El nuevo libro de Atxaga
Historia de un mundo que se apaga
Bernardo Atxaga, uno de los mejores escritores contemporáneos en lengua vasca, llegó a la Argentina para presentar su nueva novela, "El hijo del acordeonista", una historia sobre dos amigos en la que revisa cuestiones tan conflictivas como la política vasca o las acciones del grupo terrorista ETA.

Desde los años treinta hasta finales del siglo XX, desde Obaba hasta California, desde la infancia en la escuela hasta los infiernos de la guerra y de la violencia, Atxaga aborda en su nueva obra el tema de la memoria, la nostalgia, la amistad y el amor, un cóctel que ya había explorado en su famosa obra "Obabakoak".

"El hijo del acordeonista" es la historia de dos amigos de Obaba que se reencuentran en los Estados Unidos en los años '90. Uno de ellos, David, ya muerto, ha dejado como testamento tres ejemplares en euskera con su historia, que Joseba, el otro amigo, decide revisar y reescribir para dejar testimonio de su lengua y su país.

"En esta novela está todo lo que pienso de ese mundo como escritor y como hombre. El libro muestra la idea poética de un mundo que se apaga, ése que, con su belleza y su lado siniestro, comenzó en el XIX y que se está disolviendo", señaló Atxaga.

La novela, publicada por el sello Alfaguara y escrita originalmente en idioma euskera, refleja el tránsito del mundo antiguo a uno moderno, "igual de cruel o más que el primero" y que le sirve al escritor para contar una historia que retrata la posguerra y el final del franquismo, aunque a veces retrocede hasta la República y la guerra civil.

"La historia narra el paso de una sociedad campesina, rural (una ruralidad que en el País Vasco se extendió hasta casi 1960), a otra transformada por la televisión y el psicoanálisis -señaló-. Yo vengo de un mundo que tenía rasgos de antigüedad. Pero, de repente, se ha pasado a un mundo político, el mundo de la violencia dramática, casi sin solución de continuidad".

La violencia y sus objetivos

"En mi pueblo ningún campesino empleaba términos que, después del psicoanálisis, se han vuelto comunes: palabras como esquizofrenia o depresión. Y cuando se carece de un léxico psicoanalítico es muy difícil hablar del interior de los personajes. Por eso, yo he hablado a través de leyendas y mitos. Ésa es una de las características de Obaba", precisó el escritor.

La versión en castellano de la novela, traducida por el propio Atxaga y por su mujer, Asun Garikano, viene precedida del gran éxito que ha tenido en euskera, ya que, aparte de vender 15.000 ejemplares, mereció el Premio de la Crítica en lengua vasca (concedido por la Asociación Española de Críticos Literarios) y el Euskadi de novela, además de haber sido seleccionada para el Premio Nacional de Narrativa que se falla en octubre.

Con "El hijo del acordeonista", Atxaga se despide definitivamente de Obaba, ese lugar imaginario unido a su infancia y juventud que a lo largo de tanto tiempo le ha servido para novelar el pasado y el presente del País Vasco, atravesado por la gesta sangrienta de la organización terrorista ETA.

"El País Vasco ha tenido también circunstancias que lo han convertido en un lugar especial. Aquí ha sido especial la violencia, que atraviesa más de un siglo -indicó el escritor-. Lo que cuento en el libro parte de dos situaciones muy distintas: por una parte, en los '70 perduraba el eco de la guerra civil, aunque algunos historiadores crean que no existe relación entre la guerra y ETA. Por otra, esos años hubo un repunte mundial de movimientos revolucionarios con atisbo romántico, como los montoneros, los panteras negras, el "Che". Parecía que estábamos de nuevo en una disyuntiva que enfrentaba al fascismo y a todo lo que estaba en contra", señaló.

"En esa situación, la violencia se podía entender en jóvenes con ansias de justicia -subrayó-. Pero perdimos esos paraísos, descubrimos lo que se ocultaba tras la máscara de la Unión Soviética, a España llegó la democracia... Sin embargo, en el País Vasco algunas víctimas se convirtieron en verdugos por una suerte de inversión perversa".

La soledad de los terroristas

La violencia está representada simbólicamente en la novela por el escondrijo, el "gordeleku", que había en algunas casas vascas desde el siglo XIX, que se utilizó luego en la Guerra Civil y que, décadas más tarde, se convertiría en el sitio donde los integrantes de ETA ocultaban a los secuestrados.

"Las violencias son de distinto signo e, incluso, moralmente, de dirección contraria. Pero se puede decir perfectamente que aquellos que huían de los fascistas eran las víctimas de una época y, con el paso del tiempo, se convirtieron en verdugos", aseguró Atxaga.

"Hoy, el terrorismo ha terminado a todos los efectos, salvo en lo relacionado con sus manifestaciones violentas, que también dan la sensación de que van atemperándose. Los terroristas de ETA deben sentirse muy solos porque nadie los empuja ya a actuar así", indicó el escritor vasco.

Télam