El precio siempre elevado de la soberbia
Por Darío D'Atri (CMI)

No todo fue tan mal como parece, pero convendría detenerse a leer y aprender de los errores. La obligada postergación de la fecha de inicio del canje de los bonos de deuda en default no debe ocultar que para el 2005 el grueso de los analistas privados -muchos de ellos enfrentados al gobierno- están elevando el pronóstico de crecimiento al 8% anual. La buena marcha de la economía es hoy la garantía principal a favor de un mantenimiento de la normalidad relativa con que se ha desenvuelto la realidad nacional en los últimos 18 meses.

El presidente Néstor Kirchner no perdió los estribos y ponderó rápida y acertadamente que hubiera sido un costosísimo error político y estratégico dar mayor espacio a las durísimas críticas contra el ministro Roberto Lavagna que -dentro del gabinete y, por supuesto, desde la oposición a la política económica- surgieron apenas se desató el viernes 19 la crisis de la deuda por la renuncia del Bank of New York a su papel operativo en el canje.

Kirchner y Lavagna han tenido cruces anteriores referidos siempre a estrategias y estilos de negociación con los acreedores, pero nunca como ahora lo que estuvo en juego fue tanto. Aún cuando se declaró el breve default al Fondo, a mediados de 2003, los riesgos políticos fueron menores que los corridos esta semana. En aquella oportunidad, el default causó la furia del staff del FMI, pero fue parte de una arriesgada y finalmente exitosa estrategia de negociación diseñada por Kirchner. Esta vez, en cambio, la Casa Rosada y Economía estaban con la guardia baja y pagaron el costo de los excesos de optimismo vertidos en los dos últimos meses en relación al final de la negociación para salir del default.

Es cierto, como criticó Kirchner a Lavagna el último miércoles, que Economía se manejó con exceso de autonomía, irresponsabilidad al no tener debidamente acordados y firmados los contratos con el Bank of New York y falta de previsión al no tener diseñado un plan B que pudiera saldar un problema como el suscitado el viernes de la semana anterior. Pero no menos evidente es que el presidente y sus hombres más cercanos se dedicaron a todo menos a monitorear el tema más delicado en el frente externo económico. Una cosa es la confianza de un presidente en sus ministros (uno de los atributos que suelen brillar por su ausencia en Kirchner), otra es que el moldeado de la etapa decisiva de las negociaciones haya trascurrido sin la mínima atención de la cabeza del gobierno.

Morder el polvo

Lavagna es un ministro que despierta menos rencores entre sus pares y entre los grandes financistas por sus convicciones sobre política económica que por la arrogancia con la que suele enfrentar a unos y otros. Él, que llegó al poder económico con el menor índice de expectativas positivas por parte del establishment económico local e internacional, forjó a fuerza de buenos resultados en el manejo de la economía, así como de inteligencia en el moldeado de una nueva relación crítica con el Fondo, un creciente y poderoso consenso entre la gente. De hecho, no caben dudas que fue la decisión de mantener a Lavagna en el cargo de ministro de Economía lo que consolidó el caudal de votantes que le permitió a Kirchner llegar al segundo puesto en las presidenciales de 2003.

Sin embargo, el ministro fue transformando esa cadena de "éxitos" y su siempre alta ponderación popular en un arma de doble filo, que le dio tanta autonomía dentro del gabinete como tendencia a repetir el siempre criticado estilo radial e hiperconcentrado modelo de decisión que aplica el propio Kirchner.

Ahora, Lavagna mordió el polvo en la peor de las canchas, aquélla por la que hubiera puesto las manos en el fuego sólo 7 días atrás. El listado de errores incluye tanto un inaceptable grado de soberbia a la hora de establecer pautas de relacionamiento con los principales actores del gran mundo de las finanzas, con peleas con los poderosos Bill Rhodes (Citigroup), Charles Dallara (Instituto Internacional de Finanzas) y Hans Eichel (ministro de Finanzas de Alemania) que cerraron progresivamente las puertas a un entendimiento con los grandes bancos y con el G-7; así como la fijación de un cronograma de aprobación de la propuesta de canje por parte de las comisiones de valores de Estados Unidos, Japón y los países europeos absolutamente irreal y antojadizo. Haber supuesto que los tiempos ideales del Ministerio de Economía serían los tiempos reales de las comisiones de valores que deben autorizar el canje fue tan infantil como irresponsable, porque se corrió un riesgo altísimo que derivó en una suspensión que ahora sirve a los acreedores para redoblar sus presiones sobre la Argentina.

Lo que vendrá

El consenso de los principales especialistas en financiamiento y deuda, como Daniel Marx y Miguel Kiguel, es que la Argentina no correrá altos riesgos en el manejo de su cronograma de pagos de deuda durante el 2005, a partir de la obligada decisión de postergar las renegociaciones con el FMI y seguir, por eso mismo, el camino actual de pagos de la deuda con reservas internacionales. Al mismo tiempo, el ritmo de crecimiento de la economía en el 2005 garantizará altos niveles de recaudación y solvencia económica sin riesgos sobre la marcha de la economía.

Sin embargo, aunque Economía lo niegue es muy difícil que se llegue a la fecha de lanzamiento del canje, prevista ahora para el 17 de enero, y a la implementación de casi seguras segundas etapas del mismo, sin realizar nuevas mejoras a los acreedores. Sin dudas, el precio más alto de la demora en el lanzamiento respecto de la fecha prevista es el costo en término de pagos con reservas al FMI y otros organismos, y el tiempo ganado por los acreedores para multiplicar sus reclamos por mayores pagos.

Pero si la armonía -a veces forzada por la realidad- entre el presidente Kirchner y el ministro Lavagna no se rompe, la Argentina podrá marcar en el almanaque de su historia el día de salida del default en los próximos cuatro meses. Eduardo Duhalde así lo ha entendido, por eso bajó a su tropa la orden de no castigar sobre la maltrecha relación del ministro Lavagna y Kirchner, y se encargó personalmente de aventar temores tremendistas. En el 2005 el justicialismo pone demasiado en juego como para empezarlo con un mes de anticipación y en medio de un cataclismo entre los dos pesos pesados del gobierno.