Opinión: OPIN-04 La confusión nacional


Tal vez, la decisión de aprobar a Castro en cuanto foro público hubo en la asunción del nuevo presidente no fue parte de la confusión nacional, sino la de sólo un grupo. Porque no creo que los simpatizantes del régimen cubano reunidos frente a las escalinatas de la Facultad de Derecho, o el propio Aníbal Ibarra postulándolo como líder de la libertad, encarnen lo que la mayoría del pueblo argentino opina sobre Fidel. O al menos eso se espera.

La visita del líder cubano tiene mucho de leyenda. La misma Elisa Carrió justificó los aplausos del Congreso y los de otras plazas, en la leyenda que encarna el dictador. En que es un fragmento viviente de la historia que, por su naturaleza, necesita ser admirado. Pero debe advertirse aquí que, independientemente de la atención que produce, no es Castro -o su doctrina- la que ha sintetizado un camino de prosperidad y desarrollo para los pueblos.

Concretamente: mientras el mundo discute formas renovadas de libertad civil e individual; mientras la historia ha demostrado con evidencia que las libertades humanas son el pretexto fundamental de los regímenes políticos, en Argentina se venera a una figura, líder, que representa exactamente lo contrario. No sólo lo representa sino que lo realiza y justifica.

La Cuba de Castro es entendida como una isla de encantos igualitarios. Donde sin saber bien por qué, su pueblo es feliz en la indigencia y en el direccionamiento ideológico e intelectual desde sus inicios. Parece un Macondo pobre, feliz de ser como es. Pero claro, hay dos factores que alimentan esta fantasía penosa: 1) el aislamiento del pueblo que no puede ver hasta qué punto las sociedades son capaces de evolucionar y 2) la contaminación ideológica y dogmática a la que la sociedad está sometida desde la educación, la cultura y otros ámbitos más compatibles con la libertad.

Quiero creer que esto no es confusión nacional. Estoy seguro de que no es la totalidad de la sociedad argentina la que piensa de esta manera. No porque no lo admita. Sino porque se habrá comprobado que, como sociedad, no hemos interpretado el mensaje de la historia más contemporánea.

Los dilemas del progreso


Hace algunos años, Francis Fukuyama escribió un libro que fue tan comentado como criticado: "El fin de la historia y el último hombre". En él postula que tras el desmoronamiento del mundo comunista, quedó evidenciado que la mejor manera de generar bienestar y permitir desarrollo es por medio de sociedades democráticas y libres. De sistemas no temerosos del libre mercado y resueltos en cuestiones institucionales. Tal postura fue calificada como determinista y obtusa. Los más románticos dijeron que el fin de las ideologías -atribuido a Fukuyama- nunca sería posible.

Mientras tanto, el mundo mostraba otra realidad. Como sostenía el pensador norteamericano, fueron los países capitalistas y democráticos los que mayor grado de desarrollo alcanzaron en esta etapa. Junto con ese desarrollo, menores índices de conflictividad social y mayor capacidad científica y cultural. Esto fue avalado por el sorprendente crecimiento de países como Irlanda, España y otros, que se metieron con decisión en el grupo de los desarrollados.

Y ése es el rumbo que se ha marcado. El de una institucionalidad comprometida con las libertades individuales y el de esquemas económicos y productivos concentrados en el desarrollo de la empresa libre y competitiva. Que Argentina no haya sido exitosa en este punto no significa que no sea ése el camino que deba transitar. Y volvemos a decir: no es una cuestión reduccionista; es la verificación histórica frente a los dilemas del progreso.

Por eso espero que la veneración a Fidel no sea un indicio estructural del pensamiento nacional. Porque entonces estaríamos mirando hacia atrás. Estaríamos desconociendo que las claves verificadas del desarrollo están fijadas en el respeto al orden jurídico, en la renovación de las instituciones por medio del sufragio, en la promoción de la iniciativa privada, en el cuidado de los derechos humanos y, en suma, en el respeto de la libertad individual.

Se ha dicho contra este argumento que en países pretendidamente libres, como Argentina, la libertad no garantiza igualdad de oportunidades. Que esto sí ocurre en Cuba, donde el asistencialismo y las políticas sociales llegan a todos. Lo que se omite decir es que ese mismo objetivo ha sido alcanzado por sociedades abiertas que no necesitaron recurrir a la violencia ni a los servicios de un dictador. Y también se omite que esas sociedades alcanzaron niveles de desarrollo muchas veces superiores a los que alude Castro.

De esto se trata. La condición de desarrollo es mucho más que lo que Castro exhibe como un logro en su tierra cubana. Dice que es producto de convivir con un gigante como Estados Unidos. Vuelve a omitir que también es producto de su opción totalitaria y su dogmatismo fundamental. Los pueblos pueden alcanzar su desarrollo por canales de libertad y respeto, y convertirse en "avanzados" sin necesidad de negociar su libertad.

Pablo de San RománLic. en Relaciones Internacionales