Opinión: OPIN-02 Así en la vida como en las tablas


Año 1873, en algún barrio de Buenos Aires, una anciana señora, sentada en un sillón, hamaca sus recuerdos, mientras espera sin prisa, que el telón baje cerrando el último acto de su vida.

La mirada húmeda, casi perdida en el pasado, el pelo encanecido cubierto con una mantilla, sobre su pecho un camafeo, último destello de una coquetería de antaño, la ropa oscura y una casi sonrisa de Gioconda criolla. ¿Quién podría reconocer en esa imagen a la mujer que décadas atrás arrancaba el aplauso del público de Buenos Aires en el Teatro Coliseo?

"La Trinidad" había muerto mucho antes de aquel mes de julio de 1873.

En alguna de las dos orillas


Trinidad Ladrón de Guevara fue la actriz más famosa de su época. Junto con Juan Aurelio Casacuberta (1) fue considerada como una iniciadora del teatro argentino.

Los orígenes de Trinidad son discutidos. Mientras Arturo Capdevila asegura que nació en Buenos Aires hay otras versiones que dicen que fue en La Banda Oriental, más precisamente en Santo Domingo Soriano donde vio la luz el 10 de mayo de 1798. (2).

Lo cierto es que desde muy joven comenzó su carrera de "cómica", como se denominaba entonces a las actrices que por cierto no eran muy numerosas por aquel entonces. Generalmente, los hombres interpretaban los roles femeninos. Para una mujer dedicarse a esta profesión era exponerse "al mayor descrédito público".

En 1804 se inaugura en Buenos Aires el Teatro Coliseo que reemplaza al antiguo Teatro de la Ranchería, consumido por un incendio en 1792. En el reglamento del Coliseo Provisional dictado por el virrey Sobremonte, figuraban disposiciones especiales para las "cómicas": que no actúen "con indecencia en su modo de vestir, sin permitir que éstas representen vestidas de hombres, sino de mitad cuerpo arriba".

Con respecto a las obras que eran puestas en escena, todas pertenecían a escritores ya que las dramaturgas todavía no se conocían. La mujer apenas si podía aspirar a aprender a leer y escribir. El colegio y la universidad eran para los hombres. (3).

Comienza su carrera


El teatro era la mayor fascinación de la época. La función comenzaba alrededor de las siete de la tarde. No importaba el ambiente que se respiraba adentro, cargado con el humo de las velas de sebo y los cigarrillos. El público acudía entusiasmado.

Hacia 1820, Trinidad Guevara entró en el elenco del Coliseo y muy pronto se convirtió en la favorita del público. Tenía muy buena figura, un rostro expresivo y una voz muy dulce. Con inteligencia, dedicación y estudio logró hacerse un lugar entre los actores y conquistar al público que no tardó en consagrarla como la mejor. Sus primeros triunfos fueron con "Los hijos de Edipo"; "Dido y Argia", de Juan Carlos Varela; "Tupac Amaru", "Pablo y Virginia", "Siripo" y "Carlos IX".

Pero también comenzó la rivalidad con las otras actrices. Los celos eran inevitables. La tensión se acentuaba y en los salones eran la comidilla del momento. Pero "La Trinidad" tenía su público que la aclamaba en cada función.

El asunto del medallón


Trinidad era joven, bonita y famosa. La moralina de entonces no le preocupaba mucho. El secreto compartido en los salones se refería a que mantenía relaciones con un destacado caballero de la sociedad. El detalle que hacía bajar aún más la voz era que el tal enamorado era casado. Se decía que Trinidad se escapaba en las noches disfrazada de varón para encontrarse con él. Para colmo de males, la joven lucía en su cuello un valioso medallón que cual delicado camafeo, llevaba el retrato del amante.

El rumor comenzó a circular con mayor fuerza y sumado a la libertad con que se movía Trinidad, hizo que despertase las iras del Padre Francisco Castañeda, que desde su periódico, con el estrambótico nombre de "Despertador Teofilantrópico", enfocó sus cañones sobre la actriz y el peligro que tales actitudes y modos de vida significaban para la gente decente.

El ambiente se puso muy tenso y Trinidad decidió marcharse a Chile, no sin antes responder al iracundo fraile: "...Yo soy acusada, mejor diré calumniada... Hambre rabiosa con que despedazan a una mujer que nunca los ofendió... el pueblo ilustrado la reputará como una mujer no criminal sino infeliz"... (4).

La vida fuera del escenario


Según los datos aportados por Méndez Avellaneda y publicados en 1993 en la revista Todo es Historia, cuando Trinidad Guevara llega a Buenos Aires, en 1817, procedente de Montevideo, lo hace en compañía de Manuel Oribe, con el cual tuvo una hija Carolina que fue educada por la familia del padre, pero nunca se casaron. Luego fue el romance con el supuesto abogado Manuel Bonifacio Gallardo, integrante del círculo más próximo a Rivadavia.

Lo cierto es que hubo varios hijos en la vida de Trinidad. Pero no se le conoció ningún esposo.

Domitila fue la segunda y acompañaba a su madre en el escenario. Dos de sus hijos siguieron la carrera militar: Martín Caupolicán que llevaba el apellido Gallardo y Dolveo, el menor con el apellido materno. Hubo dos más, Adolfo y Arturo, que aparentemente integraron esporádicamente el elenco de las giras por Chile y Brasil. Laurentina, nacida en 1831, se casó luego con el Cnel. Lacasa y fue la que acompañó a su madre hasta el final.

La última función


Los avatares políticos influyeron por supuesto en la vida de los actores. El teatro siempre fue un espejo de la vida. La mano dura del Restaurador hizo que Trinidad y sus compañeros buscasen mejores aires fuera del país. En 1849 Juan Casacuberta murió en Chile. En el recuerdo quedaban las gavotas, danzas, minués elegantemente bailados por La Trinidad y Casacuberta, hermosos, bebiéndose la vida en cada giro.

Trinidad regresa a Buenos Aires en 1856. Rosas ya era un recuerdo. La ciudad porteña volvía a florecer con todas las novedades que llegaban de Europa y el teatro nuevamente convocaba su público.

La otrora dama de la escena mostraba ya el paso de los años y los golpes de la vida. Además estaba prácticamente en la miseria.

Se organizó entonces una función para el 25 de noviembre y el público llenó la sala del Teatro del Porvenir. La cubrieron de aplausos y flores. Trinidad vive la gloria del último acto con los ojos brillando de emoción. Toda su vida está allí, en los ecos enfervorizados de los íBravo! Saborea con alegría y tristeza lo que sabe es el último destello de gloria.

El adiós al arte y a la vida


¿Qué es sino la fama? Un destello apenas en una brevedad de infinito. Trinidad transcurre sus últimos años en Buenos Aires, en casa de su hija Laurentina. La vida se hace cada vez más vertiginosa en esa ciudad que cambia día a día. Ella comienza a envejecer.

Cuando muere el 24 de julio de 1873, el público ya la ha olvidado. Los diarios no registran ni una sola línea sobre su desaparición. Sólo los datos necesarios en el Libro de los Muertos de la parroquia de San Nicolás. Sus restos fueron sepultados en la bóveda de la familia Zemborain en Recoleta. Luego fueron trasladados al osario común.

Con el tiempo, el injusto olvido dio paso a un merecido reconocimiento hacia su protagonismo en la escena nacional. Durante varias décadas fue una indiscutida estrella con todos los ribetes propios de una diva. Su belleza, su vida, su porte en escena, sus personajes vividos a través de tantos escenarios la convirtieron en la figura consular del teatro nacional.

Ana María Zancada(1) Teodoro Klein, en un artículo de Clarín el 27 de octubre de 1988 lo menciona como Juan Sosé de los Santos Casacuberta.(2) Juan Méndez Avellaneda - Todo es Historia - Junio 1993.(3) Mujeres y Cultura en la Argentina del S. XIX - Lea Fletcher - Feminaria Editora - 1994(4) La Trinidad Guevara y su tiempo - A. Capdevila - Edit. Kraft - Bs.As.