A la hora de la verdad, tanto EE.UU. como Rusia reconocieron que su compromiso jurídico de recortar las armas nucleares ofensivas desde las actuales 7.200 de EE.UU. y 5.800 de Rusia es sólo simbólico.

Washington llegó a la conclusión hace tiempo tras una Revisión de la Postura Nuclear convertida en documento de cabecera del Pentágono que para hacer frente a los desafíos del siglo XXI no era necesario un arsenal tan apabullante una vez desintegrada la URSS.

Moscú, cuyo presupuesto de Defensa de 10.000 millones de dólares es sólo la cuarta parte del incremento de 48.000 millones con el que EE.UU. elevó su gasto bélico este año a 387.000 millones, ha escogido otro destino para sus limitados recursos.

Embarcada en unas ambiciosas reformas económicas para aproximarse rápidamente al menos al nivel de renta de los países menos opulentos de Occidente, Rusia no puede aguantar el ritmo.

Algunos especialistas en cuestiones militares incluso creen que al expirar el nuevo Tratado, el Kremlin sólo tendrá operativas poco más de mil cabezas nucleares, muy por debajo del techo acordado.

Pero de acuerdo con un incesante flujo de filtraciones oficiosas en vísperas del histórico viaje de Bush a Rusia, el Tratado emerge sólo como la punta del iceberg de la magnitud de la nueva alianza estratégica Moscú-Washington.

Por debajo navegan exigencias rusas que Washington se resistía a atender, como la vinculación entre las armas ofensivas del Tratado y las defensivas de la Declaración Conjunta, garantía a Moscú de que su arsenal no quedará inoperante por el "escudo antimisiles".

También tomarán carta de naturaleza mañana conceptos nuevos como la "seguridad económica" y la "seguridad energética", en virtud de la cual Washington impulsará financieramente la industria rusa de gas y petróleo y Moscú garantizará suministros a EE.UU.

El paquete de la cumbre, más el crucial acercamiento a la OTAN y la cumbre con la Unión Europea el día 29 que culminará la entrada de Rusia en Occidente, tienen el respaldo mayoritario de unos rusos que confían abrumadoramente en Putin, según las últimas encuestas. (EFE)