Una muñeca brava
Sucede también, con el tango, que ante tal belleza trágica, metiendo las narices en ese tremendo semillero, cualquier improvisado se creerá con la facultad de decir al poeta, de asir de esa fuente inagotable alguna frase que le quepa en el cuerpo, de representar teatralmente ese desgarramiento. En la mayoría de los casos, empero, el empeño de cantor cae en impostaciones poco creíbles, en el estereotipo del torturado, en exageraciones espantosas.
Sólo nos salva la excepción. Entonces, por accidente -como debe ser-, aparece un hallazgo como enviado por los fantasmas del tango, para salvaguardar lo mucho y bueno que ellos dejaron. En una madrugada cualquiera, así, un Polaco Goyeneche deslumbrado con una morocha, la confinó a zambullirse en el canto, a abandonar el rol de amateur de ocasión, a meter las manos en el tesoro de ese sonido.
¿Por qué ella?, nos preguntamos. La respuesta puede rastrearse en varios planos. Primero, porque el cortejo o abrazo de grandes nombres no es caprichoso: unos han encontrado en Varela una voz con un no sé qué (Goyeneche); otros, la compañía ideal para dejar testimonio de sus últimas creaciones en Tangos de Lengue (Enrique Cadícamo); otros, la amistad y la admiración compartida (Joaquín Sabina y Jaime Roos); otros, una inspiración para un tema nuevo (Castaña)... y la lista sigue.
Segundo, porque nuestra propia opinión está forjada en el disfrute de sus discos y en su performance en vivo, que presenciamos en el CCP, el pasado viernes. Pese a que mostró su voz un tanto fatigada, Varela invocó los espíritus de los grandes creadores, con un repertorio que incorpora cada vez más canciones que por no ser tangos no dejan de ser tangueras. Ante un lleno total en el teatro, se vio obligada a resistir los embates del público, ávido de canciones inmortales que su voz viste tan bien; implorante de ese registro a medio camino entre la fuerza y autoridad de la voz masculina y la dulzura de la femenina (que exacerba el costado más doliente de los versos en su boca).
Creaciones extraordinarias de la historia y composiciones recientes tuvieron en la voz de Varela, en su elegancia de mujer, en su espontaneidad de mina, una muestra cabal de carácter y polenta. Con algún vicio decidor de Goyeneche, más calle que escuela, más pasión que técnica, la artista se fue envuelta en el elogio del juicio colectivo. Ese que constantemente reafirma a los artistas y desnuda a los malandras.
Estanislao Giménez [email protected]