Opinión: OPIN-07 ¿Hacia dónde vamos con la educación?

Por Laura Hojman


Para saber hacia dónde vamos a encaminarnos o pedir que nos lleven, en materia educativa, primero tendríamos que conocer en dónde estamos, especialmente si tomamos como partida que a diez años de cumplida la primera reforma educativa por ley en el país, no son buenos los datos de sus resultados ni de la realidad en las aulas de las 24 jurisdicciones del país.

De acuerdo con las diferentes plataformas que se pueden diseñar en tan escaso tiempo electoral, se puede decir que en contados casos la educación no está en segundo, tercer o cuarto plano.

Los que lleguen deberían tener en cuenta que a diez años de la ley Federal hoy no hay más chicos en el sistema entre los 13 y 17 años, como se prometió, ni tampoco se combatieron la deserción ni la repetición.

Tampoco se alcanzó la unidad pedagógica en todo el país, para que el aprendizaje sea de igual calidad para un chico de La Quiaca que de la ciudad de Buenos Aires.

Sucede esto debido a que la aplicación de la ley Federal de Educación, que modificó el sistema educativo de la conocida primaria y secundaria en su división en ciclos, no pudo ser aplicada con el mismo ritmo e inmediatez con que lo hicieron las provincias mejor preparadas económicamente.

Salvo dos -la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Neuquén- el resto de las jurisdicciones, con distintos tiempos, matices, diferencias y algunos grados de aceptación aplicaron la reforma, que en muchos casos significó una fuerte erogación de dinero para construir las aulas de octavo y noveno, emplear nuevos docentes, pero con el costo de suprimir horas cátedra y cerrar secciones de grado.

Para muchos, la reforma educativa no es más que los 13 sistemas educativos diferentes que hoy reinan y la otra cara de un ajuste que así se confundió en algunas provincias.

La ciudad de Buenos Aires, rebelde hasta el día de hoy con su aplicación, saca a relucir en cuanto puede sus excelentes resultados de los alumnos en las diferentes pruebas de evaluación nacional, y también la inclusión de más chicos en el secundario, que hoy ya es obligatorio en las escuelas porteñas, todo sin haber movido un centímetro la actual estructura educativa.

Como conclusión se podría decir que habría que esperar que las próximas autoridades educativas que gobiernen acuerden más con los últimos eslabones de la cadena educativa -directivos y docentes- cualquier tipo de política a diseñar.

No se puede decidir sin respetar las necesidades de cada región, de cada escuela, de cada grupo de chicos en este heterogéneo país, y menos desde un céntrico despacho a miles de kilómetros.

Lo que también habría que exigir es que lentamente se llegue al secundario obligatorio en todo el país, y que este nivel prepare y articule con las universidades un mejor paso, sin traumatismos ni deserción para los jóvenes que apuestan a una profesión. (DyN)