ANALISIS
Cuando sólo se ve a través del cristal propio

Nada parece más legítimo que una decisión adoptada por la mayoría en una reunión asamblearia. Es un genuino mecanismo democrático y el sistema que usan casi todas las instituciones. No obstante, el concepto de asamblea es muy amplio y merece diferenciaciones.

Mientras en las instituciones de molde clásico el voto es formal, individual y secreto, en las asambleas populares la manifestación de la voluntad se hace en medio del grupo y en un clima signado por las arengas de la militancia y la efervescencia emocional. Los militantes sociales levantan esta metodología como bandera de autenticidad y de legitimidad en orden a la construcción de la voluntad mayoritaria, pero observadores agudos señalan los niveles de contaminación que sufren los participantes y la ausencia de espacio real para manifestar discrepancias de fondo en ámbitos marcadamente condicionados. Por ese motivo, el voto secreto -que preserva a su emisor de la eventual violencia física y moral- es una conquista moderna incorporada a las democracias constitucionales.

Sin embargo, en esta hora social de broncas y turbulencias, lo que predomina es la asamblea militante en la que las pasiones del momento desbordan las consideraciones de la razón y destrozan la representatividad de los negociadores. Esto es lo que viene ocurriendo en las asambleas de Amsafe, donde muchos reclamos -en sí mismos justos- deberían compatibilizarse con otros proyectos, demandas y necesidades del conjunto social que es el que, en definitiva, aportará los fondos para pagar las soluciones. La satisfacción de un sector implica una transferencia desde otros segmentos sociales. Es así de simple, y debería comprenderse en un escenario donde todo el mundo reclama al mismo tiempo y todos tienen razón, si el problema sólo se mira a través del propio cristal.