Opinión: OPIN-01

Rápido derrumbe del régimen de Hussein


Sería apresurado decir que la guerra ha terminado, pero sí puede afirmarse que el poder político de Saddam Hussein se ha derrumbado como un castillo de naipes. La caída de la ciudad capital -Bagdad- es, más que un dato simbólico, una referencia política. Las manifestaciones en las calles vivando el derrocamiento del dictador son tan significativas como las turbas descontroladas lanzadas al saqueo del patrimonio público -expresiva falta de identificación con el Estado- y de propiedades particulares, aunque en general vinculadas con personajes del régimen caído.

El balance, en ese sentido, es claro: después de casi un cuarto de siglo de férrea dictadura, Saddam Hussein no pudo dominar a sus disidentes internos ni al populacho hambreado que se lanzó a una rapiña descontrolada apenas el gobierno mostró que tenía pies de barro. En otras palabras, Saddam Hussein ha perdido el poder y, quizá, la vida; y el centro de las decisiones se ha desplazado a otro espacio.

Algunos rumores dicen que Saddam Hussein está refugiado en su pueblo natal, Tikrit, rodeado de sus incondicionales y decidido a resistir, mientras sobre el mítico lugar han comenzado ha llover las bombas de la aviación anglo-estadounidense. Otros dicen que ha huido cumpliendo con el destino de todo dictador que termina sus años en algún dorado exilio europeo. Y no faltan quienes aseguran que se ha suicidado o ha sido muerto en los bombardeos.

En el norte, la situación es mucho más confusa y no porque las tropas de Saddam Hussein luchen contra la ocupación, sino porque allí quienes han participado en la guerra del lado de los aliados son los kurdos, etnia sin Estado que seguramente reclamará más autonomía para alarma de sirios, turcos e iraníes, países en los que se distribuye la nación kurda.

Como se recordará, los kurdos han sido salvajemente perseguidos y asesinados por Saddam. Esta etnia, cuya población asciende a unos 30 millones de personas y se extiende hacia los países limítrofes ha demostrado altos niveles de combatividad y de convicción patriótica. El problema que se le presentará a Estados Unidos en el futuro inmediato es que la autonomía kurda puede llegar a instalar un nuevo frente de guerra, esta vez con los turcos, quienes nunca han disimulado su vocación represiva contra este sector.

De todas maneras, los problemas que se le presentan a los aliados recién se están dibujando. En primer lugar, deberán apagar los focos de resistencia; a continuación, lo que se deberá definir será quiénes titularizarán el poder y a qué sector de la vasta oposición los aliados le reconocerán legitimidad y le brindarán apoyo.

El proceso de reconstrucción económica también parece erizado de dificultades. En este punto, la colisión con los intereses europeos -especialmente Francia, Alemania y Rusia- son más evidentes, y aún no se sabe a ciencia cierta cómo los aliados resolverán las diferencias con quienes más tenazmente se opusieron a la intervención militar.

También se proyecta el listado de nuevos países a sancionar a causa de que, según la particular jerga de Bush, integran el "eje del mal". Se habla de Irán, Siria y Corea del Norte, pero más allá de la naturaleza política de esos regímenes, la apertura de nuevos frentes de guerra provocaría en el mundo más inquietud y alarma, y habría que ver hasta dónde el pueblo de los Estados Unidos está dispuesto a acompañar a su presidente en estos peligrosos emprendimientos militares.

Cuesta imaginar a una potencia transformada en el gendarme del planeta y decidida a hacer justicia por encima de los consensos internacionales, aunque la "exitosa" campaña militar en Irak pueda alentar a los "halcones" norteamericanos a continuar con su dudosa vocación justiciera.

Por otra parte, y más allá de los planes futuros, queda pendiente el debate en el seno de las Naciones Unidas, ya que el argumento que hasta la fecha justificó la invasión a Irak, no se ha podido verificar. Conviene recordar, al respecto, que la administración de Bush declaró la guerra porque supuestamente Saddam Hussein disponía de armas químicas y biológicas que ponían en riesgo la seguridad de los Estados Unidos.

Después de veinte días de guerra y con el régimen cayéndose a pedazos no se ha podido probar todavía la existencia de estas armas, por lo que el principal argumento justificatorio de la acción bélica aún no se ha verificado en la práctica.

Incluso, el hecho de la caída del régimen a las tres semanas de iniciado el fuego pone en tela de juicio que esa estructura militar y esos soldados pobremente equipados que han mostrado las imágenes fotográficas y televisivas, hayan representado un peligro real para el mundo y para los Estados Unidos de Norteamérica. Es cierto que existe un Irak subterráneo que puede deparar sorpresas, pero la rapidez del desenlace es una clara evidencia de la consistencia real del pulverizado régimen de Hussein.