Pantallas & Escenarios: PAN-03 Matar al amor en un bello espectáculo
Por Roberto Schneider


En el curso de los tiempos que transitamos, se asiste progresivamente a una clara puesta en común del arte del teatro. Temas, autores, técnicas, obras, si resultan buenos, alcanzan a integrar una verdadera historia del teatro. "Club de caballeros" (subtitulada como "El amor es un acto solitario"), de Rafael Bruza, presentada por el Grupo de los Diez de Humboldt en la sala Marechal del Teatro Municipal, entra sin duda en esta categoría, ya que el texto por sí solo posee virtudes que garantizan en el escenario, no digamos el éxito, pero sí los mecanismos necesarios para el buen funcionamiento de la obra.

"Club de caballeros" no es un texto innovador. Por el contrario, se inscribe correctamente en la corriente de la pieza muy bien hecha y prevista para un amplio público. Crea un clima de fábula amable para narrar las aventuras de Artemio, Rodríguez, El Mudo y Berlanguita, cuatro visitadores médicos que permanecen unidos por un mismo padecimiento: están, los cuatro, bellamente enfermos de amor.

Son personajes pueblerinos, entrañables y queribles, que sueñan con la mujer ideal. Se alimentan de sueños para poner casi su vida entera al servicio de sus ideales, porque están convencidos de que vale la pena luchar por ellos. Aparentemente toscos, hablan un lenguaje claro, sencillo y que, debajo de esa apariencia, tienen sensibilidad, poesía y, esencialmente, se atreven a soñar y a pelear por sus sueños.

El tema del sueño es universal y aquí está potenciado por un cuarteto que se las trae. Porque está también el tema de la amistad, ya que si alguno tiene el flechazo del sueño, el otro es el que abastece al sueño del otro, pase lo que pase. Ahí radica la relación de profunda amistad entre los cuatro.

No es muy frecuente disfrutar tan relajadamente de un espectáculo nada pretencioso. En tal sentido, es capital el rol de la directora María Rosa Pfeiffer, quien realiza una lectura dramatúrgica profunda, transmitiendo a través de una red de signos su visión del texto bruziano. El escenario no es en este caso un espacio unívoco sino versátil y pleno de posibilidades, que evoca los ámbitos que el texto demanda del mismo modo que el vestuario, que es síntesis de creatividad, y las luces, de Nilo Walker, signos de indudable teatralidad.

El trabajo de Pfeiffer está centrado en incitar y conducir la energía de sus cuatro muy buenos intérpretes y encontrar en su juego la traducción en imágenes donde la riqueza del texto termina por materializarse en el escenario. Los actores Mario Quarante, Gerardo Meyer, René Weder y Rubén Fladung entregan trabajos excelentes. Sus personajes existen orgánicamente y están entregados al juego de la verdad. Siempre justos en el tono y la expresión de sus sentimientos, sus inteligentes y precisas actuaciones les permiten encarnar a sus criaturas, plenas de humanidad. Colabora la estupenda compaginación musical de Walter Walker.

Conmueven la belleza y la precisión del espectáculo. Emociona su radical sinceridad. El intento de derrotar a la enfermedad del amor es asumido por todos, arriba y abajo de las tablas, como si estuvieran formulando un canto a la vida. El teatro se convierte entonces en imagen del mundo; el escenario, el ámbito donde toman cuerpo sus sueños.