Nanawa
Una Saigón latinoamericana en el límite con Paraguay

Por Claudio Cherep


La provincia de Formosa encabeza dos oprobiosas estadísticas: es la que mayor índice de pobreza tiene y la que más paga por mes a sus diputados provinciales. Clorinda, la segunda ciudad de la comarca, sobrevive repartiendo planes sociales y comprando en Nanawa.

Los archivos dicen que después de la Guerra de la Triple Alianza se demarcaron definitivamente los límites con el Paraguay. Eligieron el río Pilcomayo de medianera. Pero el agua pasa y la sangre queda: la mayoría de los habitantes de Clorinda tiene ancestros paraguayos, es hijo de paraguayos o, directamente, paraguayos.

Además, se sabe, las tradiciones culturales sortean todos los mapas. Y los que tienen plata también. Cuenta la calle que a principios del siglo pasado, un hombre que tenía un barco pomposo no podía pasar por una parte del Pilcomayo porque el calado de su nave era demasiado para el río. Entonces decidió cambiar el curso y a otra cosa. Sólo que Nanawa, una isla que quedaba en territorio argentino, quedó del otro lado y pasó a territorio paraguayo, ya que empezó a ubicarse al este del modificado cauce del Pilcomayo. La isla queda a 50 metros de Clorinda, unida por un puente peatonal de maderas crujientes, y a 50 kilómetros de Asunción, la capital guaraní.

Ir a Nanawa, un pueblo de estibadores pobres y contrabandistas ricos, supone una experiencia -como decían los relatores del fútbol de antaño- no apta para cardíacos. Es que los 5 mil habitantes de Nanawa se aglutinan todos los días, de las 7 de la mañana a las 6 de la tarde, en una sola calle, una Saigón.

Diccionario de la clandestinidad

Nanawa es una isla a 30 segundos de cruce de una aduana que es decorativa. Hay que pasar por un pasillo de madera, porque el de cemento que construyeron, está hecho con materiales tan dudosos que el propio presidente de Paraguay, cuando fue a inaugurarlo, al ver que sus pies se movían sin que su mente se los ordenara, desistió de la apertura y... del cruce.

Es un secreto no tan a voces que mucho de lo que se vende en Nanawa es argentino. Dicen que los norteamericanos -tan honestos ellos- pondrán shopping en la islita donde se facturan varios millones de dólares al año. Por culpa de Nanawa, Clorinda, la pobre Clorinda, no tiene casi comercios. Es que, todos los clorindenses prefieren ir a Nanawa a comprar hasta un 50% más barato.

En ese pedacito asfixiante se ve tanto que no se palpa, se huele tanto que no se olfatea, se mira tanto que ni se ve, se escucha tanto que ni se oye y se habla tanto que ni se conversa.

Almanaques, baldes, carne, dentífricos, enaguas, fantasía, gorritos, huevos pelados (sí, huevos duros, listos para consumir), incienso, jabones, kimonos, lámparas, llaveros, mocasines, nardo, organitos, pomadas, quiniela, relojes, sandalias, telas, uñas de gato, videos, whisky, yunques o zapatillas dan vida al diccionario de la Real Academia de la Clandestinidad.

Todo es posible comprar en Nanawa. Ya una manicura atiende sus clientas en la calle, ya un camionero baja decenas de medias reses ofrecidas como carne argentina a 4 pesos.

Al lado del negocio de los lubricantes para autos se venden hamburguesas. El señor que vende hamburguesas pone los pies sobre la sartén mientras lee el diario a la espera de clientes. Los clientes son todos argentinos de Clorinda que van a gastarse allí el dinero de los planes sociales. Los planes sociales, a pesar de que llegan del gobierno argentino, también suelen ser cobrados por vendedores de Nanawa. Nanawa parece que se irá a dormir al caer la tarde. Pero sólo parece.

Es factible que ahora empiece el festín del paso de mercadería que se expandirá luego por todo el territorio nacional. A la hora del regreso, otra vez el gendarme no le pedirá los documentos al turista y el túnel crujirá a los pies de los transeúntes como crujen las almas de los condenados a comprar y vender chatarra. El arroyo que forma el río Pilcomayo se ha secado y el ricachón que cambió de país una isla -si estuviera- tampoco hubiera podido cruzar con su barco.

Carnes argentinas

Es posible conseguir en Nanawa carnes de nuestro país. Rosadita, como la piel de nuestros antepasados europeos que nos valieron el mote despectivo de "curepí" (piel de chancho), con el que nos llaman los paraguayos. En una galería sombría, atendida por gente que mira feo a los forasteros, rodeada de tábanos y un olor pestilente, se consigue asado del bueno.

Una señora pide que no filmen. Un lugareño dice que tiene miedo "porque una vez vinieron los de la televisión a hacer una investigación sobre el contrabando".

Juan Pablo II mira desde un poster al lado del cartel de las ofertas de carne criolla a 4 pesos. El carnicero saca lo que presenta como "novillito". Tiene buen aspecto, si no fuera por el tábano. Por fortuna, el insecto se ve seducido por una punta de nalga y se marcha. ¿Llevamos para el asado?

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