Hacia las II Jornadas de Filosofía del Arte
Dilemas que nos indagan

Por Álvaro Costa

Todas las artes lo son del cuerpo (como todas del espíritu) porque así lo son todas las actividades humanas, de una u otra manera. Ernesto Sábato decía alguna vez que, a veces, al escribir una novela, el dolor le llegaba a ser "fisiológico". Sin embargo, cabe distinguir entre artes cuyo soporte significante es directamente el propio cuerpo humano (el arte del teatro, el arte del mimo, el de la danza, el body-art, el del cantante), y artes en las que el cuerpo de su hacedor queda mediatizado, aunque supuesto: podemos presentir el movimiento de la mano en un cuadro de Pollock o en uno de Seurat; escuchar las eses y las jotas en la lectura silente de ciertos poemas.

Pero el cuerpo no sólo está presente, aunque en primer lugar, como representamen; también como representado. "Qué es lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos". Hay una obra de Hamilton que tiene que ver con un representamen-cuerpo (el de los atletas) que olvidó la representación, clausurado en pura carne ominosa que se aboca a sí misma, pretendida representamen puro. El procedimiento de Hamilton -su trapacería- consiste en provocar un oxímoron: al transustanciar a los cuerpos en la representación, dispara la cadena sígnica. Es verdad que son cuerpos hechos para la pose, cuyo deíctico es "Yo" (mejor dicho: "Yo soy mi cuerpo") ante el Tú del espectador: espíritus doblemente alienados, ante su cuerpo y ante el Otro.

Es verdad que el resto de las metaimágenes los alista en ser, cada uno, una metaimagen más, los empareja con ellas. Pero es como si se dijeran a sí mismos: "Yo soy el representamen; Yo soy ello".

Distinto es "El grito", de Munch. Se trata de un cuadro para ser oído. Por lo visible, se interna en lo invisible, en lo inaudito: es un estallido que perfora los tímpanos y, sin embargo, la pintura es un arte del silencio. En Hamilton, el representamen quería negar la representación. Ahora, la representación niega el representamen.

Hay un espectáculo de la salvaje guturalidad o de lo "figural" y uno del signo. Pavis pone como ejemplos, respectivamente, a "Ulrike Meinhoff", de Johann Kresnik, y a "El avaro", de Moliere-de Funes. (Pavis, P., 2.000: 81).

Un eterno movimiento pendular

Desde "El imperio de los sentidos", de Oshima, hasta "Sueños", de Kurosawa, desde Henry Miller hasta Herman Hesse, desde Kavafis hasta Teresa de Jesús, desde una catedral gótica hasta la Internacional Situacionista... visto así, nada parece descansar de un cierto movimiento pendular.

Las artes del cuerpo (o simplemente, las artes "a secas") y sus "filosofías" han oscilado, históricamente, entre estos vectores: desde la negación del cuerpo del arte en los iconoclastas, hasta la adoración del arte del cuerpo en los iconolatras. En las estéticas, el purovisibilismo, por ejemplo, derivado del Kant de la primera Crítica, se asegura en "los valores formales, tal como se nos ofrecen en el juego armónico de su presencia física en las propias obras". (Marchán Fiz, S., 1.982: 313).

Hegel, por su parte y como es sabido, trashuma al arte en la filosofía. No es que no ha habido posiciones que juzguemos que podrían escaparse de los extremos del péndulo. Es que el dilema nos sigue entreteniendo. ¿Es que el dilema nos sigue entreteniendo?

Con el cuerpo (humano) habría pasado lo mismo. La dicotomía sensible/inteligible parece haber marcado la historia del pensamiento y de la filosofía de Occidente. Platón, que afirma, en el Fedro, que "el cuerpo es la cárcel del alma"; Nietzsche, que afirma, en Zaratustra, que "soy todo cuerpo y nada fuera de él"; Feuerbach, quien dice que "el hombre es lo que come"; Saussure, quien bifurca significante y significado.

Merleau-Ponty, Derrida, Foucault, ¿Lacan?, Gadamer, ¿Nietzsche mismo?, parecen haber sido convocados a estas Jornadas para ¿salir del péndulo? ¿Todas las artes lo son del cuerpo?.