Narrativa popular
Imaginario fantástico de Venezuela
Duendes, parejas enamoradas y hasta fantasmas errantes conforman la diversa narrativa popular venezolana. Un recorrido por el mágico mundo de los relatos que enriquecen la cultura de ese país.

El suelo venezolano exhibe una interesante alquimia geográfica, compuesta por montañas, sierras, mesetas, llanos, playas marítimas, montes y selvas. Está atravesado por múltiples ríos, entre los que se destaca el magnífico Orinoco, enjaezado por saltos bellísimos -de los cuales el llamado comúnmente del Angel, situado cerca del límite con Guyana, es el más alto del mundo (1005 metros). Así como esa diversidad de paisajes que ostenta Venezuela, es su narrativa popular.

En ella encontramos un rico mundo de creencias, leyendas y mitos, por donde pululan enamorados, fantasmas, espantos, espíritus errantes de héroes como así también de malvados, espíritus de la fronda, de las piedras y de las aguas, duendes que se clasifican en traviesos, llorones, enamorados y conservacionistas, diablos, serpientes descomunales, brujas, chupasangres y barcos fantasmas.

El Currucai ardiente

Según cuentan en Monagas, un currucai alto y frondoso se enciende y apaga misteriosamente, sin consumir sus ramas. Atribuyen su origen a una legendaria historia de amor.

Refieren que en tiempos coloniales, una muchacha llamada Leticia estaba enamorada de un joven muy buen mozo que correspondía a su amor con pasión y ternura. La madre del enamorado era una bruja muy poderosa. Al descubrir que su hijo pensaba casarse, trató de impedirlo a toda costa. Leticia enfermó gravemente de la noche a la mañana y fueron inútiles los esfuerzos para devolverle la salud perdida. La madre y las hermanas intuyeron que estaba hechizada y sin perder tiempo recurrieron a un curandero, quien sanó a la jovencita. Se celebró la boda y la suegra, en castigo, fue convertida por la poderosa magia del curandero en currucai.

Ese árbol encantado se incendia sorpresivamente cuando pasa cerca de él una pareja de enamorados; es que ese fuego proviene de la cólera de la bruja, condenada a vivir para siempre es esa prisión vegetal. Ella aún hoy soporta el amor y su odio permanece intacto a través de los siglos.

Los Momoyes, duendes de los Andes

Los Momoyes son duendecitos indígenas de no más de cuarenta centímetros de altura, sus trajes hermosos y coloridos están hechos con flores y hojas del monte, usan penachos de plumas y, a manera de bastón, una rama verde.

Habitan en lagunas y ríos, denuncian su presencia silbando rítmicamente, entonando melodiosas canciones y realizando mil travesuras en perjuicio de excursionistas y viajeros. Por ejemplo: esconden cosas, vuelcan los recipientes con comida, cambian de lugar los fósforos poniendo de mal humor a los acampantes que necesitan de ellos para encender el fuego o preparar comidas.

Son duendes ecologistas, cuidan la flora y la fauna como así también las lagunas andinas, devolviendo a la costa las cosas eventualmente arrojadas a las aguas límpidas.

Estos duendecitos indígenas son benévolos y alegres, según cuentan los abuelos. Si fastidian demasiado, la mejor manera de alejarlos definitivamente es fingir indiferencia, ya que no pueden soportar que se los ignore.

Reina de la montaña de Sorte

La leyenda de María Lionza es una de las más populares de Venezuela. Cuenta que un cacique de la parcialidad aborigen de caquetía, concibió una hija que nació con los ojos claros. Como esto se interpretaba como un mal presagio, el padre, para evitar que se le diera muerte y acatando las leyes ancestrales que así lo exigían, la escondió en una cueva de la montaña y cada día iba a atender a la criatura.

Pasó el tiempo y en una ocasión vio que junto a la niña se hallaba una danta (tapir), que jugaba con ella, le traía frutos silvestres y la llevaba sobre su lomo. Esto causó alegría a su corazón y tranquilidad a su espíritu. La niña no estaría ya tan sola.

La niña se transformó en una muchacha, a la que bautizaron con el nombre de María. Continuó viviendo sola, pero era visitada por mucha gente que acudía para que les curara las dolencias, ya que conocía la ciencia de curar con plantas. Los animales del bosque también eran atendidos por ella.

Según algunos, se atribuye el nombre de María Lionza a que andaba con una onza (felino americano).

Luego de su muerte, muchos creyeron verla por la montaña cabalgando sobre su danta. Esto desató un fervor popular que la convirtió en una deidad benéfica y protectora, cuyo culto persiste hasta nuestros días.

La cueva de Yabuquiva

En el estado Falcón, en el cerro Santa Ana, existe un lugar misterioso debido a la existencia de la Cueva de Yabuquiva, en donde es creencia que habita una serpiente descomunal, capaz de tragarse a un hombre.

Según un relato legendario, Yabuquiva, un valeroso aborigen caquetío, luego de luchar bravíamente, se refugió en la cueva y, acorralado por los españoles, murió allí.

Regresó de la muerte montado en una víbora gigantesca y atacó a los hispanos derrotándolos; luego volvió a este refugio montañés.

La víbora no es otra que su espíritu indomable que aún mora en el lugar desde el siglo XVI, en que tuvo lugar el fantástico suceso.

Carmelo Niño y el diablo

La fama y el cariño popular precedían a Carmelo Niño; era buen cantante, decimista y hombre preparado para todo.

En sus presentaciones, se definía a sí mismo de la siguiente manera: "Me gustan los días de fiesta,/ para salir a cantar/ en la mano un buen garrote/ y en la cintura un puñal".

Cierta noche, mientras Carmelo entonaba sus coplas haciendo las delicias de los presentes, penetró en el local un extraño. Vestía poncho negro y su expresión era diabólica, siendo su aspecto sombrío e intimidatorio.

Tomó la guitarra y mirando a Carmelo con desprecio, cantó así: "Yo me alargo sin medida/ nadie me iguala en la suerte./ Yo dispongo de la vida,/ yo dispongo de la muerte".

El público quedó impactado. Un airecillo frío recorrió el lugar, como si con una cerbatana invisible se hubieran clavado dardos de hielo a los presentes.

El suspenso se adueñó de todos, hasta que Carmelo -luego de vacilar unos instantes- dejo oír su hermosa voz respondiendo: "Ave María de los cielos/ Virgen del Carmen bendita,/ sagrado rostro de Cristo/ Santo Cristo de la Grita".

Al oír esto, el misterioso forastero huyó despavorido, dejando un intenso olor a azufre tras de sí.

Carmelo Niño había comprendido que era el diablo, y con inteligencia contrarrestó su maléfico poder, venciéndolo astutamente.

El Caimán patrullero

Desde tiempos remotos, según cuenta una leyenda, en el largo río Arauca, que tiene su fuente en el primer estribo de los Andes, vive un caimán de enormes dimensiones y muy poderoso, quien recorre las aguas custodiando la fauna y la flora para impedir la depredación.

Quienes abusan de los productos que brinda la naturaleza, huyen espantados cuando el hidrosaurio se presenta y abre sus fauces mostrando las mandíbulas erizadas de impresionantes dientes. Este vigía milenario, ya que es inmortal a través de la leyenda, asegura que desistan de sus propósitos quienes potencialmente podrían convertirse en verdugos de la naturaleza.

La leyenda del jinete sin cabeza

Un joven soldado patriota era dado a las galanterías y producía estragos en el corazón de las mujeres. Una noche sin luna regresaba de cortejar a una dama cuando fue sorprendido por una avanzada de las tropas del cruel general realista Boves, que acababa de consolidarse en los llanos cuando corría el año 1814.

Al divisar a los adversarios, espoleó su cabalgadura y galopó a toda carrera, pero un soldado realista lo persiguió y al alcanzarlo, de un sólo tajo, lo decapitó. Cayó la cabeza, pero el equino que montaba continuó su carrera con el cuerpo del infortunado patriota que aún mantenía los dedos aferrados a las riendas. Jamás regresó el caballo ni fue recuperado el cuerpo.

Desde aquella época, se dice que el jinete sin cabeza galopa durante las noches y se escucha el relincho fantasmal de su potro desbocado.

Zunilda Ceresole de Espinaco