¿Qué hacer con el cine argentino?

En medio de la globalización imperante, de la pérdida casi total del manejo de la exhibición y también de cierta desidia que aún manifiesta el espectador nativo hacia las obras que lo reflejan, el panorama futuro del cine argentino es preocupante. Actualmente se vive la satisfacción del reconocimiento internacional, los premios en todos los festivales del mundo y hasta la venta de nuestras películas al exterior a países que muchas veces estrenan nuestros filmes antes que nosotros.

En lo concreto, la industria cinematográfica como tal apenas existe en la Argentina. Puede hablarse más bien de grupos de trabajo que producen sus películas de varias maneras, en cooperativa, consiguiendo dineros de varios sectores, desde empresas hasta organismos públicos, en concursos y muchas veces poniendo de su bolsillo. Es evidente que estamos pasando una etapa en donde las imágenes seducen a mucha gente, desde los más de doce mil estudiantes de cine hasta los ya realizadores, que siempre se las arreglan para seguir filmando.

El Instituto de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) ha sido hasta ahora el gran manto protector de este cine gracias a los concursos y a los préstamos que acuerda y también en su permanente gestión para lograr acuerdos de coproducción con otras cinematografías. El primer estallido se produce cuando una película nacional (en realidad era sólo una), pone en aprietos a los estrenos de Hollywood. El obvio quite de pantallas a la película nacional produce una sana reacción del Incaa, que termina en una ley de dudosa aplicación.

Cuota de pantalla

No es la primera vez que se recurre a la cuota de pantalla en defensa del cine nacional. Pero nunca fue el arma eficaz. Antes, cuando una película argentina tapaba las bocas de salida a las películas norteamericanas, solía hacerse un viajecito el presidente de la Motion Pictures (organismo que coordina el cine norteamericano), para poner las cosas en su lugar. Jack Valenti (de reciente renuncia), venía, charlaba, negociaba y mal que mal se salía con la suya. En ese entonces todos los cines del país estaban en manos de empresarios argentinos.

Hoy, casi el noventa por ciento de la exhibición está en manos de los complejos, es decir, en manos extranjeras. Digamos que el viajecito ya no es necesario, como tampoco preocuparse mucho por una cuota de pantalla que esos complejos cumplen con las cuatro o cinco películas nacionales que realmente son taquilleras. El resto de los cines, -el 10%-, realmente, soportan el peso de la ley. Son justamente las pocas empresas nacionales que quedan, para ellas la ley dice que pueden dar esas mismas películas, cuando ya están muy vistas o ya editadas en video, o estrenar las 40 o 50 películas que quedan, de esas que no tienen éxito comercial.

El futuro

Por lo tanto, nada de esto salvará al cine nacional. La real posibilidad de atisbar un futuro mejor está en la formación de un público totalmente asimilado al lenguaje televisivo y hollywoodense, y que tiene el derecho de conocer y acceder a otras formas de expresión. Ese público se forma en los cineclubes, las bibliotecas, el salón del club, o cualquier lugar que pueda habilitarse para exhibir una película y charlar sobre ella, con sus hacedores.

Las escuelas parecen ser el ámbito ideal para esta tarea. Es allí donde pueden estar junto jóvenes y docentes tratando este tema de las imágenes, verdadero motor de toda la cultura actual. Viendo el problema desde este ángulo, es más del campo educativo que de leyes que quieren imponer por decreto lo que todavía no es una necesidad, ni siquiera una curiosidad. Desde luego, prensa y publicidad organizada desde quienes tienen el poder de hacerlo, es fundamental para esta campaña, que suponemos es el único y difícil camino que queda, aunque sus primeros logros deparen años de espera.

Juan Carlos Arch