Cartas a la dirección

Un nuevo patrimonio avasallado

Señores directores: Conocí al Arq. Amancio Williams hace más de 30 años y puedo decir con orgullo que fui su amigo, compartiendo muchas reuniones, viajes y posicionamientos culturales con él, colega de la Academia Nacional de Bellas Artes. A su muerte, en esta misma columna publiqué unas palabras de despedida ante la irreparable pérdida para el país de una de las más grandes figuras de la arquitectura latinoamericana.

Hoy, nuevamente debo evocarlo con dolor, frente al avasallamiento brutal sufrido por su famosa Casa del Puente, o Casa del Arroyo, ubicada en las afueras de la ciudad de Mar del Plata.

Ejemplo del modernismo internacional, construida entre los años 1943 y 1945 para vivienda de su padre, el compositor argentino Alberto Williams, esta obra adquirió rápidamente un crédito singular dentro de la corriente en el mundo. Acaba ahora de ser incendiada, con la destrucción de la mayor parte de sus estructuras internas, después de sucesivos ataques concretados con anterioridad, pintarrajeadas de muros exteriores, rotura de vidrios y otros elementos. Todas las acciones iniciadas a partir del abandono de la vivienda por su último propietario -hace de esto 10 meses- fueron vanas. Presentaciones ante el intendente Municipal de Mar del Plata (curiosamente, un arquitecto); pedidos de inclusión de la casa en el programa bonaerense de conservación de patrimonios; reclamos de la familia Williams para mantener y vigilar la construcción; pedido de vigencia de protección y aplicación de los correspondientes reglamentos a un monumento histórico declarado. Nada se hizo; nada se concretó.

Hoy, Amancio Williams debe aceptar, desde donde esté, un nuevo atropello a su visionario trabajo. Es un argentino más que apostó por la Argentina desde la creatividad, y fue burlado. Un argentino que sumó fuerzas para construir un país grande, admirado, desde la más alejada australidad.

Hoy, un país que ante sucesivos atropellos a la razón como el que merece esta carta, sólo puede invocar a la clemencia de Dios. Jorge Taverna Irigoyen. Ciudad.