Calanchini, de Santa Fe a Miami
El artista dice que sus imágenes oníricas transcurren en un sueño, o en una mirada a través de un caleidoscopio propio.

Una visita fugaz a su amada Santa Fe es motivo para entablar una charla con el artista plástico santafesino Ricardo Calanchini, afincado desde hace algunos años en Miami, donde realiza una intensa actividad. La charla transcurre café de por medio y, en honor a la verdad, es casi un monólogo de un hombre dedicado exclusivamente a su irrefrenable pasión: las artes plásticas.

De entrada nomás, Calanchini prefiere decir que es surrealista desde que nació. A muy corta edad descubrió a Salvador Dalí. "Su obra marcará profundamente mi carrera. Esa serigrafía que veo por primera vez me deja sin aliento, quedo anonadado. Los cajones, los paños, la mujer, la profundidad del paisaje, la austeridad en el plano, los espacios vacíos. Todo esa catarata de sensaciones se trasladarán en el tiempo a mi obra y, si se miran correlativamente las distintas etapas en todas reaparecen estos conceptos", relata Calanchini.

Simultáneamente descubre a Jacques Prevert, y aunque no conocía definiciones prefabricadas, confiesa: "Me convierto en surrealista del plano y la vida. Tomo la vida como una obra de arte. Por supuesto que en esta obstinada carrera en busca de respuestas y definiciones, fueron quedando muchas cosas importantes en el camino y personas que recuerdo con amor y respeto".

Después pone especial énfasis en destacar el papel del artista: "Es mucho más que una persona que sabe dibujar o pintar. Ser artista es una forma de vivir, es estar en un estado permanente de creación, en un contacto cotidiano con las musas. Todo se relaciona, todo está en la misma frecuencia: lo que se piensa, lo que se dice, lo que se come, lo que se toma, la ropa, los colores. La obra de arte no puede caminar por un sentido y la vida diaria por otro, todo va de la mano, y eso crea el conjunto, eso crea el artista".

La ciudad, sus colores

Para buscar nuevos rumbos, un día dejó su amada Santa Fe y emprendió viaje a Miami. Sus recuerdos surgen con una pátina de nostalgia. "En una muestra que hice en Buenos Aires, un crítico con tono de afirmación dijo que ésos eran los colores de Santa Fe. Se refería a mi obra abstracta, del período 93/95. Los marrones, los óxidos, la gama de los ocres, son los colores que marcan el paisaje diario, el paisaje urbano; no tenemos praderas verdes o mares turquesa, tenemos esos colores que dan la melancolía de los santafesinos, los colores que reinaban en los viejos cafés, con sillas vienesas, mostradores de madera profunda, los colores del puerto".

"El 30 de mayo de 1996 -agrega- es una fecha muy importante en mi vida. Fue un día de importantes definiciones, cumplía años alguien, dejaba un período de mi vida atrás y se inauguraba mi retorspectiva 1981/96, en el mágico Molino del Puerto, el antiguo molino Marconetti".

Y continúa con su narración: "Más de diez mil personas deambularon por las calles empedradas, descubriendo con admiración cada detalle, cada fierro que pertenecía a quién sabe qué maquinaria fantástica, elaboradora de algo. Al día siguiente el diario El Litoral publicó una foto con el molino colmado de gente. Hoy, a ocho años de aquel momento único e irrepetible, el recuerdo permanece inalterable en mi memoria".

Recuerda cómo era dibujar desde la ventana de la pequeña casa/atelier, a metros del dique dos, pegado al agua, con esos colores "que se modificaban en minutos, las luces lujuriosas que brillaban en los atardeceres, la luna y sus reflejos y los bordes recortados sobre los silos y las estructuras en el agua. Más atrás la ciudad con sus edificios remarcados por ese cielo azul, la ciudad dormida que emergía silenciosa... A la distancia no se veía el ser, sólo los edificios recortados sobre ese paño azul, donde la ciudad parece vacía o dormida, donde mis amigos de todas las creaciones, Dalí y Freud, me alentaban para que dibujara eso mágico que veía".

Surgen por entonces varias series de dibujos, como "Los sobrevivientes" y "Subiendo el sueño", y comienza a bocetar la serie que está trabajando actualmente "La ausencia de la presencia", donde "emergen nuevamente las preguntas: ¿quién vive, qué piensa, está solo o se siente acompañado. Hoy en Miami la pregunta es la misma, el paisaje interior es igual en todo el mundo y la respuesta está siempre en permanente búsqueda".

Recorrido visual

Prefiere no hablar de encasillamientos. Sí destaca que su obra "es un amplio recorrido visual, no existe un punto principal dónde centrar la mirada. Juego con perspectivas falsas que modifican planos. Mis laberintos, mis escaleras proyectándose hacia lo infinito pero que no llevan a ninguna parte, mis puertas entreabiertas que insinúan algo más. Es como si se tratase del ingreso a un sueño de final abierto".

Su experiencia en Miami es enriquecedora y lo moviliza. En la serie "La ausencia de la presencia" plasma la visión que percibe de la ciudad "en su continua y vertiginosa transformación. Es un movimiento perceptible, casi segundo a segundo, donde surgen edificios a diario, donde el individuo no se ve, agazapado entre los aceros y cristales de esta jungla de asfalto que proyecta perspectivas en el plano de lo etéreo e invisible. Indudablemente, esto marca una enorme y abismal diferencia con nosotros los latinos. Nuestras vidas transcurren en las calles, en los bulevares repletos de cafés preparados para las tertulias, donde el tiempo no tiene límite establecido de antemano y, esencialmente, donde la charla es un ritual, una forma de vida, donde `perder el tiempo' dialogando con la gente es casi obligado en el acontecer diario".

Diferencias

Cuando lo consultamos acerca de si existen diferencias entre los artistas norteamericanos y los latinoamericanos admite que es difícil de poner en su real perspectiva la respuesta. "Ciertamente, hay enormes diferencias pero exclusivamente en el campo crematístico, no en el plano del Arte como tal. No debemos olvidar que en el primer -mal llamado- mundo, carecen prácticamente de limitaciones en el plano económico y de marketing. Mientras que, en ese mismo terreno, nuestros países latinos son de una pobreza trágica. En sí, el Arte no sabe de nacionalidades ni fronteras, lo que sí tiene esto último, son las vías de darlo a conocer por medio del aparato publicitario que lo acerca a la gente para su deleite. A tal efecto, se entiende que los artistas norteamericanos, por el enorme aparato publicitario que los cobija, logran un status privilegiado en corto tiempo, mientras que los latinos, por el contrario y pese a la gran calidad de sus obras, suelen pasar casi inadvertidos".

No duda finalmente en precisar que "la globalización es una realidad que sería de necios intentar obviarla y el Arte no se puede quedar al margen de ella. De todos modos, intentemos sacar lo positivo de esto en cuanto al Arte se refiere. Las nuevas herramientas con que cuenta la humanidad, es decir, los medios de comunicación y de transporte casi instantáneos; Internet que nos permite acceder a toda suerte de conocimientos e interrelaciones, todo esto facilita que el artista de cualquier rincón del planeta se comunique con sus congéneres, intercambie opiniones, se actualice y pueda, desde su cómodo hábitat, mostrar sus obras al mundo del arte y su gente. El Arte y el artista van con los tiempos que corren y se adaptan a su devenir".