Luis Sartor
De la costa al Oriente
Su profunda vocación por la música y una sucesión de oportunidades que el destino le reservó para ir entregándoselas en el transcurrir de la vida, se conjugaron para que el sanjavierino Luis Alberto Sartor triunfara como músico en Japón, donde está radicado desde hace 20 años.

Luis Sartor nació en San Javier, una comunidad bañada por el río que da nombre a la ciudad, el 5 de noviembre de 1952. Llegó al mundo en el hogar de Luis Esteban Sartor, enfermero, y su esposa, Carmen Fabro. Cuando tenía 4 años, su madre falleció y el pequeño Luis se fue a vivir al campo con sus tíos Joaquín, Ana y Rosa. Allí comenzó a ir a la escuela 6085 de Colonia Francesa, y luego completó los estudios primarios en el Colegio San José N° 121.

Aquellos primeros años motivaron en Luis un naciente amor por la música. Una pasión que él alimentaría durante toda su vida, de modo que el destino lo retribuiría con gratas experiencias. Hoy, Luis Sartor está transitando su camino artístico en el otro extremo del mundo. Desde hace 20 años vive en Japón: allí crece como músico y como persona, puesto que pese a haber convivido tanto tiempo en una cultura tan diferente, sigue conservando la humildad y la sencillez del hombre costero. En su reciente visita a la ciudad donde nació, mantuvo una extensa charla con Nosotros.

"A los 9 años tenía la música en la cabeza. Rubén A. Troncoso me daba clases de guitarra y estudiaba piano con Amelia Traverso. Siendo niño aún, integré el conjunto musical Los Tropicales, con Juan C. Ferrando, Oscar López, Roberto Loza, Hugo Vasquez y Clemente Monje. Recuerdo que animábamos bailes en el hangar del Aero Club, en la pista Cambacuá, de Alejandra, y en distintas escuelas rurales del departamento San Javier", recordó con nostalgia.

A los 17 años, Luis abandonó los estudios en la ex Escuela Normal y se fue a Santa Fe, donde actuó en los grupos de rock Frutilla y Estaño (luego Teorema). A los 20 se estableció en Buenos Aires y alternó la actividad musical con el trabajo en el ex Banco Cooperativo Agrario, cuyo gerente de entonces, Juan C. Yanelli, también era sanjavierino.

Un charango en el camino

En aquellos tiempos, Luis se hospedaba en una vivienda del famoso músico peruano Antonio Pantoja, quien un día le regaló un charango, instrumento que estaba en las antípodas del rock que él practicaba. Este gesto lo sedujo a conocer y estudiar música folclórica con el profesor Jorge Montenegro.

A fines de 1977, Pantoja debía programar su gira del año siguiente por Japón, pero tuvo problemas con el charanguista y le pidió a Sartor que lo reemplace. Superada la prueba ante un empresario nipón, éste condicionó la contratación a que fuera el mismo grupo que había escuchado. Para que pudiera viajar, el gerente del banco le otorgó a Sartor tres meses de licencia sin goce de sueldo, pero una semana antes de la partida, Yanelli renuncia y su sucesor le cancela el permiso. Es en ese momento cuando Sartor toma la decisión que le significaría el pasaporte a la consagración: renuncia al banco y viaja a Japón. El periplo fue exitoso y en 1980 retorna al país oriental; conoce a la locutora Kosué Yamamoto, con quien se casa en junio de 1982 y, luego de finalizado el conflicto de Malvinas, se radican en Buenos Aires. Sartor se dedica a componer música para grupos de rock y dicta clases de charango a hijos de empresarios japoneses que estaban temporariamente en Argentina.

En 1985, lo convocan desde Japón porque existía una interesante oportunidad de trabajo, por lo que retorna junto a su esposa para probar suerte. Y no le fue esquiva: desde entonces viven en el lejano oriente.

Cuatro años más tarde nació su única hija, Sofía Riina, que cursó sus estudios primarios en Japón; inició la escuela secundaria en Australia y este año, para completarlos, se instaló en la tierra de su padre: San Javier. Allí, ingresó como alumna de la Escuela de Enseñanza Media Particular Incorporada N° 3053 San Francisco Javier, una elección que responde "a una cuestión de raíces, de afecto", define su padre.

Alegría sin fronteras

Luis Sartor vive en la ciudad de Kashiwa City, a una hora de viaje de Tokio, y su principal actividad sigue siendo la música: es compositor y arreglista. Además, es locutor, conduce un programa en español en una emisora de FM que difunde música latina y realiza grabaciones en su propio estudio.

Su trayectoria artística lo llevó a actuar en Estados Unidos y en la Universidad de Pekín. Y de Holanda lo llamaron para que dicte clases de charango.

En 1991 participó en una película que le redituó lo suficiente para emprender un negocio inmobiliario en su ciudad natal. Entre sus proyectos, figuran grabar como solista y autor, y visitar frecuentemente la Argentina para presentarse en los festivales folclóricos.

Por ahora no piensa en regresar a San Javier, aunque no lo descarta en el futuro. "Creo que todavía no es hora de pegar la vuelta porque aún me siento con mucha energía -dice-. Quizás este viaje de mi hija, que consensuamos con mi esposa, haya constituido una avanzada del abandono para siempre del país que me brindó la oportunidad de triunfar".

Mientras tanto, el notable músico costero sigue fortaleciendo su expresión artística en el Oriente. "Creo que Dios puso en mi camino la tarea de llevarle alegría a la gente -sostiene-, ya que la música latinoamericana es, precisamente, la más alegre del planeta, a la vez que me permite cumplir mi sueño de vivir del arte".

En tierras extrañas

A Luis Sartor le costó adaptarse a la cultura oriental. "Entrar a la casa es un rito, hay que dejar el calzado y ponerse sandalias, que deben cambiarse si se ingresa al baño; la gente, especialmente la mayor, come en el suelo; las comidas son diferentes; los japoneses en su forma de pensar son muy estructurados y obsesivamente detallistas", señala el músico.

"Japón es uno de los países más seguros del mundo y su gente es muy honrada. En tres oportunidades me dejé olvidado el charango en un tren que circula alrededor de Tokio y lo rescaté: la primera vez, en la oficina de objetos extraviados; en la segunda, esperé que el tren diera la vuelta y en el vagón vacío que había viajado estaba el instrumento; y la última vez, descendí y, cuando me di cuenta del olvido, alcancé a hacerle señas a un pasajero y él me lo dejó en la próxima estación".

Sartor tiene muy presente que, cuando era niño, en verano visitaba la casa de su abuela materna, Zunilda Fernández de Fabro, en Santa Fe, y de aquellos años recuerda una anécdota. Un hermano de su abuela, Antonio Fernández, al enterarse de que estudiaba música, le dijo: "Cuando seas grande, si querés triunfar, tenés que ir a Japón". Fernández era guitarrero y cantor de tangos; había actuado en el país asiático después de la Segunda Guerra Mundial.

Carlos MederaFotos: gentileza Luis Sarto.