Coral para la gente sola

Lesley Manville y Timothy Spall en el momento de recuperar la sonrisa.. 

Mike Leigh es un verdadero orquestador de las emociones. Todas sus películas son estupendas alianzas con sus actores que, tras un tiempo previo en que trabajan sus personajes aportando sus propias experiencias, se lanzan a rodajes que deben ser una fiesta de la sensibilidad humana. Sin ahorrarnos nada de las zonas oscuras del ser humano, se las arregla para que una cierta luz -aunque a veces sea tenue- ilumine a sus criaturas con otra fiesta, la de la vida, aunque las consecuencias sean terribles .

Sus filmes no pueden emparentarse con la esperanza, son más bien la certidumbre de que todo o nada puede hacer soportable la vida, es sólo poder dominar la soledad a las que nos someten las necesidades, privaciones y ese difícil mundo de los afectos. Los personajes de esta película están solos desde siempre, no han podido encontrarse con nadie más que en una impuesta relación familiar que termina minada por la incomunicación. Viven en un Londres casi marginal, en esos complejos habitacionales en donde cualquier intimidad se hace imposible.

En esa realidad, viven un taxista y su mujer empleada en un supermercado, y sus obesos hijos, un muchacho que se la pasa viendo televisión, comiendo y protestando, y la chica que trabaja cuidando ancianos. En los almuerzos se trasluce la orfandad. Apenas hablan, y si lo hacen, es para contar cosas elementales o largar alguna agresión velada. Sus vidas cotidianas se remiten al trabajo y la casa en donde el amor es un ángel que dejó de pasar hace un tiempo. Phill, Penny, Rory y Rachel viven como si no vivieran.

Leigh estructura su filme como un gran fresco coral, en donde sigue ese andar cotidiano, esa rutina que sólo es alterada por algunos hechos que escapan a esa monotonía, como algún embarazo no previsto, un desmayo inoportuno, algunos accidentes evitables y el infarto de Rory, que traerá sus consecuencias familiares. Sus criaturas tienen el rostro marcado por la frustración y la sonrisa no es nunca convocada. Sólo grandes actores pueden hacer creíble esa manera de esperar la muerte. Uno de ellos se harta, apaga ese celular maldito que suena a cada rato y se va a vagar sin rumbo.

El que tiene ese ánimo de escapar es Phil (un magistral Timothy Spall), en un gesto que lo volcará de nuevo a la vida. Leigh es un autor notable, su misión es la de rescatar cenizas, despojos, chatarra. En sus obras pesimistas se permite el optimismo de creer en sus personajes y actores y llegar a retratos y momentos memorables. El lento avance de cámara sobre los rostros de esta pareja desgastada por la vida, hasta llegar a ese beso en la boca que resume años de sacrificios y esperas, es sencillamente sublime.

"A TODO O NADA"

("All or Nothing", Gran Bretaña, 2003); Dirección y guión: Mike Leigh; fotografía: Dick Pope; música: Andrew Dickson; arte: Tom Read; montaje: Lesley Walker; vestuario: Jacqueline Durran; Intérpretes: Timothy Spall, Lesley Manville, Alison Garland, James Corden, Ruth Sheen, Kathryn Hunter y Daniel Mays; duración: 128 min. Presentada por CGI en el América y Cine Club Santa Fe.

Juan Carlos Arch