Editorial

La campaña electoral siembra agravios y divisiones

En las últimas semanas el presidente de la Nación ha acentuado su perfil irascible al ritmo de una campaña electoral que el mismo llamó a plebiscitar y que lo cuenta como protagonista privilegiado. Prácticamente en todas sus intervenciones públicas, Néstor Kirchner critica a algún actor de la vida pública. En los últimos días sus expresiones hicieron blanco en empresarios, políticos opositores, organismos internacionales de crédito y medios de comunicación. Es más, en muchos casos las invectivas golpearon a dirigentes del propio justicialismo. Tanto es así, que uno de los temas centrales de la campaña preelectoral es la feroz disputa interna mantenida con Eduardo Duhalde por el predominio sobre la provincia de Buenos Aires.

Las imputaciones a ciertos dignatarios religiosos y las controversias con las Fuerzas Armadas son también una constante. A este clima de creciente enrarecimiento de la vida pública habría que sumarle la tendencia, cada vez más acentuada, de establecer una suerte de distinción entre amigos y enemigos según la mayor o menor adhesión a su gobierno.

Hoy, la piedra de toque para juzgar la conducta de los diferentes actores del sistema no es ideológica ni política; tiene que ver con el alineamiento concreto respecto de las figuras del presidente y su esposa. Los premios y castigos se distribuyen atendiendo a ese criterio y esto lo saben bien políticos, gobernadores y los propios medios de comunicación.

La gravitación del oficialismo, es decir, del peronismo, en la vida pública es cada vez más decisiva. Es verdad que esto es posible por la incapacidad de la oposición para recrear opciones creíbles para la ciudadanía, pero la incapacidad de la oposición no debería desbocar las apetencias del gobierno por ocupar todos los espacios, ya que más temprano que tarde ese camino conduce a la hegemonía y a la consiguiente degradación del sistema político.

Hoy sería apresurado decir que en la Argentina existe un régimen parecido al que dominó en México durante décadas a través del PRI, pero es importante advertir que por la senda que transita Kirchner se corre el riesgo de arribar a resultados parecidos.

Si es verdad que la violencia se inicia en el lenguaje y luego se traslada a los actos, es necesario advertir sobre la inveterada actitud del presidente de la Nación de hacer de la confrontación un estilo político. La confrontación así concebida no sólo pone en riesgo la unidad nacional, sino que alienta desde el poder las conductas autoritarias o intolerantes que campean en la sociedad. Un principio elemental de sabiduría política enseña que el mejor gobierno es el que suma, el que constituye amplias coaliciones y el que contribuye con sus actos a reforzar las instituciones.

La Argentina se está recuperando progresivamente de la crisis en la que se hundió hace casi un lustro. Hoy se le abre una excelente oportunidad para recuperar el camino del crecimiento con integración social y salud institucional. Sería imperdonable que la ceguera política lo impidiera una vez más.