En su "Sociología de la memoria, Paolo Montesperelli comienza recordándonos el relato de Voltaire que imagina una controversia entre Descartes y Locke. Para el primero, la memoria es insignificante en el plano metafísico, porque todas las ideas se encuentran en el alma desde el nacimiento. Para Locke, la memoria es muy importante, porque almacena las impresiones de los sentidos. Para dirimir la contienda, intervienen las musas -hijas de Mnemósine, diosa de la memoria-, quienes recurren a un experimentum crucis: cancelan durante algunos días toda forma de memoria, arrojando a la humanidad a un caos todavía peor que el que existía en Babel. La gente olvida las nociones más elementales (por ejemplo, cómo se hace para ingerir alimento y para eliminarlo) y también pierde toda inhibición, y consecuentemente, la supervivencia de la sociedad se ve en grave peligro. Todos deben reconocer lo fundado de la tesis de Locke: sin memoria nada puede funcionar.
Narraciones, documentos, archivos: la memoria deviene cultura compartida, arena de confrontación entre diversas estrategias de legitimación, marco social que orienta y refuerza los recuerdos individuales. La memoria colectiva es fruto también de mediaciones, punto de entrecruzamiento y de integración entre memorias diversas, en el cual el individuo desempeña un papel activo, ya desde el momento en que organiza su propio depósito personal de informaciones memorizadas.
La memoria es el objeto de estudio, pero también el olvido. Como decía Nietzsche de un personaje: "Se maravilló de sí mismo, por el hecho de no poder aprender a olvidar y de estar continuamente ligado al pasado: por más lejano que esté, por más rápido que corra, con él corre también la cadena".
La memoria colectiva es también fruto de mediaciones, escribe Montesperelli en este libro editado por Nueva Visión, "punto de cruce e integración entre diversas memorias, donde el individuo desempeña un papel activa ya desde el momento en que organiza su propio, personal, depósito de informaciones memorizadas".