Opinión: OPIN-01

Adolescencia y autoridad


Los actos de indisciplina cometidos por un grupo de estudiantes en la ciudad de Bariloche ponen en evidencia la profundidad de la crisis por la que atraviesan los adolescentes. Lo sucedido excede las típicas travesuras juveniles; los niveles de agresividad y violencia practicados por los jóvenes están más cerca de la crónica policial que de la picardía.

Es necesario preguntarse si lo sucedido es una anécdota, un episodio excepcional o corre el riesgo de transformarse en una constante. Al respecto, hay que asumir con realismo que en los últimos años la indisciplina y la violencia juvenil ha ido creciendo de la mano de permisividades y consentimientos muy bien justificados teóricamente, pero sus resultados son los que ahora observamos.

No se trata de regresar a la Edad Media y a los castigos corporales, aunque entre aquella severidad brutal y esta permisividad rayana, en más de un caso, con la inconsciencia y la complicidad hay términos medios que es necesario explorar para poner en práctica.

En principio, nos estamos refiriendo a los adolescentes, lo cual incluye una edad y una determinada manera de reaccionar y asumir el mundo. La adolescencia, desde el punto de vista existencial es una transición: no son niños pero tampoco son adultos. Se resisten a aceptar ser tratados como infantes, pero no saben qué hacer con su libertad. Siempre ha sido una tarea difícil encontrar el equilibrio entre la libertad a la que aspiran y los controles necesarios.

Queda claro que los problemas educativos no se resuelven con prácticas cuarteleras, pero tampoco con tolerancias y permisividades, que de una manera u otra terminan por convertirlos a ellos mismos en las primeras víctimas. Lo sucedido en Bariloche no es una excepción. Puede que las vacaciones alienten determinadas licencias; pero como lo demuestra la experiencia de otras ciudades, entre las que corresponde señalar a Santa Fe, los problemas de disciplina de los adolescentes son serios, se agravan periódicamente y lo más grave de todo es que las instituciones no encuentran soluciones satisfactorias para ponerle punto final a tantos desbordes.

Está claro que este proceso es necesario comprenderlo en un contexto más amplio, que incluye al actual orden social, la crisis de las instituciones y el debilitamiento de la estructura familiar como espacio de contención y transmisión de valores. La recesión económica y la fragmentación social sin duda influyen, aunque no es un factor determinante, ya que como el caso de Bariloche lo demuestra, los episodios más violentos los protagonizan jóvenes de familias acomodadas.

Lo que se observa en la actualidad es que muchos de estos actos de rebeldía gratuita son amparados por reglamentos y códigos que parecen estar hechos para sancionar a los docentes y no para ponerle límites a los alumnos. Una visión mal entendida del concepto de autoridad ha llevado a que la institución educativa esté prácticamente con las manos atadas.

El rol de los padres en este tema también deja mucho que desear. Por motivos diversos, muchos padres parecieran estar más preocupados en consentir los errores de los hijos que en corregirlos. En ese clima, a nadie le debe llamar la atención este espectáculo de jóvenes insolentes que se burlan de sus maestros, amenazan a profesores y provocan todo tipo de desmanes sin que la institución educativa pueda hacer nada para impedirlo, ya que si lo hacen, inmediatamente serán acusados de autoritarios y sus protagonistas sancionados.

Insistimos: no es nuestro objetivo restaurar hábitos medievales inhumanos, ineficaces y anacrónicos, pero sí llamar la atención con lo que nos está sucediendo. Una vez más es necesario asumir que la libertad, valor apreciable en el que merecen ser educados todos los jóvenes, debe articularse con el deber. Concretamente es necesario que los jóvenes aprendan a responder por sus actos o, como decía un conocido teólogo italiano, "el misterio de la libertad nace del cumplimiento del deber".