En Brasil, los escándalos jaquean a Lula

Sería arriesgado vaticinar el futuro político del actual presidente de Brasil, Lula Da Silva, pero queda claro que su investidura y, sobre todo, su liderazgo moral están seriamente comprometidos luego de los escándalos de corrupción que han adquirido estado público y que salpican a sus principales colaboradores.

Es más, el reciente discurso del presidente por cadena nacional ha dejado ante la opinión pública serios interrogantes. Es que se hace difícil aceptar el argumento de que la corrupción existió en el ámbito de colaboradores directos, pero que el presidente lo ignoraba. Por su parte, las declaraciones de intelectuales y dirigentes que en algún momento pertenecieron al Partido de los Trabajadores fortalecen la hipótesis de que la corrupción en esta formación política no es una anécdota, y la de que, desde hace años, estas prácticas se consienten y se legitiman en nombre de supuestas razones de Estado.

Lo que más llama la atención en el caso que nos ocupa es que el Partido de los Trabajadores llega al poder invocando la justicia y la moral. Alineado en la izquierda, el PT fue durante años un severo crítico de los llamados gobiernos burgueses. Su crecimiento político se hizo convocando a la militancia para transformar la vida y transformar el mundo. Cientos de miles de brasileños se volcaron a favor de este partido, que prometía combatir los llamados vicios burgueses, poner punto final a la explotación del hombre por el hombre y hacer realidad los sueños de redención social.

La experiencia está demostrando que las expectativas fueron exageradas y, en más de un caso, lisa y llanamente traicionadas. Las renuncias en masa a este partido, las deserciones y las críticas a sus actuales conducciones ponen en evidencia que, más allá de lo que la Justicia pueda probar, en la opinión pública cobra fuerza la convicción de que los jefes políticos del Partido de los Trabajadores no difieren en lo fundamental de los dirigentes tradicionales a los que no se les ahorraron críticas.

Lo que queda claro es que el hábito de disponer de los recursos públicos para sobornar políticos opositores y oficialistas no es reciente; por el contrario, constituye una práctica que se viene desarrollando desde hace años. Al calor de las denuncias y del estallido de escándalos, surgen hechos oscuros como, por ejemplo, el asesinato de un intendente del PT que en su momento se atribuyó a comandos de la muerte, y ahora aparecen testimonios que hablan de ajustes de cuentas entre facciones rivales.

Más allá de lo que resuelva la Justicia, lo que está ocurriendo demuestra que la corrupción no es patrimonio de un partido o de una ideología. Collor de Mello fue destituido a través de un juicio político por las irregularidades cometidas, pero hoy la situación de Lula está muy comprometida, en tanto ya se sabe que sus principales colaboradores se han corrompido y más de uno ha declarado que el presidente tenía pleno conocimiento de lo que estaba sucediendo. El debate está abierto, pero lo que queda claro es que la corrupción no respeta ideologías.