La denuncia como espectáculo.
En los medios permanentemente son noticia los hechos de corrupción así como las denuncias en contra de funcionarios o distintas instituciones. Este proceso produce un acostumbramiento del público y la naturalización del reclamo o la protesta.

En lo primero que se piensa cuando se habla de las denuncias que aparecen en televisión, de funcionarios corruptos, de enriquecimiento ilícito de políticos, de estafas de empresarios, es lo conveniente de que salgan a la luz, aunque luego, la invasión de este tipo de noticias y la falta de sanción parecieran jugarle en contra a la misma denuncia.

"La denuncia es una de las más eficaces formas de chupar las energías creadoras de la gente. La indignación que puede llegar a producir, descarga, alivia", destaca el filósofo Raúl Cerdeiras, en su estudio sobre "La política que viene", al referirse a la situación.

Cerdeiras consideró que "lo que sucede es que la pura denuncia paraliza toda posibilidad de pensar". "Sólo habilita, y esto en el mejor de los casos, la protesta `anti', que tiene poca efectividad política", remarcó.

"La denuncia tiene el mismo formato que una campaña electoral", dijo y más adelante agregó que "a las políticas de Estado no les molestan las denuncias, sino que, por el contrario, es un buen paragolpe que las refuerza".

Y sigue: "El Estado sabe muy bien que toda denuncia apunta al funcionario y no al funcionamiento. El funcionario corrupto es el fusible del funcionamiento más sutil y profundo del Estado".

Ya no es noticia

Para el especialista en Psicología de la Comunicación, Daniel Lutzky, "lo que pasa con las denuncias de corrupción, si bien coinciden con la opinión general de la gente y encuentran un clima propicio, en el sentido de que son recibidas y pensadas como ciertas, es que no tienen un efecto muy fuerte en la medida que la gente ya supone antes de recibir la noticia que los diputados, los senadores, el sistema político, es corrupto".

"Y por lo tanto -añadió- todas las denuncias de corrupción simplemente son la confirmación de algo que ya pensaban de antes; es decir, no es algo que cause un impacto que cambie alguna tendencia o que produzca algún efecto especial en la opinión pública".

En este marco, pareciera que los argentinos llegaron a convivir con la denuncia, a acostumbrarse y que ya no llame la atención -más que un comentario de indignación- que todos los días se conoce una estafa, un robo más de algún dirigente, y todo sigue igual, como un modo de naturalizar la denuncia y hacerla parte del paisaje político y noticioso del país.

"Las denuncias (a través de los medios), al convertirse en material industrial y por tanto reproducidas en series inabarcables, se tornan totalmente inocuas", sostuvo, por su parte, la psicoanalista María de los Angeles López Geist, especializada en estudiar los signos de la cotidianeidad.

Señaló que "una forma de neutralizar el efecto de denuncias impactantes" es diluirlas "en más de lo mismo hasta la saturación perceptiva del telespectador".

También aquí cabe poder establecer los límites entre la acción de los medios y la acción de la justicia y las instituciones públicas.

En este sentido, López Geist destacó que "la denuncia mediática debería ser el inicio, en el espacio público, de una cadena de procesos sociales que llevaran a la posibilidad de prevenir daños a la población".

No obstante, "la justicia sólo a veces se ve obligada a tomar parte como actor social ante denuncias por televisión, y actúa, lamentablemente, en muchas ocasiones sólo en tanto y cuanto el hecho en cuestión continúa siendo espectáculo", dijo.

Asimismo, remarcó dos aspectos de este proceso: uno tiene que ver con la persona que ha cometido un delito de este tipo, y el otro con la estructura que posibilitó ese fenómeno delictivo.

"El proceso suele quedar invariablemente trunco cuando se trata de evitar la reproducción de estos hechos, es decir cuando se trata de organizar mecanismos sociales de defensa que pasen no sólo por la sanción y la condena, sino también por la apertura de nuevas salidas", expresó López Geist.

Se denuncian cada vez más las injusticias

Cuando la población asume directamente la denuncia, es decir, la realiza ante cualquier institución en forma personal, individual o grupal, adquiere una dimensión diferente a las denuncias periodísticas, una mecánica que últimamente, según los especialistas, parece en crecimiento a la hora de protestar o reclamar.

En no pocos organismos, vinculados a problemas de violencia familiar, discriminación, atropellos de empresas públicas, estafas, situaciones laborales, comerciales, policiales o judiciales, se observa un "incremento de las denuncias", según la psicóloga social Ana Quiroga.

En general se vincula este hecho con un mayor conocimiento de los derechos individuales y sociales. No obstante, muchas veces sigue presente en algunos ámbitos el miedo o las sensaciones de inseguridad vinculadas con intimidaciones y fantasmas.

"Este incremento es muy positivo", destacó Quiroga tras remarcar que "las distintas formas de denuncia se producen porque hubo un cambio subjetivo importante, que es que la gente ha tomado una posición distinta frente a las instituciones sociales".

"Lo que antes se tomaba como `es así, no se puede hacer otra cosa' -continuó- tenía un profundo sometimiento al poder de lo instituido, esto se ha quebrado: es una de las cosas más importante que ha pasado en la sociedad argentina".

Si bien a partir de esta conciencia, la gente reacciona y denuncia más, hay otro factor que entra en juego, "cuando acude a la denuncia se encuentra con esas instituciones deteriorados, colapsadas, con la burocracia, donde no lo escuchan, y entonces busca salidas por otro lado", añadió.

Así es como "empiezan otras formas de denuncias, y la gente se reposiciona frente a las instituciones, empiezan salidas más creativas y más impactantes y acciones más directas".

En este sentido, se refirió tanto a los `escraches' como a distintas formas que viene asumiendo la denuncia vecinal, laboral o social en general.

Quiroga buscó un ejemplo para graficar este cambio: "Si uno compara cómo reaccionó la gente al principio frente al asesinato de María Soledad y cuál fue la reacción de la población de El Jagüel, lo que va a ver es una sociedad que ha cambiado".

Denuncia, el escándalo y la crítica

"Habría que poner bajo la lupa de la crítica el papel de los medios. A ellos nadie los `denuncia', ni nada se dice de las corruptelas que existen en la propia profesión periodística. Los medios son testigos, fiscales, jueces y también actores y administradores de esta manera de encarar el acontecer nacional. Pero resulta que aparecen al margen de cualquiera de sus suciedades".

Así se expresó Sergio Caletti, sociólogo y docente de la UBA acerca del impacto que producen las denuncias televisivas contra políticos, funcionarios, individuos comunes.

-¿Qué significación tiene hoy la denuncia?

-Vale la pena detenerse un instante en ver cómo ha cambiado el sentido y el uso de la palabra `denuncia'. Hace años, existía una diferencia obvia y bastante marcada entre el uso fijo de `denuncia' asociado al procedimiento administrativo de `hacer la denuncia en la comisaría', y la noción de denuncia utilizada en el más amplio espacio de los debates públicos. Se denunciaban problemas, se denunciaban las cuestiones de fondo que permanecían cuasi ocultas en la superficie de los hechos cotidianos, pero que podían hacer luz sobre ellos.

-¿Qué pasó con aquella idea de denuncia?

-Con los fuertes cambios ocurridos en la lógica y en la cultura del debate público, el sentido giró decididamente de aquellas `cuestiones de fondo' hacia el terreno del escándalo.

Ahora son todas `denuncias' como esas que se hacían en la comisaría, por decirlo de algún modo, pero a lo grande y transmitidas por TV.

-¿Por qué se produjo ese cambio?

-Si pudiésemos exagerar un poco, es como si este cambio emblematizase otro más relevante, que tiene que ver con cómo cambió nuestra noción de lo que es el espacio del debate público, del espacio que compartimos para mirarnos a la cara los unos a los otros.

Hace años, lo entendíamos como el lugar donde se podían formular o elaborar problemas y soluciones. Ahora, se parece a un lugar donde nos empeñamos en jugar a los dardos con todo lo que implique alguna institución, alguna autoridad. Y, por favor, que no se entienda que debamos protegerlas de la crítica. En absoluto.

Pero el juego del escándalo no creo que aporte a la crítica. Más bien, se satisface a sí mismo, cuando los escándalos se convierten finalmente en un producto más de consumo.

Cuando la denuncia no denuncia

(Fragmento de entrevista a Sergio Caletti, sociólogo y docente de la UBA).

-Entonces, ¿se pierde el efecto de denuncia?

-Este tipo de noticias no nos impacta demasiado, en el sentido estricto, porque vienen construidas y expuestas por los medios masivos de modo tal que encajan perfectamente con lo que ya pensábamos antes y sirven para confirmar y dar legalidad a nuestras presunciones, sospechas o ideas previas. Ésa es la mecánica específica del consumo que hacemos de la mayor parte de los escándalos y la razón por la cual nada tienen que ver con el ejercicio de la crítica que, por el contrario, debería apuntar a remover nociones instaladas.

-¿Qué es lo más perjudicial en este marco de denuncias escandalosas?

-El auténtico motivo de horror es la banalidad en la que se desenvuelven estas miserias y el modo finalmente banal en el que se incorporan a cierta cultura de lo público. Creo que la explotación periodística del horror -en la que caen tanto los programas de uno u otro sesgo ideológico- es la clave del cinismo y constituye un dispositivo lucrativo que se despliega sobre la base de la complicidad activa de las zonas más oscuras -si cabe el término- de nuestra cultura. El nuevo género del escándalo indiscriminado es una suerte de "festival" de estos componentes de lo argentino. Y la producción periodística de noticias escandalosas ha terminado por ser una máquina de condensación de estos vapores sociales, bajo el ropaje de mostrarse asombrados.

-Pero terminan siendo noticias que no impactan.

-Ninguna de estas denuncias nos impacta demasiado; en su conjunto configuran un estado de cosas que nos destruye. Basta ver las convulsiones institucionales que está produciendo este modo de tratar de digerir el empacho de hipocresías y cinismos de los últimos 15 años. El grave riesgo es que esta digestión se paga en términos de degradación y descomposición de la vida social, que no es sencillo luego restituir.

Marta Gordillo (Télam)