Persona & Sociedad: PER-03 A preparar las escobas: mañana noche de brujas


La fiesta del 31 de octubre, que comenzó a festejarse tímidamente hace unos 20 años en la Argentina, amplió su ruta de escobas: no sólo se celebra en varios pubs porteños, sino que sobrevuela centros turísticos del interior, como en La Cumbre, Córdoba, donde de un tiempo a esta parte hace furor.

Es una noche con reminiscencias esotéricas, sin dudas, pero fundamentalmente, es una fiesta de mujeres: ¿quién sino ellas, las brujas, pueden ser capaces de darle vuelo a un instrumento tan pedestre como la escoba, inventada para esclavizarla? El almanaque es así de taxativo: 31 de octubre, Noche de Brujas; 1° de noviembre, Día de Todos los Santos Inocentes; 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos.

Dicho en otras palabras: hay una noche para reír y gustar del champagne, tras lo cual habrá que ponerse a orar y luego a llorar. ¿A qué aguafiestas se le ocurrió semejante ordenamiento? Sin duda, de las tres, la Noche de Brujas -versión latinoamericana- es la única divertida y tal vez la única adaptación importada del gran país del norte que se supo superar.

Del inocente Halloween de los chicos yanquees -que concurren a las casas de sus vecinos con cabezas metidas en calabazas caladas, so pena de ensuciar las ventanas con jabón si no les dan golosinas- se pasó, afortunadamente, a las noches de tarot y escobas, con tragos largos, donde las brujas predicen lo que uno quiere escuchar, además de la buena música.

En el norte la llaman Halloween, que significa "vigilia de los santos", en alusión al 1° de noviembre, Día de los Santos Inocentes, con el que los cristianos recuerdan la matanza de niños ordenada por Herodes apenas nacido Jesús.

Cinco siglos


Pero la verdad sea dicha, la celebración del 31 de octubre proviene de cinco siglos antes del cristianismo.

Sus creadores fueron los antiguos celtas, unos tipos bárbaros en todo sentido, que habitaron la Europa continental desde el siglo V antes de Cristo y de los que hoy sólo quedan algunos vestigios en Irlanda, Gales y Escocia, hacia donde Julio César los corrió.

Creían que el cormorán conducía al Sol, que el cisne traía suerte, que el salmón enseñaba sabiduría oculta y que el agua tenía poderes místicos: justamente, los ríos Sena (Francia) y Clyde (Escocia) deben sus nombres a Sequanna y Clutha, dos diosas celtas hermanas, con patronazgo sobre sus aguas.

Para los celtas el 31 de octubre era la víspera del año nuevo, no el día de ningún santo ni de ningún muerto; pero muchos siglos después, los cristianos adosaron a ésta y otras celebraciones paganas, su propio calendario de culto, que incluía el Día de Todos los Santos Inocentes y el Día de Todos los Muertos.

Por mucho año nuevo que fuera, el 31 de octubre no había en el norte ningún verano para celebrar: era el "summer end", esto es, justamente su fin, así que los celtas corrían a emborracharse para olvidarse del frío que vendría.

También encendían fogatas, cortaban cabezas (humanas) para ahuyentar a los malos espíritus y antes de dar batalla o empezar los ritos religiosos del año nuevo, según cuenta el poeta Ovidio, "se pintaban íntegramente el cuerpo de azul y se dibujaban máscaras diabólicas" en su pecho y rodillas, para asustar a sus fantasmas, que no eran sino la hambruna y el invierno.

Mucho después de que Julio César acorralara a los celtas al norte de Gran Bretaña, las chicas irlandesas, escocesas y galas adaptaron esta celebración con fines más prácticos: los 31 de octubre ellas se ponían antifaz de plumas para conseguir novio.

Si les bastaba con el más puro amor, se ponían uno de plumas de lechuza sacadas del ala; si buscaban un marido adinerado, las plumas debían sacarse de la cola; si pretendían a un noble, debían provenir de un cuervo marino y si estaban muy felices solas, salían a cara descubierta.

Con la Inquisición, Halloween pasó a festejarse en los bosques, a la noche, con gente disfrazada para evitar la delación; lo cual no impidió que "santos" varones mandaran a la hoguera a medio millón de mujeres acusadas de brujería.

Así y todo, sobrevivió: llegó a América del Norte de la mano de los inmigrantes irlandeses y del movimiento romántico de Jacobo Rousseau y que a fines del siglo XVIII hizo un culto de la celtomanía.

Pero Halloween tuvo que llegar a la Argentina para tirarle con calabazas a los pochoclos y recuperar la esencia celta de la verdadera Noche de Brujas, con baile de disfraces y muchísimas mujeres volando en escobas sin pensar en limpiar el suelo. (Télam).