Opinión: OPIN-02 Rusia y Chechenia

Por Rogelio Alaniz


A los que conocen la historia de Rusia no les sorprendió la decisión de Vladimir Putin de resolver el conflicto con los secuestradores chechenos a través de un operativo que significó la muerte de más de ciento veinte personas. A los que conocen la mentalidad de un servicio de inteligencia del comunismo reciclado a líder de gran potencia, tampoco les debe llamar la atención esta respuesta militar.

Para un comunista, asesinar por razones de Estado es tan virtuoso como el ayuno para un católico convencido. Algunos dirán que Putin hace rato que ha dejado de ser comunista. Es verdad, pero el abandono de una teoría devaluada en el altar del realismo socialista no significa automáticamente perder los hábitos que fueron la base del poder comunista y de cualquier tipo de poder despótico: el crimen en nombre de la razón de Estado.

El futuro inmediato dirá el precio que deberá pagar Putin por su hazaña. Por lo pronto Israel y Estados Unidos le han dado el apoyo, pero en Europa no existe la misma unanimidad, entre otras cosas porque debido al operativo rescate con gas venenoso murieron varios europeos. Líderes chechenos que no compartieron el operativo terrorista de los fundamentalistas musulmanes, también manifestaron sus críticas a una decisión cuya victoria significó un alto costo en vidas.

Es verdad que negociar con terroristas no es fácil y mucho menos cuando la consigna de los terroristas es "victoria o paraíso", es decir, cuando la muerte no sólo es considerada una probabilidad cierta, sino que en cierta medida es deseada. Pero de allí a avalar a libro cerrado un operativo que incluyó la muerte de más de cien rehenes, hay una gran distancia.

De todos modos la resolución favorable del conflicto no significa un punto final a la guerra que Rusia viene manteniendo con Chechenia desde hace unos ocho años y en donde -bueno es aclararlo- el terrorismo es practicado por todos los contendientes.

El principal líder checheno fue Dudaev. Este militar, era un veterano de Afganistán y, hasta el derrumbe del comunismo, fue el jefe de los bombarderos nucleares en Estonia. A pesar de sus notables antecedentes militares que le abrían una formidable carrera política en el Kremlin, Dudaev se identificó con la causa chechena y en 1991 presidió el Congreso Nacional del Pueblo Checheno. No era fanático ni era un belicista a ultranza, sin embargo en 1996 fue asesinado por los rusos.

Los chechenos se declararon independientes en 1991 y en su momento Rusia no dijo nada o prefirió no hacer nada. Sin embargo, para 1994 la guerra ya estaba declarada. Grozni, la capital de este país de mayoría musulmana, fue prácticamente destruida por los bombardeos rusos de 1994 y 1999. La política belicista de Boris Yeltsin fue continuada al pie de la letra por Vladimir Putin.

En este punto los ex comunistas siguieron siendo fieles a sus maestros: en 1944 Stalin organizó una masiva deportación de chechenos acusados de colaborar con los alemanes. Algo parecido habían hecho en 1934 cuando a través de un decreto Chechenia e Irgushelia fueron obligados a fusionarse.

Desde el punto de vista de su extensión geográfica, Chechenia es un pequeño país del Cáucaso cuya extensión es inferior a la provincia de Tucumán y que no tiene más de un millón de habitantes. ¿Por qué entonces el empecinamiento de los rusos para negarles la autonomía? Tres motivos justificarían esta política: se desestabilizaría la Federación Rusa, se "calentaría" la frontera con Irán y Turquía y -fundamentalmente- se perturbaría el negocio del petróleo. Con relación a este último punto, Chechenia no sólo es un país rico en petróleo y gas, sino que por allí pasan los gasoductos y oleoductos provenientes de Azerbaiyan y Asia Central.

Si no existieran estas consideraciones económicas y militares, Rusia no tendría mayor interés por Chechenia. Es más, en 1992 intervino en Moldavia para respaldar la secesión de Transdniestr. No es muy diferente lo que reclaman los chechenos, con la diferencia de que en Moldavia no hay petróleo ni intereses militares.

El gobierno de Putin intenta presentar la cuestión chechena como un problema interno de Rusia, para justificar sus políticas represivas. Para los chechenos la perspectiva es diferente, ya que para ellos su lucha se enmarca en un proyecto de liberación nacional. Esta diferencia de perspectivas explica la índole del conflicto y la disputa por la legitimidad de las acciones.

La mirada sobre este conflicto sería simplificadora si se desentendiera de la historia de estos pueblos, de sus tradiciones guerreras, despóticas y expansionistas, de las pretensiones de gran potencia de los rusos y de los intereses geopolíticos en juego. Si bien Putin agitó el fantasma del terrorismo musulmán y sus conexiones con Al Qaeda para ganarse la simpatía de Estados Unidos, no se puede ignorar que algo de verdad hay en estos argumentos, como lo termina de comprobar el episodio ocurrido en el teatro de Moscú.