Disminuir la pobreza es el mayor desafío

La mayoría de las principales ciudades del país advierte, en estos momentos, fuertes signos de crecimiento económico, -fruto de la reactivación industrial y de las exportaciones de productos agrícolas que tuvieron un marcado impulso a partir de la devaluación del peso-. En contraste, Santa Fe sufre una delicada situación de estancamiento.

El perfil eminentemente burocrático de la ciudad atenuó los efectos dramáticos de la crisis que sufrió el país durante los últimos años. Es cierto que el empleo estatal permitió que grandes franjas poblacionales gozaran de una estabilidad que no existe en el ámbito privado, fuertemente golpeado por la debacle de la economía. Sin embargo, ese perfil burocrático que alguna vez ayudó a sobrellevar un momento de grandes dificultades, hoy se transforma en una pesada carga que impide el despegue que puede apreciarse en otras ciudades fuertemente productivas.

Pero, pocos han advertido que el principal problema que sufre Santa Fe es la pobreza y la falta de alternativas para el crecimiento. La agenda pública de debate entre los santafesinos suele incluir otras preocupaciones tales como la inseguridad, las sospechas en el transporte, el mal estado de las calles, la falta de limpieza y los ruidos molestos, entre otros.

Si bien estos problemas existen y deben ponerse en funcionamiento los mecanismos necesarios para solucionarlos, soñar con una ciudad mejor seguirá siendo una mera utopía, mientras no se trabaje seriamente y de manera coordinada para encontrar una salida a la multiplicación de la pobreza.

Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) revelan que 46,1% de los santafesinos está por debajo de la línea de pobreza. Esto significa que los ingresos mensuales por grupo familiar no alcanzan a cubrir la denominada Canasta Básica Total, compuesta por alimentos y otros gastos como vestimenta, transporte, educación, etc.

Pero existen cifras aún más preocupantes: el 19,2% de la población es considerada indigente, porque sus ingresos familiares no son suficientes como para cubrir la Canasta Básica de Alimentos. Es decir que sus ingresos ni siquiera les alcanzarían para comer, si no fuera porque reciben algún otro tipo de apoyo estatal o de entidades intermedias.

La asistencia a estos sectores es imprescindible. Sin embargo, la ciudad no saldrá adelante mientras no se plantee un verdadero debate sobre la puesta en marcha de mecanismos que generen riqueza genuina.

En Santa Fe, el Estado distribuye 27.300 planes Jefes y Jefas de Hogar, 8.000 personas cobran el Plan Familia y otras 6.700 reciben ayuda del Programa de Empleo Comunitario.

Si se tiene en cuenta que sólo un miembro de cada grupo familiar puede cobrar estos beneficios, y calculando que cada una de estas familias está compuesta por un promedio de cinco integrantes, se deduce que más de 200.000 personas subsisten gracias al apoyo estatal. Es decir, aproximadamente uno de cada dos santafesinos recibe algún tipo de subsidio del Estado.

Pero a esta sorprendente cifra se debe sumar el abultado número de empleados públicos que, si bien prestan servicios a través de sus funciones específicas, no generan una riqueza que luego pueda ser distribuida entre el resto de la población.

El tiempo pasa y pocos parecen tomar conciencia de que el problema se agrava y carcome el tejido social, transformándose en un verdadero caldo de cultivo de otras cuestiones aún más difíciles de resolver.

Es imprescindible entender que, reducir la pobreza es el desafío más importante que debe enfrentar la ciudad y, para ello, resulta impostergable que las autoridades actúen convocando a cada uno de los sectores que pueden aportar ideas, programas, experiencia o dinero, para elaborar una estrategia concreta y sin falsos discursos.

El problema de la pobreza no es sólo un problema de los pobres. El problema de la pobreza afecta, directa o indirectamente, a cada uno de los integrantes de esta sociedad. Sólo con trabajo, producción, educación y una política social coordinada se puede reducir la brecha entre los que más tienen y los que hoy viven en un total estado de marginalidad. El desafío está planteado, aunque muchos prefieran mirar hacia otro lado.