Toco y me voy
Espejito, espejito...
Seguimos en el baño, chiquitos y chiquitas: no vamos a largar miserablemente un filón cuando lo encontramos. Ahora estamos frente al espejo. íííAaahhhhh!!!!

En el campo, tener un espejo en el baño unos años atrás era una mariconada impresentable, sobre todo cuando los muebles del dormitorio tenían ya incorporado un espejo de cuerpo entero (el cuerpo del abuelo: un metro noventa de alto y de ancho también) en el que el hombre de la casa podía afeitarse, la mujer acomodarse el pelo y los niños asomarse por ahí para apretarse los granitos o cualquiera de esas beldades. Todos entraban en el espejo.

Después la enfermedad de alguno de los integrantes de la familia imposibilitaba el acceso al espejo grande de la casa, y allí la urgencia de alguna de las chicas casaderas o lo que fuera, agregó un espejito chiquito, de esos redondos, que quedaba casi como una peca en el medio de ese baño inmenso: apenas un grano arriba del lavabo gigante.

En algún momento alguien agregó un espejo chato y cuadrado en el sitio: entonces no eran caros (ahora tenés que pensarlo dos veces) y en consecuencia se abandonó la habitación paterna para la primera mirada ante el espejo. El de la pieza quedaba aún para la visión final, de cuerpo entero, donde podía advertirse en plenitud el fino detalle de los soquetes amarillos con los zapatos negros.

Esos espejotes cuadrados se fueron llenando de ocres y óxidos, carcomidos por el salitre, la humedad y el tiempo (es inevitable un toque de poesía: estoy hablando de mi infancia, íinsensibles...!) y uno trataba de encontrarse a sí mismo en los lugares todavía aptos, mientras pensaba si ese círculo marrón era un grano promisorio o una mancha más entre las manchas del espejo.

Un día alguien trajo un botiquín grandote, último invento de la ciudad: era enorme como un ropero, tenía tres puertas (una central, grande, y dos laterales: si los resortes te enganchaban podías perder el dedo sin enterarte) y uno podía hasta esconderse ahí adentro. El modelo era para empotrar en la pared, por lo que uno vez fijo se quedaba en el lugar con afán de permanencia. El espejo nuevo arrojaba nuevos y crueles datos sobre el perfil de la tía Tota, cada vez más parecida a Dante; no el tío, sino Dante Alighieri. Adquiría eso sí un canon heroico envidiable.

Las chicas de la casa podían trabajar mejor el brashing o retorcer el rulo (y lean bien) cercano a la oreja, mientras los varones teníamos acceso directo -antes prohibido- a los más jugosos granos (muy simpático) de nuestra cara adolescente.

Ahora vienen unos espejos con luces en derredor, como los que usan o suponemos que usan las estrellas del cine, que invitan a quedarse y pasar largas horas de "producción". El espejo del baño pasó a ser codiciado, en tanto crecía su tamaño, importancia y jerarquía frente al cada vez más pequeño espejo del juego de dormitorio...

Respecto de los usos y costumbres, tenemos la suerte de que el espejo no habla, al menos no a otro que no sea el interlocutor que tiene enfrente (o dentro, si prefieren), por lo general bastante más dispuesto a querer ver, más que a ver.

Tipos que muestran los dientes como nunca lo harán público, mujeres empeñadas en desterrar un barrito en el pómulo, personas empeñadas en rescatar cierta mucosidad molesta o concentradas en extraer un pelo de la nariz o de la ceja y todas esas delicias que hacemos cuando nos quedamos con nosotros mismos, duplicados, mirándonos más o menos con nuestros gestos.

Tenés además al que ensucia la bruñida superficie con gotitas de dentífrico, al punto de dejar pequeños puntitos parecidos a caca de mosca (una paquetería), o el que no tiene problemas en reventar granitos tan cerca como puede dejando los mojones (otra paquetería) de su obra para el prójimo.

También está el delicado que no tiene problemas en estampar una mosca o un mosquito cargado y de paso romper el espejo, fragmentando el insecto, el vidrio y la propia cara en infinitos pedazos.

Cada uno tiene su historia y su experiencia con los espejos. Hay que ver en cuál se refleja cada uno.

Néstor Fenoglio

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