Opinión: Herencia y desafío

Por Lic. Gerardo Galetto, rector UCSF

Juan Pablo II fue una personalidad extraordinaria y paradójica que no admite lecturas reductivas. Fue un hombre de síntesis, supo unir sin confundir: la ciencia y la teología, la razón y la fe, la actividad humana y la providencia divina. Fue abierto a las cosas nuevas sin renunciar a la tradición. Bregó por la justa apertura de la política a la religión, sin caer en el fundamentalismo y sin dejar de predicar la legítima autonomía de las realidades temporales. Fue un creyente profundo, no un fanático. Su identidad católica no le impidió el diálogo ecuménico y la búsqueda del encuentro con las otras religiones y con todos los hombres de buena voluntad.Deja un legado de experiencia humana fraguada desde la fe. Su presencia física, aún en los dramáticos días del final, fue un testimonio elocuente de que vivía plenamente cada acontecimiento y cada situación que protagonizaba. Ninguna dimensión de la persona quedó al margen de su entrega pastoral: el deporte, la educación, la economía, la familia... todo fue tenido en cuenta como posibilidad de maduración humana y religiosa.Cada circunstancia de la vida fue asumida como referente de la trascendencia: la infancia, la juventud, la ancianidad, el sufrimiento, el gozo... en su magisterio todo es "descubierto" y "propuesto" como signo de que la vida es un don que cada uno está llamado recibir y hacer fructificar. Su vida y su muerte son la enseñanza que nos recuerda que en el cristianismo todo es para el hombre... y el hombre para Dios."El camino de la Iglesia es el hombre" escribió en su primera encíclica y a lo largo de 26 años recorrió él mismo, en primera persona ese camino intenso que para él culminó el 2 de abril. Para nosotros queda como herencia y desafío.