Desafíos de la educación

En un reciente informe publicado por un matutino porteño se señala que en la Argentina hay más de un millón de analfabetos totales y que, sumados a los denominados analfabetos funcionales, la cifra de personas en estas condiciones suma alrededor de cinco millones.

A estos números hay que añadirles los que surgen de los informes de los exámenes de ingreso a la universidad, brutalmente expresivos de las serias dificultades de los estudiantes para asumir los desafíos de una educación moderna y útil. Y para completar el cuadro, habría que agregar a la cuenta del default educativo los pavorosos informes sobre deserción en la enseñanza media.

En general los síntomas son coincidentes: ignorancia en el manejo de información común y disponible, y problemas intelectuales para establecer relaciones y asociaciones de ideas. Las evaluaciones señalan que estos déficits caracterizan a amplias franjas de la juventud que aspiran a ingresar a las casas de altos estudios y que por la instrucción recibida o el origen y situación económica de sus familias deberían obtener mejores calificaciones en sus evaluaciones.

En definitiva, las cifras dan cuenta de los actuales niveles culturales de nuestra sociedad y ponen en evidencia la crisis por la que atravesamos. Con semejante panorama queda claro que se hace muy difícil pensar en el futuro de un país, sobre todo si se tiene en cuenta que la diferencia entre las naciones hoy se basa más en los conocimientos que en las riquezas naturales o las propiedades físicas.

Algunas iniciativas se están tomando para revertir esta tendencia negativa, pero sería necio o iluso suponer que los resultados se van a manifestar en el corto plazo. Por lo pronto, los planes de alfabetización que se están llevando a cabo exhiben algunos modestos logros en un país donde el retroceso sufrido en materia educativa se parece en algunos aspectos a una catástrofe.

Los problemas son complejos y lo que nos está pasando se explica en parte por las irregularidades institucionales y el estancamiento económico en el que ha caído la Argentina en las últimas décadas. No hace falta, en ese sentido, retroceder al siglo XIX para registrar una etapa de crecimiento educativo, basta con mirar la década del '60, en la que a pesar de perturbadores problemas políticos, la educación funcionaba y los niveles de integración social y cultural eran más que aceptables.

De todos modos no deja de ser patético y doloroso que hoy nos ocupemos de este tema, cuando para 1910 la Argentina exhibía una realidad educativa considerada entre las más avanzadas y exitosas del mundo. Concretamente, para el censo nacional de 1914, nuestro país se jactaba de haber reducido el analfabetismo real y funcional casi a su mínima expresión. Las cifras, al respecto, eran elocuentes y despertaban admiración y asombro. En poco más de treinta años nuestro país había revertido el plano inmóvil del analfabetismo, que en 1869 alcanzaba a casi el 80 por ciento de la población, reduciéndolo a sólo el 20 por ciento en 1914.

Políticos e intelectuales del Brasil ponderaban con indisimulable envidia esta experiencia y señalaban con nostalgia que a su país le había faltado una generación del '80 o, para ser más precisos, un Domingo F. Sarmiento. La diferencia en materia educativa a favor de la Argentina explicaba la diferencia en la calidad de vida que ofrecía nuestro país respecto a los de América latina y a muchos de la misma Europa.

Lo que conocemos como sociedad es un espacio integrado por numerosas variables políticas, económicas y culturales, lo cual obliga a rehuir los determinismos y las explicaciones simplistas. Sin embargo, a modo de hipótesis, puede decirse que uno de los datos que permite conocer el desarrollo de una nación o la calidad de vida de sus habitantes, así como sus mayores o menores niveles de integración social, lo pone de manifiesto su sistema educativo y la capacitación intelectual de sus miembros.

No se equivocaba Sarmiento cuando lanzó la consigna "Educar al soberano". De lo que se trataba era de capacitar por la vía del conocimiento y el ejercicio de la inteligencia a las personas para que pudieran afrontar con éxito su papel de ciudadanos y trabajadores, de dirigentes y protagonistas, condiciones indispensables para la construcción de una sociedad democrática y productiva.