Así como reconocemos que el tango fue machista, marginal, carcelario, apocalíptico; así como asumimos que es doliente, quejoso, controversial, contestatario -y rescatamos esas características como un rasgo de nuestra idiosincrasia-, deberemos rendirnos de una vez a la evidencia de que (hoy y antes), algunas voces femeninas han hecho más justicia al intimidante legado tanguero que tanto engominado emulando a Gardel (con pesadillesco resultado); que muchas tienen más vigor que tanto porteño jactancioso, para pararse con dignidad frente al genio de sus poetas y decir con el alma esas palabras de bronce; que algunas tienen un ángel que levita sobre ellas amortiguando el peso de esa letra teñida de sangre y de historia.