Angeles y cupidos
El amor romántico a la latina es cantado por Los Angeles Negros desde hace casi cuarenta años. Tras recorrer distintos escenarios de Latinoamérica, el público santafesino los recibe con frecuencia en República del Oeste.

Si durante alguna década la Argentina dejó morir al tango, que era suyo, ¿qué menos olvido podía reservar al bolero y la balada romántica tradicional? "Se produjo un bajón en los '90, hasta que llegó el revival de los '60 y los 70", observa Carmelo Crognale, director de Los Angeles Negros, los pioneros de un estilo melódico. "En Centroamérica es distinto, porque no se distingue entre lo viejo y lo nuevo: los artistas siempre están vigentes", explica, o sea que "no existe el rótulo de música para el recuerdo", ni la nostalgia es un género.

Una casi leyenda sitúa el nacimiento de Los Angeles Negros en San Carlos, Chile, 1968, cuando cinco estudiantes organizaron un grupo musical, sin el presentimiento de que iban a convertirse en un fenómeno de popularidad continental, o en una suerte de Beatles de la canción romántica. El nombre habría devenido luego de una noche de tormenta, cuando un rayo quemó el árbol que estaba en la plaza principal, y alguien creyó ver en sus restos la figura de un ángel negro.

En Chile los encontró don Nicolás Oliva, un representante y manager artístico de Córdoba, y los trajo a la Argentina, aunque el artífice de la grabación que los zambulló en el éxito fue Raúl Lescano, otro cordobés, ahora santafesino por adopción, y actual secretario de programación del grupo.

El cruce de Los Andes

Lescano tiene la palabra y cuenta los primeros tramos de la historia: "Con Nicolás Oliva éramos representantes de artistas, vecinos y amigos. También era contrabajista y había tocado con Chico Novarro, cuando recién empezaba. Habíamos viajado a Mendoza, cuando Nicolás me propuso ir a Chile a programar, pero le advertí que no era la época, ya que nos podíamos quedar varados por la nieve. Yo me quedé en el hotel y él se fue a Chile, donde le ofrecieron material de Los Angeles Negros. `Llévelo, que esto puede ser un golazo', lo entusiasmaron allá, y lo trajo. En ese entonces, el grupo gustaba en los sectores más pobres de Chile, algo así como el público de la cumbia villera. Una vez de vuelta a Mendoza, Nicolás me insistía para que escuchara el material, pero durante todo el día no le dí bola, uno tenía otras cosas en la cabeza. `Rajá con esos Angeles Negros, tienen nombre de bebida', lo cargaba. Al fin, le di el gusto y escuché el material. `Estos están imitando a Yaco Monti", le dije.

En ese tiempo, Lescano programaba a Los Cinco Latinos, Leo Dan, el Cuarteto Imperial y otros artistas de CBS, o sea que ese grupo de chilenos desconocidos no le despertaba ninguna pasión.

Cuando ambos regresaron a Córdoba, Lescano tuvo un gesto con su vecino y amigo Oliva, y recomendó a Los Angeles Negros al sello Odeón, a través de una de sus tantas conexiones. "Sacaron el disco y fue la sorpresa, vendió más que Yaco Monti". Temas "Como quisiera decirte" y "Y volveré" fueron los hits. "Se los escuchaba en todas partes, en la calle, en los negocios, en el quilombo, y yo me reprochaba: ílo que me perdí!", se acuerda.

"Después, a don Nicolás Oliva lo perdí de vista, como vecino y amigo, cuando se fue con Los Angeles Negros a México", pero esa es la segunda parte de la historia.

El período azteca

En México, el éxito fue rotundo y se quedaron, y Nicolás Oliva ocupó la casa de Hugo del Carril, que se había vuelto a la Argentina. Se produjo la deserción del cantante Germain Delafuente, y fue reemplazado por "un mexicano morochito, insistente, que quería cantar". Se trataba de Ismael Montes, luego de gran popularidad, y el segundo de una lista de solistas que se sucederían hasta sumar unos ocho. Ambos fueron conocidos en vivo por los santafesinos: Germain Delafuente actuó en Ferroviario con los primeros Angeles Negros, que años después llegarían a Unión con Ismael Montes.

El manager Oliva quería volverse a Córdoba, y aquel grupo original se dispersó, también afectado por las exigencias de visa y del restringido permiso para trabajar que sufren los músicos. Algunos se fueron a Estados Unidos, otros se quedaron en México.

Toma la palabra Carmelo Crognale, el director actual, un tecladista nacido en Italia, pero criado desde chico en Buenos Aires. Está desde 1977 con Los Angeles Negros, y pertenece a lo que llama "la segunda camada". Cuando Nicolás Oliva reorganizó el grupo de vuelta a la Argentina, "me convocó, entre otras cosas, porque yo estaba bien equipado con la tecnología del momento, y desde entonces nunca paré".

La elección del heredero

Oliva tenía su propio estudio de grabación, llamado Pira, donde Los Angeles Negros grabaron varios LP. Las giras al exterior fueron una constante, y el maestro Crognale recuerda tres a Estados Unidos, seis a Bolivia, dos a Perú, y cinco a Paraguay, a las que deben sumarse Honduras, Puerto Rico, Ecuador y países europeos. "Con la emigración masiva de latinos, tenemos público en todo el mundo", afirma. Estuvieron invitados para ir a Cuba, pero los cubanos anticastristas de Miami los advirtieron de que, de hacerlo, no iban a pisar más esa plaza. En nuestra ciudad, el público los recibe frecuentemente en República del Oeste.

Evoca viajes accidentados, como uno entre Yacuiba y Santa Cruz, "cuando el tren se quedó en medio de la selva, y carnearon un lechón para comer, o una vez en Camiri, la ciudad petrolera donde mataron al Che, entre montañas, a la cual sólo se accede por avión. Llovía tanto que estuvimos 15 días varados porque no había vuelos".

Antes de morir, hace un par de años, don Nicolás Oliva eligió al fiel Carmelo como heredero y titular de los derechos de explotación de Los Angeles Negros, cuya actual voz solista pertenece a Mario Gutiérrez Contreras, un porteño que responde al alias de Cristian. El repertorio consiste en baladas -salvo raras excepciones de música movida-, y siempre son los mismos 22 temas que fueron los éxitos del conjunto. Es lo que el público demanda: "Si agregamos una canción nueva, la reacción es más bien indiferente".

El pantalón que esperó 30 años

Hace poco, durante una actuación en Buenos Aires se aproximó una mujer con un pantalón doblado en las manos. Era una prenda sin uso, pero se observaba en ella el paso del tiempo.

"Soy de Santiago del Estero. Cuando tenía 15 años, compré este pantalón para ir a escucharlos a ustedes, pero mi papá no me dejó estrenarlo. Lo guardé treinta años, porque me prometí que lo iba a llevar cuando tuviera otra oportunidad de verlos", les dijo la mujer.

Los Angeles Negros autografiaron la reliquia: era un símbolo de perseverancia.

Roberto Maurer