Toco y me voy
No vale molinete
El metegol es un juego que se la banca: con adaptaciones y todo, sigue más o menos vigente pero no olvidado del todo, como sucede con otros clásicos.

Los cordobeses, que son hábiles para vender hasta el presunto árbol donde descansó la sombra del general Zorrino (que no existe, desde luego, pero allá te lo promocionan como lugar turístico y al rato ya estarás comprando un gorro del general Zorrino), nos madrugaron miserablemente: hicieron el campeonato nacional de metegol. Fue ayer, en Río Ceballos y los vagos, sabedores que meten literalmente un golazo, convocaron a todo el mundo, que juegue la familia entera, con la aclaración obvia de que, por supuesto, no vale molinete. íNos primerearon, tiran ellos primero la pelota de madera, la tienen bajo la suela!

Nosotros habíamos tenido una impresionante ventaja inicial con la concreción del campeonato de bolita, un producto de Sauce Viejo, de exportación. Pero nos dormimos en los laureles y estos tipos se mandan nomás un campeonato de meteeeegol.

Para los improvisados que no saben de qué se trata voy informando que en una época no muy lejana (y todavía ahora en los pueblos y en los barrios) no había un solo club que no tuviera uno o varios metegoles y que así como ahora te meten computadoras hasta en los pasillos, antes, se sacaban los metegoles a la vereda y chau, aunque la misión no era fácil: los de antes eran una especie de pesados sarcófagos metálicos con enigmáticas varillas de hierro cruzadas. Si los vieran un extranjero o un extraterrestre pensarían en una sofisticada parrilla, una maqueta de un futuro instrumento de tortura (y los hombrecitos atravesados autorizan esa vía esotérica de pensamiento) o una obra de arte abstracto. Puede ser todo eso, pero básicamente es un juego que permite que dos o cuatro jugadores la pasen bien un rato largo con una simple ficha.

Ya saben: tenés un arquero petiso y medio chambón, que sería rechazado en cualquier equipo actual. Nosotros en nuestro equipo tuvimos un arquerito así: ya nos junaban que el problema era la altura así que nos colgaban siempre. Igual, puede discutirse o no si gol de arquero vale doble. A veces, en el metegol sucede ese milagro, pero yo considero que goles así no deberían valer doble: son zapallazos que eluden la habilidad de un buen jugador de metegol, que ha llegado progresivamente al gol más por su ciencia que por la casualidad. Con ella, podés ganar partidos pero no campeonatos de metegol, canejo.

Tenías tipos especialistas en la pisada: la tenían bajo la suela, mientras con tus jugadores te esmerabas en un nervioso movimiento tratando de evitar el zapatazo. Pero de prepo, malos bichos, te la corrían unos milímetros a izquierda o derecha, medio giro y zap: adentro. El ruido del hierro golpeado recuerda más a los partidos de hockey pero aun sin ser muy futbolero ese sonido representaba igual el doloroso momento de la derrota parcial o total.

Había y hay trampas, algunas de las cuales requieren legislación específica. Yo veo a los concejales y legisladores afanados en encontrar normas y leyes novedosas y siguen sin hacer cosas para la gente, cosas realmente importantes. Por ejemplo, ¿por qué nadie impide legalmente -en vez de molestar con los puchos o la caca de perro- que se tire la pelotita de madera arteramente inclinada, como si fueran jugadores de rugby en un scrum? Esa pelota inclinada es posesión y en manos expertas puede ser un gol, mecachi.

Otro caso flagrante es el del molinete y su variante más ladina y sutil, el falso o medio molinete (que igual te rompe la rima), esto es ese giro constante de los jugadores que más tarde o más temprano, con fuerza aunque sin arte, embocan la pelota y la mandan para tu arco. Se solicita a los legisladores la eliminación inmediata del molinete pues pone en riesgo al juego mismo. Y si los chicos no juegan al metegol, el deporte los pierde y luego deambulan por la calle a la buena de dios. También hay vacíos legales: ¿qué pasa cuando la pelota queda detenida bamboleándose en alguna hondonada de la vieja mesa de metegol?

Hay gente para todo, y entre ellos quienes reclaman la reclusión de los metegoles a ámbitos privados, por cuanto su emplazamiento en la vereda -enveredamiento, en realidad- obliga a los peatones, embarazados, gente con bolsos, cochecitos o lo que fuera, a esquivar el mamotreto por la gramilla o bajando incluso a la calle, con el riesgo cierto de recibir un pelotazo mal rebotado. El tuerto González es un típico producto metegolero. Después te la mandaba a guardar a los ángulos.

Por último, los fabricantes de metegoles lograron versiones más pequeñas y endebles (algunas, incluso íde falluto plástico!), para jugar en casa o con los hermanos o los amigos. Me regalaron una a los diez años, no me despegaba de mi metegol portátil, hasta que lo dejé al lado de la cama y cuando me levanté me lo puse de chancleta: le rompí todos los endebles palos internos.

Ahora hace mucho que no practico, pero en Barranquitas hay unos cuantos, uno de ellos a una cuadra de casa. No llegué a este campeonato, pero para el del año que viene creo que voy a llegar en forma.

Néstor Fenoglio

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