Seguridad, libertad y democracia

Respeto el dolor de Blumberg, no comparto muchas de sus ideas y de sus propuestas, rechazo sus exabruptos contra los derechos humanos, pero en lo fundamental me parece un hombre valiente, un hombre capaz de salir a la calle a cumplir la promesa hecha ante la tumba de su hijo muerto, de trabajar por un país más seguro y más justo para todos.

Yo no creo que Blumberg sea un hombre de derecha, pero si lo fuera tampoco me importaría demasiado. Es verdad que a algunos dirigentes de derecha les interesa este liderazgo que convoca multitudes que ellos por sí mismos nunca lograrán atraer, pero de allí a que efectivamente sea el hombre que está buscando a la derecha para recuperar el espacio perdido, hay una gran distancia.

No creo que Blumberg decida presentarse de candidato, porque si así lo hiciera firmaría el certificado de defunción de su causa y estaría enterrando a su hijo por segunda vez. Sí creo, que no es de izquierda, pero también creo que para defender la causa de la Justicia no es necesario ser de izquierda o de derecha, alcanza simplemente con tener un mínimo de sensibilidad y una inmensa reserva de dolor.

Blumberg no es de izquierda, pero la izquierda está haciendo lo imposible para que se identifique con la derecha. A los dirigentes del fundamentalismo izquierdista les molesta que las multitudes estén en la calle reclamando justicia sin agregar a sus demandas una crítica al capitalismo o al Estado burgués. Se puede entender que, para la sensibilidad de izquierda, Blumberg inquiete y provoque fastidio, lo que no se puede comprender es que desde la izquierda lo empujen hacia la derecha para justificar el principio de la autoprofecía cumplida.

Resulta por lo menos sorprendente que algunos dirigentes le reprochen al padre de Axel movilizarse porque fue tocado por la tragedia, cuando exactamente lo mismo ocurrió en su momento con Hebe Bonafini o Estela Carlotto, entre tantas. Es probable que antes de la muerte de su hijo, Blumberg haya sido una persona indiferente a las cuestiones sociales, pero a nadie le deseo pasar por el aprendizaje desgarrante de la muerte de un hijo.

Estoy seguro que si a Blumberg le preguntaran qué prefiere más: su actual liderazgo político o la vida de su hijo no dudaría un instante. Lo mismo respondería Carlotto o Bonafini. Ya sé que esa pregunta no es realista, pero importa hacerla para entender desde dónde Blumberg está planteando su militancia

Siempre he pensado que lo peor, lo más trágico que le puede pasar a un hombre es que le maten un hijo. Todo dolor en la vida puede ser sobrellevado, pero se me ocurre que la muerte de un hijo es un dolor infinito que no se supera más, que pase lo que pase esa herida seguirá sangrando hasta el fin, que de allí en más no habrá ni consuelo, ni esperanzas. No en vano todas las culturas del mundo enseñan que los hijos deben enterrar a sus padres y no a la inversa, porque cuando ello ocurre es porque los pájaros negros de la muerte han poblado el cielo, el paisaje se ha teñido de gris y los sueños han degradado en pesadillas.

Sé que entre Blumberg y Estela Carlotto hay diferencias políticas. Las conozco y sería necio ignorarlas, pero también sé que ambos han sido víctimas en diferentes momentos de la impunidad y que de alguna manera ambos han decidido ponerse el pañuelo blanco en la cabeza y salir a gritar su dolor. Tengo derecho entonces en reclamar que marchen juntos, porque la misma mano que asesinó a la hija de Estela Carlotto es la que preparó las condiciones que mataron a Axel Blumberg.

En el mundo de las víctimas no hay ni puede haber privilegios. En el universo del dolor estamos todos igualados y la lucha por salir del dolor debe ser una lucha entre todos, más allá de que en algún momento, por razones de hierro, haya que marchar separados pero buscando la misma luz, orientados hacia el mismo resplandor.

La inseguridad no es el único problema que soportamos los argentinos. Tampoco se pueden desconocer las causas sociales y económicas que crean las condiciones favorables para el auge de la delincuencia, pero lo que no se puede ignorar es la existencia misma del problema y su naturaleza política. El acierto de Blumberg, lo que le otorga a su liderazgo una consistencia sólida es precisamente su esfuerzo por politizar, en el sentido más noble de la palabra, el conflicto.

El mérito de Blumberg reside en que se ha esforzado por racionalizar su dolor y politizarlo. Ha viajado con su causa por el país y por el mundo, se ha entrevistado con dirigentes nacionales e internacionales, ha consultado a técnicos de diferentes extracciones, en el camino se ha equivocado más de una vez, pero ha tenido el coraje de admitir sus errores.

Entiende mejor que otros que el dolor es importante, en primer lugar porque está allí y no hay manera de alejarlo o distraerlo, pero también sabe que no se puede legislar en nombre del dolor y que es necesario transformar el sentimiento en propuesta, programa de acción. Blumberg no ha salido a la calle a pedir pena de muerte o a exigir linchamientos; lo que ha hecho es apostar a la movilización para exigir a las autoridades y al Estado que cumplan con la ley. Sus reclamos, son reclamos de la sociedad civil, son reclamos que están presentes en diversos países y en ese sentido su accionar no debilita la democracia sino que la fortalece, en tanto moviliza exigiendo el cumplimiento de la ley.

Toda movilización a alguien molesta y a alguien beneficia. En las sociedades de masas los reclamos no son inocentes por más que quienes lo realicen invoquen su inocencia. Los hechos sociales tienen consecuencias políticas inevitables, esto es así y es inútil o necio desconocerlo. Lo inteligente entonces es aceptar esta lógica y tratar de encauzarla.

No puede ser que en este país la expresión "derechos humanos" le ponga los pelos de punta a la derecha y la palabra "seguridad" irrite a la izquierda. Alguien dirá que las palabras se semantizan y que ése es el significado que vale: si esto fuera así lo que importa entonces es luchar por devolverle a las palabras su significado primigenio con el objetivo de que seguridad y derechos humanos marchen juntos y no separados.

En la Argentina, hay muchos problemas. Hay hambre, hay miseria, hay pobreza, hay ignorancia, hay corrupción y hay inseguridad. Ninguno de estos problemas es más importante que otro y, además, es bueno saber que están íntimamente relacionados. Si una sociedad justa es aquélla en donde la calidad de vida de los hombres, de todos los hombres, está más o menos lograda, debemos convenir que el contenido de esa calidad incluye seguridad, pero también educación, trabajo, salarios dignos, salud para todos.

Lo ideal sería entonces que cada ciudadano sepa que no vive en una isla y que su problema forma parte del problema de todos y que lo más justo es entender a la sociedad como una totalidad y no como un fragmento. Derechos humanos y seguridad, por ejemplo, no tienen por qué estar reñidos. Los derechos humanos son universales y no pueden ser la coartada para justificar la dictadura del proletariado o alguna belleza parecida. Por el otro lado, la única seguridad cierta es la seguridad que respete los derechos humanos de todos y la única posibilidad de realizar el ideal moderno de los derechos humanos es con seguridad, es decir con leyes que se apliquen e instituciones que funcionen.

La seguridad no puede confundirse con la dictadura ni asimilarse a un paisaje árido en donde el único ruido de la calle lo otorgan el ulular de las sirenas policiales, los disparos de las pistolas y el aullido de dolor de las víctimas; tampoco la seguridad puede confundirse con un cementerio en donde el único sonido es el del viento helado soplando sobre las tumbas y, mucho menos, con la "paz" de los countries, porque nadie puede realizarse como persona si ha crecido rodeado de murallas, protegido por guardaespaldas, y viajando en 4x4 con vidrios polarizados y temiendo que en cada esquina se esté agazapado el secuestrador o el asesino.

La única seguridad por la que vale la pena luchar, por la que vale la pena vivir y si es necesario morir, la única seguridad que le podemos legar a nuestros hijos es la que podamos conquistar entre todos, la seguridad con justicia, con Estado de Derecho, con leyes que aseguren garantías pero exijan deberes, con funcionarios idóneos y decentes, con ciudadanos que entiendan que no hay posibilidad de realizarse en un país que no se realiza, que no se puede ser feliz en un mundo que sufre y que no hay libertad posible cuando muchos hombres, a veces demasiados, están encadenadas a los postes de tormento del hambre.

Rogelio [email protected]