El mito del eterno retorno
Tradiciones a orillas del Nilo
Egipto, tierra de dioses y faraones. Legendaria geografía de tradiciones que aún hoy seduce a las culturas modernas.

Aquel filósofo que habló del mito "del eterno retorno" parece no haberse equivocado, porque cuando se recorren las páginas que narran los acontecimientos que provocaron las más remotas civilizaciones para imponer el poder, las religiones, las leyes y las formas de vida que debían regir a los pueblos, se advierte que los procedimientos que se usaron entonces no difirieron mucho de los usados actualmente. Las luchas palaciegas encarnizadas, las mentiras, las intrigas, las guerras de dominación y expansión, que llenaban de terror a la gente...; de todas esas cosas sólo algunas han cambiado, aunque la mayoría persiste.

Como en todas las épocas, el pueblo era usado para cumplir el sueño de reyes megalómanos, sea en las guerras, sea en la construcción de gigantescos testimonios de su poder o tributo a los dioses tutelares. ¿No existen acaso hoy mandatarios -o empresas que tienen tanto o más poder que éstos- que impulsan a los pueblos con subterfugios y mentiras, a dejar la vida en pos de sus propias ambiciones políticas y económicas? ¿No existen religiones o sectas que se desprenden de ellas, que mandan a sus adeptos a matar a gente inocente y desprevenida?

Costumbres de entrecasa

En verdad, el mundo no ha cambiado mucho desde la antigüedad. Sin embargo, el pueblo, aquel que construía las pirámides en Egipto, o los colosos que constituyeron las siete maravillas de la humanidad, esos mismos pueblos eran capaces de gozar de la vida, de festejar los acontecimientos familiares, de bailar, de enamorarse apasionadamente cuando las circunstancias históricas le daban un respiro.

Porque el hombre siempre encuentra resquicios que aprovecha para ser feliz; para escribir poemas, para cantar las bienaventuranzas y la dicha de vivir.

Así, el pueblo egipcio era amante de la cerveza y, en circunstancias excepcionales, comía guisado de hiena -manjar al que sólo podían acceder los faraones-; ese mismo pueblo era ávido consumidor de ajo y lo acompañaba con pan que producían las panaderías de la localidad.

Debe haber sido muy divertido presenciar un casamiento: los contrayentes se presentaban ante la diosa Isis, esposa de Osiris, que protegía la maternidad, o se tomaban de la mano ante Ra, dios supremo según la teología de Heliópolis - representado por el disco solar- luego de lo cual se dirigían a la casa de los suegros de la contrayente, en donde ofrecían la dote de la joven.

Desde luego, merodeando a los festines de ocasión aparecían los perros, muchos de los cuales eran embalsamados, una vez muertos, para que acompañaran a sus dueños cuando marcharan a la vida eterna. Así, en buena parte de las tumbas, se han encontrado numerosos animales -también gatos y hasta cocodrilos- a un lado de la momia, que descansaba siempre en el interior de una tumba que variaba según la importancia del personaje.

El magnetismo de una cultura

En la antigüedad no sólo era la mujer quien se maquillaba, sombreaba sus ojos y dibujaba sus cejas y sus pestañas; los hombres también lo hacían, usando no sólo aceites y perfumes, sino que también se vestían con minúsculas polleras plisadas -¿minifaldas?- que dejaban su torso desnudo. Claro que los perfumes eran extraídos de plantas aromáticas del Nilo, y no como los faraones, los sacerdotes y los visires, que usaban mirra e incienso que hacían traer de Siria y Asia Menor.

Es posible -y fascinante- imaginar el palacio de un soberano egipcio de hace 4.000 años A.C., que poseía una suntuosidad que los países árabes conservaron hasta la actualidad. Los mármoles, como espejos del piso, reflejaban el laborioso trabajo de los artesanos en los techos y los muros.

El aroma a incienso que humeaba en los pebeteros, y a la distancia el Gran Visir que nos conduciría al majestuoso Faraón; todo era silencio imponente y solemne, lo que otorgaba una increíble sensación de eternidad.

Seguramente Maat, diosa de la Justicia y la Verdad, y también el dios -buey- Apis flanquearían los muros al trono del Faraón, que con los elementos rituales en cada mano invocaría -en silencio y entre la bruma de los sahumerios- la sabiduría de Isis, hermana y esposa de Osiris, que logró resucitarlo por su inteligencia luego de que su sanguinario hermano Seth lo asesinara.

Es indudable que, a pesar de los milenios transcurridos, el hombre jamás logró exhibiciones tan espectaculares e impresionantes como aquellas del lejano Egipto: porque en todas ellas el sentido religioso y el esoterismo que lo envolvía le asignaba un velo indescifrable a todos los actos y a todas las construcciones que ese pueblo creó a las orillas del río más largo del mundo: el misterioso Nilo.

Nidia Catena de CarliFotos: El Litoral