Opinión: OPIN-06 Una republiqueta de ladrones


Hace 50 años, la Argentina era el país líder de Latinoamérica, sólo superado en el continente por los EE.UU., como recordó recientemente una analista chilena. Nuestro país, en esos tiempos que parecen tan lejanos, registraba los menores índices de analfabetismo, mortandad infantil, pobreza, enfermedades endémicas, desocupación, déficit habitacional, violencia y delincuencia de América latina.

Por ese entonces, en Chile había "escuelas de ladrones", donde avezados delincuentes enseñaban a quitarle la billetera a un maniquí con cencerros, sin el menor ruido. En Brasil, la sífilis hacía estragos entre la población, como consecuencia del auge de la prostitución a la que eran empujadas las jovencitas, para comer. En México, la hambruna azotaba a los campesinos, en su mayor parte analfabetos y semianalfabetos. En España, el régimen de Franco agradecía a la Argentina el envío de barcos con trigo, que habían salvado al pueblo español del hambre. Mientras en Córdoba, la Fuerza Aérea Argentina fabricaba el jet de combate nacional Pulqui, la mayoría de los ejércitos latinoamericanos empleaba caballos y viejos camiones de los años '30.

Los niños norteamericanos pobres de Brooklym recibían regalos que les enviaba, desde Argentina, Eva Perón: pelotas de básquet y bates de béisbol.

Aunque hoy cueste creerlo, teníamos el mayor ingreso per cápita, las leyes laborales y sociales más avanzadas, el mejor sistema sanitario y los mayores índices de salud poblacional y práctica masiva de deportes y actividades al aire libre.

Argentina era, además, el único país latinoamericano con desarrollo industrial. Sus trabajadores eran los mejor remunerados, y sus entidades gremiales, las mejor organizadas, prestando a sus afiliados servicios que ni remotamente soñaban las masas pauperizadas y desempleadas del resto de América latina, Europa, Asia y Africa.

Segunda potencia continental


Como si todo esto fuera poco, los argentinos de esa época, eran los mejor alimentados y con mayor consumo de proteínas, superando ampliamente a todos los europeos y latinoamericanos. Los hijos de nuestros obreros concurrían a la universidad, que era gratuita, con comida, alojamiento y libros.

Por aquellos tiempos, las Fuerzas Armadas de nuestro país también eran las mejores y más respetadas de América latina, elogiadas hasta por los jefes militares del Pentágono de los EE.UU., que venían de dos guerras mundiales y de la Guerra de Corea.

Ese liderazgo, forjado entre 1943 y 1955, comenzó a decaer a partir del golpe de Estado que derrocó a Perón invocando "falta de democracia". Un débil argumento, en momentos en que Argentina era una potencia floreciente, y el gobierno contaba con el decidido apoyo electoral de las mayorías, ratificado una y otra vez.

Lo que ocurría entonces es que las masas daban su apoyo en las urnas a un "modelo nacionalista", que había transformado al país en una potencia. Y lo que vino después de 1955, fue el cambio de ese modelo. Costó medio siglo desmontarlo, pero finalmente lo lograron. Los resultados, terribles para el país, están a la vista.

Hemos retrocedido, estamos mucho peor que hace medio siglo. Hoy, ya no solamente hemos dejado de liderar, sino que somos el hazmerreír de Latinoamérica y el mundo, el objeto de burla y escarnio. Ya, sin disimulos. Se abalanzan sobre el gigante caído como chacales. Y es que Argentina no tiene destinos intermedios: "Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir". La cumbre o el abismo.

Por el honor


A esta altura de las cosas, la cuestión se va simplificando, y los caminos que nos quedan son pocos. Es ingenuo pensar que podemos seguir indefinidamente en esta situación de decadencia. No es así. No hay "meseta" en la decadencia, sino cuesta abajo y abismo. La continuidad del modelo nos llevaría al triste calvario de las luchas sociales, las guerras civiles, la anarquía, y finalmente la disolución nacional y social, como ha dicho el cardenal Bergoglio. Y esto no se arregla con una elección.

Ni la ONU, ni la OEA, ni el Derecho Internacional Público garantizan que sigamos siendo un país, o que volvamos a serlo. Somos, tristemente, una "republiqueta de ladrones", a quien ya nadie respeta, y por lo tanto, a merced de quienes quieran despedazarla, partirla o disolverla. Hoy, las hipótesis de "balcanización" y "libanización" son peligros concretos que no pueden soslayarse ligeramente, más aún teniendo en cuenta la gran extensión territorial de la Argentina, codiciada por muchos desde hace mucho tiempo.

El otro camino posible es decidirse de una vez y para siempre a volver a ser una Nación. Dejar de ser una republiqueta para volver a ser una Nación, no pasa por el maquillaje de los oropeles vacíos de la democracia formal. Se trata de algo más serio, más profundo. Se trata, en definitiva, de ser una Nación soberana "libre e independiente de toda dominación extranjera", como declararon nuestros antepasados el 9 de julio de 1816, en circunstancias no mejores que la actual.

Pero, claro está, esto implica un acto de voluntad. Hay que querer ser una Nación soberana, contra viento y marea. Y esto es una cuestión de honor. De honor nacional. Ya no se trata de votar por la cuota del televisor, por la dádiva del candidato, o por la prepotencia del puntero. Se trata de querer dar batalla por el honor. Pero ¿qué quiere el pueblo argentino hoy? ¿Querrá luchar por su honor, o seguirá votando a algún chanta manejado por "economistas"?

Monopolios y tecnócratas


Los planes y las políticas que lograron el liderazgo argentino de hace medio siglo, no fueron creaciones de técnicos y economistas. Muy por el contrario, fue un puñado de oficiales del Ejército con la colaboración de algunos civiles que no tenían experiencia anterior en el manejo de las cuestiones de gobierno.

Los objetivos a lograr, los modos de lograrlos, y los medios a emplear fueron determinados por esa conducción. Es decir, la toma de la decisión política. O sea, determinar cuál va a ser el modelo a construir. No un modelo económico, sino un modelo de Nación.

Hoy, se invierten los roles. Son los economistas los que deciden. Y los políticos juntan votos. Para que luego gobiernen los economistas, que responden a monopolios económicos concretos. Porque ¿qué es gobernar sino tomar decisiones? Un ejemplo: Carlos Menem y Fernando de la Rúa hicieron la tarea de lograr los votos necesarios, para que luego, Domingo Felipe Cavallo gobernara.

Pero lo cierto es que Cavallo accedió al poder en dos oportunidades, sin que nadie lo votara, y hoy desde su dorado exilio norteamericano afirma que somos un país insignificante. Mientras tanto, las encuestas indican que el 60 % de los argentinos no tiene interés en votar.

Dr. Carlos Jesús Rodríguez Mansilla