El III Congreso de la Lengua

Son muchos los temas que se debaten en un congreso, por lo que es muy riesgoso pretender definir en pocas palabras los objetivos de una iniciativa de este tipo. Hecha la correspondiente aclaración, bien podría decirse como punto de partida que un congreso de la lengua se propone básicamente reflexionar sobre el lenguaje, sobre su permanencia y sus cambios. Escritores, docentes, investigadores y académicos en general participan y elaboran en sus respectivas comisiones sus consideraciones acerca de los temas que les preocupan o para el que han sido convocados. De más está decir que estas conclusiones son siempre parciales, ya que en temas como éstos no puede ni debe haber conclusiones definitivas.

Es importante que exista un foro en donde se debata acerca de los temas relacionados con el lenguaje, una materia viva, cambiante, que se enriquece cotidianamente y en donde lo que importa es atender la dialéctica interna que alumbra los cambios y sostiene las permanencias. Durante muchos años la palabra "academia" fue muy criticada en ciertos ámbitos intelectuales y es probable que en más de un caso esas críticas fueran acertadas. La rigidez teórica, la incapacidad para percibir las mutaciones, las intrigas facciosas, la desactualización teórica, el distanciamiento con los desafíos del mundo cotidiano contribuyeron a desprestigiar el universo académico y a transformarlo en sinónimo de decadencia y anacronismo.

Sin embargo, ninguno de estos vicios han permitido descalificar la existencia institucional de un ámbito académico que funcione efectivamente. La necesidad de un espacio que discuta y polemice acerca del objeto de su estudio es indispensable para mantener vivo y palpitante el lenguaje asegurando al mismo tiempo que no se degrade o corrompa, porque, bueno es saberlo, el idioma puede morir asfixiado por la rigidez y el anacronismo, pero también puede morir como consecuencia de la corrupción, la banalización o la degradación de sus fundamentos.

La existencia de una academia y la celebración de los congresos permite que se reflexione y se discuta con un aceptable nivel de excelencia. La justificación histórica de una academia es precisamente su capacidad para convocar a los actores más idóneos y legitimar a través de ellos los cambios que se produzcan o las permanencias que se sostengan. Estos criterios tienen validez general, pero en el caso de la lengua la exigencia se refuerza porque las condiciones históricas son excepcionales. No es una novedad decir al respecto que existen fuertes tendencias en la juventud y en amplios sectores sociales a empobrecer y degradar el lenguaje. El fenómeno es paradójico y contradictorio, pero no por ello menos real.

La revolución en las comunicaciones ha abierto extraordinarias posibilidades para la humanidad pero también ha instalado riesgos inquietantes. Giovani Sartori, el reconocido intelectual y politólogo italiano, señalaba en una reciente conferencia que en los tiempos que corren se observa el pasaje del homo sapiens al homo videns. Consideraba al respecto que el actor nacido en el Renacimiento y protagonista de la Modernidad, el mismo que forjaba su identidad a través de la lectura y la recreación del lenguaje, estaba cediendo su lugar al homo videns, personaje ideal que privilegia la imagen y coloca en un segundo y lejano plano la lectura y el pensamiento abstracto.

Los idiomas se alimentan del lenguaje cotidiano, allí está la fuente de su renovación y riqueza; el habla popular, los textos de escritores y poetas son las fuentes que nutren y vivifican un idioma. Un Congreso de la Lengua se propone reflexionar sobre todos estos temas. Wittgenstein desde la filosofía y Borges desde la literatura señalaban que pensar un lenguaje es pensar un mundo y que la identidad de las personas se constituye a partir del lenguaje. El filósofo vienés planteaba que las palabras de un idioma hay que pensarlas en su conjunto como si fueran una gran ciudad, con sus palabras respetables ubicadas en el centro, sus palabras populares instaladas en las barriadas y sus términos soeces y cultos instalados en los dos extremos de la ciudad: los barrios distinguidos y las villas miseria.

La metáfora es útil para apreciar la vastedad y heterogeneidad del lenguaje, pero también en su capacidad para circular y mudar de territorios. La metáfora permite apreciar la extensión, pero también los límites, su centro y sus orillas. Si el lenguaje puede compararse con un espacio urbano, un congreso de la lengua bien podría compararse con un parlamento que legisla sobre la integración, sobre el tránsito y sus reglas, sobre lo permitido y lo excluido. Que esta tarea se realice en tiempos de crisis y de incertidumbre justifica con generosidad tantos desvelos y expectativas.