Estos benditos concursos literarios

Acaba de conocerse el resultado del premio Clarín de Novela; la revista Ñ publicó una entrevista a Ángela Pradelli, la ganadora, quien afirma: "Yo corrijo mucho y no avanzo sin corregir, no me importa estar tres días con un párrafo".

Con mucho interés me puse a leer el brevísimo anticipo que se ofrece en el artículo y de entrada me encontré con dos oraciones sucesivas: "Está siempre respondiendo", "Mi padre tiene todas esas respuestas... parecen envolver el aire cuando responde".

Tres golondrinas no hacen verano, así que continué con el fragmento de muestra y leí algo peor en sólo dos párrafos vecinos: "estrellas brillantes", "frío helado... frío helado", "unas bocanadas... desbordando de nuestras bocas", "humo ligero", "nieve blanca", "silbato agudo", "voz ronca y áspera".

¿Recuerdan cuando Huidobro dijo que "si el adjetivo no da vida, mata"? Borges lo citó a menudo y lo practicó siempre; si hubiera leído esa sarta de epítetos pleonásticos habría musitado algo parecido a "cómo estima el peso del idioma, ¿no?". Según el artículo, Ángeles Mastretta y Antonio Skármeta, dos miembros del jurado, "señalaron que habían leído la novela de un tirón". ¿Qué duda cabe?

Se presentaron 815 novelas, un número ahora frecuente en concursos de similar prestigio. Como es sabido, hay un jurado de preselección que decide la permanencia de las obras hasta el final del certamen; a su arbitrio queda librada la suerte de la mayoría. La opinión de los grandes, o famosos, o ambas cosas, escritores que integran el jurado de última instancia parece sólo la hojita de menta del manjar. A mí "me daría cosa", como dicen los chicos, estar en sus zapatos.

A veces se conocen situaciones más curiosas todavía, como la del premio obtenido por Piglia, que retiró Plata quemada del comité permanente de lectura de la editorial para presentarlo en el concurso del mismo año; o la del caso de Vargas Llosa, en 1993, con Lituma en los Andes. ¿Qué puede hacerse con esos grandotes abusadores?

Por bastante tiempo se supo que el resultado de los certámenes literarios tenía un margen de incertidumbre debido a las preferencias de los miembros del jurado, inevitables, humanas, legítimas incluso. Ahora conviene tener en cuenta otros imponderables, por llamarlos de alguna manera.

A pesar de todo, los escritores seguimos contentos y agradecidos con la posibilidad que se brinda en los concursos internacionales, aunque con tantos novelistas entusiastas que somos en esta época de literatura descartable, el espectáculo se parece cada vez más a una carrera de espermatozoos.

Sara Zapata Valeije.