Opinión: OPIN-02 El museo: la gran metáfora
Por Lidia Ferré de Peña


Habitual y vulgarmente tiende a considerarse al museo como un reservorio de objetos: históricos, antiguos, documentales, artísticos, naturales. Una especie de depósito en el que se puede globalmente percibir -y tal vez comprender- una parte del mundo, concentrada allí, entre unos muros.

Por otro lado, cuando algo es viejo y no sirve más, se dice peyorativamente que es una "pieza de museo" (incluidas las personas).

Popularmente -aparte del arte- el museo parece "atesorar" lo raro, lo diferente y lo viejo.

Esto fue así en épocas iniciales, en las que lo curioso y lo antiguo -tal vez lo bello- y más tarde lo exótico, incitó a ciertos hombres y a ciertas instituciones, a concentrar ciertos objetos en espacios cada vez más específicos. En ese contexto pueden ubicarse los gabinetes de curiosidades donde lo raro -y lo viejo que se ha vuelto raro- se entremezclaron azarosamente.

Antecedentes en nuestras tierras


Es desde esta óptica que Florian Paucke, aquí, en nuestras tierras, mira -en 1749- el arsenal de Colonia. El ve en él un Rüstkammer, un Museo de armaduras. Pues las armas, armaduras y otros pertrechos son tan viejos que los percibe como extraños, curiosos. Para Paucke el arsenal era otra cosa y esa otra cosa estaba definida, en este caso, por lo que mucho después, a principios del siglo XX, Alšis Riegl denomina valor de antigüedad. Uno de los primeros valores tenidos en cuenta para considerar a un objeto como "digno de un museo".

Tal vez esta mirada del precioso jesuita defina y describa el antecedente más remoto en estas latitudes de lo que luego serán los museos.

Ampliando el concepto


El concepto de museo ha ido variando con el tiempo. Y hoy el espectro se ha ampliado paralelamente al desarrollo de la idea -cada vez más abarcadora- de patrimonio. Patrimonio y museo recorren un camino compartido. Uno no es sin el otro.

Hoy se concibe al museo como un lugar vital, que se expande en su accionar más allá de los muros de imponentes edificios o de casa modestas. El museo es transmisor de ideas, sentimientos, emociones, sensaciones. Se ha convertido en un motor dentro del área educativa que ha dado en llamarse Educación No Formal.

Hoy se exalta el poder comunicativo del museo. Los objetos, situaciones, eventos que en él se desarrollan no se perciben como objetos y hechos muertos, sino como hechos comunicativos, emisores de mensajes.

Hace mucho que el museo ha dejado de ser -o debiera dejar de ser- un depósito de antiguallas.

Objetos en la gran metáfora


En el museo, cada objeto viejo, cada obra de arte, cada espécimen natural, cuenta su historia, cuenta muchas historias, que deben ser interpretadas. Los objetos en museo quieren decir otra cosa. Son otra cosa. La interpretación dependerá del caudal de vivencias de quien recorra el museo, de su mochila vital. Pero también de los caminos que el museo señale al visitante. El museo no es inocente, dice Alicia Sarno, museóloga. Y no debe serlo. Es necesario que el museo genere su mensaje. Que transforme su patrimonio. Pues el objeto en museo no es más ese objeto. Se ha convertido en otro, en muchos, por el simple hecho de haberlo sacado de su lugar y de su tiempo propios. El fragmento de roca, el resto paleontológico, la obra de arte, el objeto antiguo, el objeto cotidiano, tienen -como dice Jean Baudrillard- la posibilidad de una segunda existencia. Segunda existencia dada, en su valoración -diferente según el tipo de museo- por quienes manejan la institución y jerarquizan o no su exhibición. Y también porque el objeto revive ante cada observador, cada visitante.

Los objetos en museo conforman un corpus significativo, arman una narración, un texto, decidido por el museo. Ese texto del museo es una metáfora. El museo en sí es una gran metáfora. Está en lugar de otra cosa. La narración del museo sólo puede ser válida si se completa -siguiendo a Eco- con la interpretación del visitante. Un museo sin público, no existe. No cumple su función comunicativa y por ende educativa, enriquecedora, transmisora de valores, conocimientos o placeres estéticos. El público completa la obra del museo. Y puede o no captarlo metafóricamente. Pues cada visitante es único y "leerá" al museo según su propia carga e instancia existencial. Pero esto no invalida el carácter metafórico del objeto en museo y del museo en sí.

La pintura, la escultura, una vez salidas del taller del artista, ya son otra cosa. El resto paleontológico que aflora después de estar escondido miles de años, el objeto de uso cotidiano olvidado entre trastos viejos, rescatado y cargado de memoria, son otra cosa.

En el museo, la pipa no es más una pipa. Magritte lo avisaba. La pipa en el museo está en lugar de la pipa. Como sinécdoque o metáfora de otra cosa. Otra cosa que depende de la mirada del museo y de la de quien observe "esa pipa que no es una pipa". Una pipa que es carga, carga significativa.