Toco y me voy
La alcancía

Por Néstor Fenoglio


Es probable que ahora no sean tan comunes y es posible también que no signifiquen nada para los pibes de hoy. Pero la alcancía es la alcancía.

En el cumpleaños de Juancito, mi sobrino, me llamó la atención un pomposo objeto cuyo sentido no comprendí de inmediato. Eran dos manos tomando una pelota. ¿Qué es? pregunté con curiosidad y timidez, esperando que alguno me descerraje una de esas respuestas que te dejan duro (dos manos y una pelota, bolú, ¿no ves?), pero fueron educados y condescendientes conmigo. Me dijeron, como quien le explica a un nene, que eso era una alcancía. íUna alcancía! Vengo de la época en que una tía amable o tus propios viejos o tus abuelos te regalaban un chanchito de alcancía, y hasta introducían en el mismo acto un billete que intuíamos gigante traducido en caramelos, chupetines y chocolates. Y ahí nos metían el terrible virus del ahorro, un despropósito, una deslealtad para con la infancia, y con cualquier edad del individuo. Ahorrar (y espero que no esté ingresando en el resbaloso terreno de la apología del delito) es ir a contramano de lo que es todo, es una presunción, una fanfarronada. Pero así estábamos entonces: encerrados entre la libreta de ahorro escolar y sus estampillas, y la alcancía en el hogar. íNi una moneda podía escaparse de ese doble ataque combinado!

Para colmo esos chanchitos de cerámica ofrecían muy pocas opciones para la proverbial corrupción argentina (aunque su practicante no sea funcionario y cuente con sólo siete u ocho años), pues no tenían forma de ser abiertos, como no sea con el martillo, sacrificando a la pobre bestia para que se desparramen por fin tantos chocolates perdidos. Cada vez que pienso en eso me vienen unos sólidos instintos parricidas: no se le hace eso a las criaturas, como si hubiera algo más importante -a cualquier edad- que comer ahora el chocolate que uno quiere ahora.

Les decía que uno podía utilizar alguna especie de gancho, pero en general cuando la moneda o el billete dobladito entraba en el lomo del chancho, fuiste. Todos tus familiares, gente que suponemos nos quiere bien, nos instaban a ahorrar para fines determinados, objetos que tenían un cierto valor, superior -es cierto- a la ingesta ocasional de caramelos. Pero cuando las glándulas ya funcionan gastando a cuenta, es difícil visualizar una pelota de fútbol o la camiseta de nuestro equipo o unos botines sacachispas nuevos.

Después vinieron esas alcancías truchas que tenían una tapa de plástico en la panza, con lo que el porcino se argentinizaba sorprendentemente: por el lomo se trabajaba por derecha, poniendo nuestro ahorro; por la panza, un poco chanchamente y a escondidas, sacábamos lo que habíamos puesto tan oficialmente un rato antes. Uno se hace trampas. No encuentra monedas para el cole, y entonces ¿dónde si no en la alcancía pueden encontrarse monedas?

No sé qué trajo esta moda de generar la posibilidad de no romper nada el chancho. Probablemente lo artesanal de la alcancía, el valor real que empezaron a tener esos chanchitos de cerámica, las organizaciones defensoras de animales, Brigitte Bardot, o lo que fuera, hicieron que cause pena terminar con la vida del chancho por unas monedas ahorradas. Además, en nuestro país, siempre alguna medida ministerial hizo inservible el contenido del animal: o te cambiaban la moneda, o te devaluaban el peso, o la inflación te dejaba con un chancho lleno de papeles y metales inservibles. Las achuras del chancho no valían nada...

De esa época, la de los chanchos alcancías inviolables, tengo esta anécdota que es excepcional: una persona, metódica y ahorrativa, fue poniendo todos los días su pesito en la alcancía. Con el correr de los días, los meses y los años, sabía que su chancho prometía lindo, y que podría darse un lindo gustito con el producto de pequeñas privaciones cotidianas. El día que fue a romperlo, se encontró con la dura verdad de que alguno de la familia le había cambiado el chancho: sólo había clavos y arandelas herrumbradas. Desde entonces no le habló más a ninguno de esos cretinos, cualquiera que fuera el autor material del cambiazo del cerámico porcino. Le hicieron una verdadera chanchada, pobre mujer.

Ahora vienen, por lo visto, unas alcancías de plásticos con formas de lo más variadas y la posibilidad posmoderna de no ahorrar un carajo y sacarte nomás el contenido de una por abajo. Te comprás el chocolate y listo, total tu viejo, que ahorraba en el chanchito figurado del banco, vio cómo el animal se quedaba en el corralito, intangibilidad de los depósitos y todo. Hacé lo que quieras pibe, que él no puede decirte ni una palabra sobre el valor del ahorro.

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