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Nosotros
Toda la luz para Léonie Matthis
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Nació en Francia pero se deslumbró con las culturas y los paisajes latinoamericanos. Vivió gran parte de su vida en la Argentina, donde forjó su obra. En el año '33 llegó a nuestra ciudad y ahora una de sus obras se expone en el Museo Histórico Provincial.


Corría el año 1912 en la Gran Aldea. Buenos Aires todavía comentaba la caída de la piedra movediza de Tandil, mientras que a nivel mundial, el hundimiento del Titanic causaba horror y era el motivo principal de la charla en los encuentros.

En el puerto de Buenos Aires desembarcaba una joven francesa, de grandes ojos claros, que venía en busca de su destino. Léonie Matthis había conocido a Francisco Villar en Granada y desde el primer momento supieron que el resto del camino lo harían juntos. Se casaron el 20 de abril en la iglesia de la Merced y se instalaron en una casa de la Avda. de Mayo. (1).

La tierra natal


La región de la Champagne, muy fría en invierno pero luminosa en verano, fue la tierra natal de Léonie Matthis. Su padre, Frederic Matthis, era un fuerte industrial oriundo de Estrasburgo, que tratando de evitar el servicio militar se instaló en Troyes, donde conoció a la que sería su mujer, Lucie L'Habitant. Tuvieron tres niñas, de las cuales Léonie fue la mayor, nacida en 1883. Las pequeñas no concurrieron a la escuela del lugar, recibiendo educación en su hogar.

Léonie envidiaba el ambiente bullicioso del colegio, pero se contentaba con la compañía de su hermana menor Marguerite, con quien compartían los juegos y las tediosas clases domiciliarias. Era feliz recorriendo las calles de su Troyes natal, entrando de puntillas en la fría iglesia y extasiándose al contemplar la luz que, insolente, atravesaba los góticos vitraux, cayendo sobre sus pequeñas manos o llenando de luminosidad sus grandes ojos celestes.

Pero su mayor alegría era en verano, cuando la familia se trasladaba a una finca cercana. Se instalaba bajo un árbol y trataba de reproducir la belleza natural que la rodeaba. Tenía apenas diez años y ya sabía qué era lo que más quería.

Sus padres no eran ajenos a esta inclinación, así es que confiaron su educación a dos artistas nativos de Troyes, donde la joven estudió dos años. Como no podía ser de otra manera, París comenzó a dibujarse en el futuro como la única meta posible. (2).

Los primeros logros


Cuando Léonie llegó a París tenía quince años. Comenzó sus estudios con Ferdinand Humbert y descubrió los secretos del aguafuerte con Pierre Guzmán; sabía y disfrutaba lo que sería para siempre su mundo.

En 1900 viajó a España y Africa del Norte y se deslumbró con la luz del Mediterráneo.

En 1904 ingresó a la Academia de Bellas Artes en París. Hacía pocos años que eran admitidas las mujeres. Participó de los Salones de Bellas Artes, fue la primera mujer candidata al premio Roma. Trabajó intensamente. En 1910 expuso en Granada y allí conoció a Francisco Villar, un asturiano que desde los once años vivía en Argentina, donde gozaba de muy buena reputación como retratista.

Luego de dos años de relación epistolar (3), Léonie se embarcó hacia Buenos Aires.

Una nueva vida


Veintinueve años tenía cuando llegó a estas tierras. Comenzó a relacionarse con la sociedad porteña y a formar lo que sería una familia numerosa.

Su capacidad de trabajo era realmente admirable y fue así que desde el primer momento fue enhebrando exitosas exposiciones con el nacimiento de sus hijos: Miguel, Francisco, Lucio, Inés, Jaime, Jorge, Federico, Rafael y Marcelo son los chiquilines que llenarán sus días de alegría y que la acompañarán incluso en sus viajes de exploración.

Buenos Aires comenzó a conocer sus trabajos en la primera exposición realizada en setiembre de 1912 a pocos meses de su arribo. La prestigiosa Galería Witcomb colgó cuarenta y dos de sus obras de las cuales treinta y ocho son fruto de sus paseos por Francia y España (4). Pero también aparecían ya los paisajes de esta tierra que con prisa y sin pausa cautivarían su corazón.

Los hijos fueron llegando uno tras otro, prácticamente todos los años. En 1918, a pocos meses de nacer, murió Jaime, y Léonie sintió que sus pinturas no podían borrar ese tremendo dolor. Pero como la vida no se detiene y ella no era mujer de ponerse a llorar en los rincones, el hogar de los Matthis-Villar se iluminó nuevamente en 1921 con el nacimiento de Jorge, que con el tiempo siguió la carrera de sus padres.

Turdera, el hogar


Ya no era posible seguir viviendo en el centro, los chicos necesitaban espacio y Léonie amaba los cielos abiertos. Así fue que construyeron una gran casa en la localidad de Turdera, a 20 kilómetros de la Capital Federal.

En el verano la familia se trasladaba a Mar del Plata. Léonie, diligente, se encargaba de las responsabilidades domésticas, el cuidado de los chicos y, multiplicando su tiempo, cargaba siempre sus caballetes y sus pinturas. Todos los paisajes conmovían su espíritu de artista: la ciudad de Buenos Aires, su casa, el barrio, las plazas, el mar embravecido golpeando las rocas de la playa.

En 1916 y 1917 expuso en la Galería Witcomb de Mar del Plata con gran éxito. En 1919 viajó a Montevideo. Desde 1914 venía participando de los Salones Nacionales. Recién en 1919, al otorgarse por primera vez el premio para extranjeros, lo obtiene con el óleo "En la quinta". El Salón de Rosario también la contó entre sus participantes.

Pero en 1920 realizó su primer viaje al norte del país. Así comenzó una nueva etapa en su vida.

La luz que deslumbra


Invitado por un amigo, el matrimonio y toda su prole se trasladó a Jujuy, y Léonie sintió que toda esa luz la estaba esperando.

Paulatinamente había ido adoptando el gouache como técnica de trabajo. De aquí en más toda su obra estuvo realizada con esa técnica.

El cielo, la construcción, la gente, la diafanidad del aire se apoderaron de su espíritu y febrilmente los paisajes se suceden. Volvió en reiteradas oportunidades, prolongó su estancia. Ya era característica su figura, tocada con su sombrerito, el pelo sostenido con una cinta, su caballete, sus papeles, sus bocetos, sus pinturas y los chiquilines correteando cerca suyo.

Léonie sintió como que toda esa inmensidad la había estado esperando por siglos. La luz la ciega, esa luz increíble que despliega el arco iris sobre la tierra seca. La belleza la deja sin aliento y es consciente de su destino. Sus pinceles van dando forma a ese mundo silencioso y milenario.

Entre 1920 y 1926, en cinco muestras realizadas en Galería Witcomb, expuso sus paisajes norteños. (5)

Buenos Aires contemplaba atónito un mundo prácticamente desconocido. La crítica la aceptó con benevolencia. Para ese entonces los porteños vivían una época de cambios. El campo cultural estaba dividido en fracciones enfrentadas. José León Pagano era el adalid de la crítica tradicional desde La Nación, mientras van surgiendo los innovadores como Forner, Guttero o Pettoruti.

La época histórica


Pero esa no fue la pelea de Léonie. Cada vez se va metiendo más en la investigación del pasado.

Con meticulosidad de arqueóloga estudia hechos, fechas, costumbres, geografía, personajes, que cobran vida y color gracias a su entusiasmo. En 1924 presentó sus primeros trabajos dentro de esta temática, que por otra parte ya no abandonaría hasta su muerte.

Para asesorarse recurrió a entendidos en la materia, nombres destacados como el del arquitecto Martín Noel, el padre Guillermo Furlong, Ricardo Levene, Leopoldo Lugones (6), con quienes comparte amables tertulias que fueron nutriendo su conocimiento y su imaginación.

Todo nuestro pasado colonial fue tomando vida a través de sus pinceles. La arquitectura, reconstruida hasta en sus más mínimos detalles, los personajes que transitan las calles de tierra, el sol de nuestro hemisferio sur y esos cielos diáfanos ordenando la luz. Esa luz que ella ama y maneja tan bien.

Su vida fue asombrosamente activa. Su numerosa familia no le impidió realizar una tarea docente que alternó con sus viajes al norte. Llegó hasta Macchu Picchu; Bolivia, Jujuy, la recibieron en numerosas oportunidades. En 1933 expuso en Paraná y dio una conferencia en la Facultad de Química en nuestra ciudad.

A través de sus palabras podemos resumir y comprender la pasión de la artista: "Nuestro oficio es todo de silencio y reflexión, nuestros cuadros hablan por nosotros. El objetivo de mi vida ha sido la reconstrucción y evocación del pasado por medio de la pintura. Pero para hacerlo es necesario el estudio y la investigación. Todo esto requiere años de trabajo y una constancia enorme; además debe formarse el gusto e intensificar su cultura por medio de detenidas visitas a los museos y de recogidas contemplaciones delante de las obras maestras". (7).

El reconocimiento


En 1939 viajó nuevamente a Bolivia y Perú, donde expuso sus obras y es incorporada a las Sociedades Geográficas de ambos países.

Ya sus trabajos van siendo ordenados en series temáticas: Buenos Aires colonial, Buenos Aires antiguo y moderno, Evocaciones del pasado, Salta y Jujuy, Escenas coloniales de Buenos Aires, Reconstrucción de las Misiones Jesuíticas de San Ignacio Miní, Viaje al país de los Incas, Nueve cuadros sobre la Beata María Antonia de la Paz Figueroa, San Francisco Solano.

Su producción es vastísima e increíble. Su amor por la tierra adoptiva fue más allá de nuestro país, trascendió las fronteras para meterse en el alma de la América virgen y sus primeros pobladores. Con el respeto que sólo puede dar un sentimiento puro y noble, esta mujer que vino de tan lejos contempló la naturaleza con ojos puros y llenó los espacios luminosos con los personajes del pasado que cobraron vida al conjuro de sus mágicos pinceles. El cielo americano constituyó el telón de fondo de sus obras que no siempre han sido recordadas en la medida justa.

Léonie Matthis falleció el 31 de julio de 1952, cuando Buenos Aires todavía lloraba la muerte de otra mujer que también luchó y trabajó en pos de un sueño: Eva Perón. No sé si se habrán cruzado alguna vez. Pero ambas, en planos diferentes, en concepciones distintas, marcaron su presencia en esta tierra. Una se convirtió en mito. La otra, con una tarea magnífica y pletórica, corre el peligro de ser olvidada.

Colofón


  • Al morir, Léonie Matthis dejó sin terminar una de sus series más importantes: Algunos motivos y reconstrucciones sobre la antigua Jerusalén y vida de Nuestro Señor Jesucristo.

  • En diciembre de 1953 se realiza una exposición póstuma en Galería Müller. En 1960, Editorial Kapeluz publica en una edición bilingüe, noventa y seis reproducciones de sus cuadros históricos, con prólogo de Manuel Mujica Láinez.
  • En 1992, Ignacio Gutiérrez Zaldívar presenta un libro con su vida y su obra, y Galería Zurbarán organiza una muestra en el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco, donde se presentan doscientos cincuenta obras.
  • El 31 de julio de ese año el Museo Histórico Provincial de Rosario Julio Marc había realizado una exposición con nueve obras de su patrimonio.
  • En nuestra ciudad, el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez posee una obra suya, "Toledo", y por estos días podemos admirar una espléndida pintura al temple, "Plaza Mayor y Cabildo", en el Museo Histórico Provincial, gentileza del Museo Julio Marc.
  • Ana María Zancada

    (1) Leonie Matthis - Ignacio Gutiérrez Zaldívar(2) Cuadros Históricos Argentinos - Ma. Luisa del P. De Carbone - Edit. Kapeluz, 1960(3), (4) y (5) Leonie Matthis - Gutiérrez Zaldívar(6) Cuadros Históricos Argentinos(7) Conferencia dada el 10 de octubre de 1933 en la Facultad de Química de Santa FeQuiero agradecer la colaboración prestada por el director provincial de Gestión Cultural, Cont. Tomás Vio; la Prof. Gabriela Garrote; el director del Museo Rosa Galisteo de Rodríguez, Arq. Marcelo Olmos; la directora del Museo Julio Marc de Rosario, Dra. Irma Montalbán y su personal; la Prof. Inés Maldonado, sin cuyo aporte y paciencia no hubiese podido realizar esta nota.