Escuela en violencia

Días atrás la tragedia se desencadenó en una escuela de Carmen de Patagones, provincia de Buenos Aires. Un adolescente -víctima seguramente de un brote psicótico- mató a varios compañeros. Nos asombra, nos aturde, nos duele y también nos interroga.

Y se escuchan en los medios de comunicación social numerosas lecturas: algunas francamente imaginarias, superficiales, que no van más allá de la tragedia. La nombran, la repiten y la describen hasta la obscenidad. Terminan banalizándola porque saturan. Otras interpretaciones, las menos, son simbólicas, trascienden el acontecimiento, bucean en sus causas y sus significaciones.

Pero para esas lecturas "no hay tiempo ni espacio" en los medios. No en todos, claro está. Esas lecturas, por ser complejas, porque exigen detenimiento, reflexión y tiempo (escasea el tiempo en nuestra época) "no interesan" a los medios.

Pero más allá de este hecho luctuoso constatamos cada vez con mayor preocupación que nuestros púberes y adolescentes se quejan (¿no son acaso una demanda sus "síntomas", cada vez más fuertes, más duros, más estruendosos, más violentos?) de no tener una contención social. Sus conductas son una manera dramática de evidenciarse, aunque también existen un sinnúmero de otros síntomas menores - que lo dejan a la vista: rebeldías, desinterés, fracaso escolar reiterado, desprecio por la cultura de los adultos, refugio en pequeños grupos que se rigen con la lógica de la patota, impenetrabilidad de cualquier discurso pacificador, adicciones cada vez más severas y tempranas, bulimia, anorexia, etc.

Asimismo, se puede palpar hoy la pérdida cada vez más evidente de la figura y la función paterna, y con ello la función simbólica de la ley... imprescindibles para la contención social y emocional, (en especial de ciertos valores como la disciplina) de nuestros estudiantes, niños o jóvenes. Vemos hoy cómo púberes y adolescentes dan cuenta -con múltiples síntomas- de ese desamparo social.

La globalización ha puesto sus ojos inyectados de dinero en ellos: los tiene en cuenta, claro, pero sólo en tanto y en cuanto consumidores de una variada oferta, en especial la tecnológica, con su seducción siempre renovada. Pero -en realidad- son contabilizados, sólo constituyen un número, un porcentaje en el cálculo aterrador de la producción y el marketing. Lo que la lógica del mercado desea es un comprador más. Así, lejos de ser sujetos con capacidad de elección, son más bien elegidos por el gran Otro Económico cuyo lema favorito es "a consumir todo...".

Nuestros chicos están muy solos. Hanna Arendt, esa socióloga y filósofa tan esclarecida, criticaba duramente ya en 1975 el desamparo en que los niños norteamericanos estaban, y pronosticaba que si ellos quedaban librados a sus pulsiones, sin la contención de los adultos, es decir, sin alguien que se hacía cargo con autoridad de ellos, sin la posibilidad de tener quien favorezca la sublimación de sus pulsiones, las consecuencias no se harían esperar, ya que los niños y adolescentes librados a sus impulsos se agreden, se violentan e -inclusive- se matan. Los norteamericanos lo viven desde hace ya tiempo, nosotros - al parecer- ahora también.

Sin contención de los adultos, sin ser considerados como sujetos de la palabra y de la escucha, donde ellos puedan poner en palabras sus sufrimientos y reclamos, sus síntomas son cada vez más duros y violentos, ya que lo que no se habla se actúa.

Las instituciones que reúnen a adolescentes y jóvenes deben ofrecerles -sin tardanza- palabras pacificadoras. Y aunque sea muy doloroso reconocerlo, muchas de ellas no las tienen, porque actúan en forma de espejo con los chicos: a la violencia le responden con violencia, a la agresividad con agresión.

Necesitamos que los adultos que estén al frente de los chicos tengan palabras que los tranquilicen, no que los enardezcan y enciendan por esa vía la llama de la oposición, de la rebeldía y -por consiguiente- de la violencia irracional.

Claro que debemos admitir que siempre habrá interrogantes y será difícil dar cuenta en forma cabal y racional de muchas conductas del sujeto humano, como la de este joven que diera muerte a varios compañeros. Algunas conductas humanas son ciertamente sorprendentes: la psiquiatría y el psicoanálisis dan cuenta de ello.

Pero en relación específica a este hecho quisiera señalar algo que en mi criterio tiene suma relevancia y que -por la lógica habitual de las noticias graves- puede pasar desapercibido. Y es que -aparentemente- a este adolescente no se le podía reprochar demasiado con anterioridad, sólo cierto aislamiento y silencio... es decir, no acreditaba antecedentes visibles que hicieran esperar una conducta de esta naturaleza.

Compañeros, docentes y directivos de la institución educativa no pudieron dar cuenta de este pase al acto tan repentino e inesperado de este joven, al que calificaron sólo como "calladito...".

Sorpresa y enigma... ¿es que ahora también estos chicos pueden ejercer violencia y de tal magnitud? La explicación de estas conductas puede extraviarse y sorprender (tal como ha pasado) si no apelamos a lo que nuestra cultura posmoderna, la de la eficacia a cualquier precio y de respuestas rápidas y "al paso", desecha con bastante frecuencia: nos referimos a la existencia del inconsciente, aporte que el psicoanálisis hiciera hace ya más de cien años.

No se pretende ni que todos lo acepten ni explicar todo por esa vía. Lo que decimos es que el sujeto humano -aunque lo ignore o lo niegue- se maneja en su vínculos más allá de las "conductas externas" o "conscientes" , por el inconsciente.

Tan acostumbrados a dividir entre "niños buenos y malos", nuestra cultura tiene serias dificultades para encontrar explicación a estas conductas decididamente complejas... de las que -en nuestra estima- sólo puede darse cuenta desde otra lógica: la lógica del inconsciente, donde queda en evidencia que el sujeto humano no es "igual a sí mismo", es decir, no es lo que parece, ni tampoco siempre se parece demasiado a lo que es...

Se trata de entender que tanto las estructuras neuróticas como psicóticas tienen sus propias lógicas, y que no siempre tienen que ver con sus conductas exteriores, como queda en evidencia en este caso.

En relación a este joven habrá que determinar -lógicamente- qué pasó realmente. De eso seguramente se encargarán -por un lado- la Justicia y por otro profesionales que -es de esperar- sepan y puedan trascender la mera interpretación imaginaria y conductista del hecho humano, para llegar a la intimidad de sus estructuras, única forma de ayudarlo.

Tal vez lo que nos toca a nosotros es asumir que no son suficientes algunos de los recursos con los que ciertas teorías en plena vigencia en nuestra cultura, y -en especial en la pedagogía- utilizan para calificar y/o clasificar las conductas infantiles y/o adolescentes... y que generan tantas angustias como sorpresas y desesperanzas entre los docentes.

Habrá que recurrir -pues- a explicaciones más profundas, más simbólicas, que al mismo tiempo que den cuenta de ciertas "patologías ocultas detrás de semblantes violentos, agresivos o pacíficos" nos proporcionen a todos, pero en especial a la escuela, mejores datos sobre las etiologías y los síntomas que permiten optimizar nuestra capacidad de respuesta.

De lo contrario nos condenamos a continuar de sobresalto en sobresalto, sin atinar a entender -por fin- qué nos pasa realmente a los seres humanos más allá de lo que parece, y a responsabilizar de esto únicamente a la escuela. Ella es -como todos lo sabemos- sólo el lugar privilegiado donde los síntomas sociales se manifiestan con mayor crudeza y eficacia. Y si aún la situación no es más grave, es gracias a la labor de contención de muchos de nuestros docentes.

Daniel De Greef

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